La lucha por el poder en Ecuador en medio de la incertidumbre electoral es una amenaza para la democracia
La actual lucha por el poder dentro del Tribunal Contencioso Electoral (TCE) de Ecuador no es sólo un conflicto interno: plantea una grave amenaza a la integridad de la democracia del país. Esta crisis tiene implicaciones para las próximas elecciones, que no pueden ignorarse.
La democracia de Ecuador enfrenta una prueba crítica mientras el Tribunal Contencioso Electoral (TCE), responsable de supervisar las elecciones del país, se ve envuelto en una amarga disputa por el liderazgo. Lo que debería haber sido un período de preparación y estabilidad en el período previo a las elecciones de 2025 se ha convertido en cambio en una caótica lucha por el poder, con Ivonne Coloma y Fernando Muñoz reclamando la presidencia del TCE. Esta crisis es más que una simple disputa burocrática; socava los cimientos mismos de la gobernabilidad democrática en Ecuador.
En el corazón de cualquier democracia está el principio de elecciones libres y justas. Como guardián de este principio en Ecuador, el TCE desempeña un papel crucial para garantizar que los procesos electorales se lleven a cabo de manera transparente e imparcial. Sin embargo, la agitación actual dentro del tribunal pone en duda su capacidad para cumplir con esta responsabilidad. Con Coloma afirmando su autoridad como nuevo presidente y Muñoz rechazando su destitución por considerarla ilegal, el TCE está sumido en la incertidumbre. Esta inestabilidad podría tener graves consecuencias para las próximas elecciones, previstas para febrero de 2025, donde se elegirá al próximo presidente y a los miembros de la Asamblea Nacional.
La democracia de Ecuador depende de instituciones como el TCE para operar por encima de las disputas políticas, actuando como árbitros neutrales en el proceso electoral. Pero cuando la institución está en desorden, la confianza del público en la imparcialidad de las elecciones inevitablemente se ve afectada. El conflicto interno del TCE distrae la atención de su misión principal y plantea preocupaciones legítimas sobre si las próximas elecciones se llevarán a cabo sin prejuicios ni influencias indebidas. Este peligroso precedente podría erosionar la confianza en el sistema electoral, que es la base de la participación democrática.
Un precedente peligroso para la gobernanza
La crisis de liderazgo dentro del TCE sienta un precedente preocupante para la gobernanza en Ecuador. Si el máximo organismo electoral del país puede estar sujeto a esa manipulación abierta y discordia interna, ¿qué dice esto sobre el estado de otras instituciones democráticas? La destitución de Muñoz, seguida de la rápida instalación de Coloma, sugiere que incluso las instituciones más críticas pueden verse influenciadas por maniobras políticas. Esta inestabilidad en los niveles más altos de supervisión electoral no es sólo una crisis de liderazgo: es una crisis de democracia.
Además, este conflicto probablemente tendrá un efecto dominó en otras ramas del gobierno y de la sociedad civil. A medida que disminuye la credibilidad del TCE, también disminuye la legitimidad de los resultados electorales que supervisa. Si el público percibe que las elecciones están amañadas o influenciadas por luchas internas de poder, los resultados estarán contaminados sin importar quién gane. Esto podría provocar una desilusión generalizada con el proceso democrático, reducir la participación electoral y aumentar la posibilidad de que se produzcan disturbios postelectorales. En un país con alta polarización política, este es un riesgo que Ecuador no puede afrontar.
Motivaciones políticas y sus consecuencias
Si bien tanto Coloma como Muñoz afirman su legitimidad, está claro que esta lucha de poder tiene sus raíces en motivaciones políticas más profundas. La insistencia de Muñoz en que su destitución fue “ilegal” y la contrademanda de Coloma sobre el liderazgo legítimo reflejan una batalla más amplia por el control dentro del panorama político de Ecuador. No se trata sólo de quién dirige el TCE, sino de quién controla los procesos electorales del país y, por extensión, su futuro liderazgo.
El momento de este conflicto es particularmente preocupante. Con elecciones críticas en el horizonte, cualquier sesgo real o percibido en las operaciones del TCE podría influir en el resultado. Por ejemplo, el tribunal actualmente maneja casos que involucran a figuras de alto perfil como la vicepresidenta Verónica Abad, cuyo futuro político podría verse dramáticamente alterado por los fallos del TCE. Si se considera que las decisiones del TCE tienen motivaciones políticas, esto erosionará aún más la confianza pública en la institución y, por extensión, en el proceso democrático.
La situación se complica aún más por las acusaciones de violencia política de género contra el presidente Daniel Noboa, que también son competencia del TCE. El resultado de este caso y cómo se maneja en medio del caos interno del tribunal podría tener implicaciones de largo alcance para las personas involucradas y la percepción más amplia de justicia y equidad en Ecuador.
La democracia en una encrucijada
Ecuador se encuentra en una encrucijada. El resultado del conflicto interno del TCE tendrá implicaciones importantes para el futuro democrático del país. Si esta crisis no se resuelve de manera rápida y transparente, el daño a las instituciones democráticas de Ecuador podría ser duradero. El TCE no sólo debe resolver su disputa por el liderazgo sino también restaurar su credibilidad ante los ojos del público. Esto requiere un nuevo compromiso con los principios de imparcialidad, transparencia y equidad que son esenciales para el funcionamiento de cualquier democracia.
Hay mucho en juego. La capacidad del TCE para supervisar elecciones libres y justas es fundamental para mantener la legitimidad del proceso democrático de Ecuador. Si el tribunal no cumple con este deber, las consecuencias podrían ser nefastas, provocando una mayor inestabilidad política, una disminución de la confianza pública y el posible desmoronamiento de las normas democráticas. Los líderes de Ecuador, particularmente aquellos dentro del TCE, deben reconocer la gravedad de este momento y actuar no por intereses personales o políticos sino al servicio de la integridad democrática de la nación.
La crisis de liderazgo dentro del Tribunal Contencioso Electoral de Ecuador no es sólo una cuestión interna sino una amenaza directa a la democracia del país. Mientras el TCE lidia con esta lucha de poder, la integridad de las próximas elecciones está en juego. Este conflicto debe resolverse de una manera que restablezca la confianza pública y defienda los principios de la democracia esenciales para el futuro de Ecuador. Sin esto, los cimientos mismos de la gobernabilidad democrática de Ecuador están en riesgo.