La postura ambigua de Kamala Harris sobre América Latina en medio de las crisis actuales
Mientras continúa la campaña de Kamala Harris para la presidencia de Estados Unidos, su postura imprecisa sobre las políticas latinoamericanas genera preocupación en una región que ya enfrenta crisis. Dados los desafíos políticos, económicos y ambientales, la claridad es crucial para la futura relación entre Estados Unidos y América Latina.
A medida que se acercan las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024, los analistas políticos están tratando de determinar qué significaría una posible presidencia de Kamala Harris para América Latina. La falta de una postura clara sobre cuestiones regionales importantes deja a muchas naciones latinoamericanas con la incertidumbre sobre cómo podría cambiar la política exterior estadounidense. Esta ambigüedad es particularmente alarmante, considerando que la región enfrenta múltiples crisis, incluido el creciente autoritarismo, la inestabilidad económica y los desafíos ambientales.
Harris no ha definido una visión específica para América Latina hasta ahora. Si bien ha participado en algunas iniciativas diplomáticas, como abordar la migración y la pobreza en América Central, su política latinoamericana más amplia sigue siendo en gran parte no declarada. Se trata de una brecha importante, especialmente si se tiene en cuenta la importancia de la región para los intereses estadounidenses en materia de comercio, inmigración y estabilidad regional. Mientras América Latina se enfrenta a un creciente descontento, desafíos económicos y degradación ambiental, la vacilación de Harris a la hora de delinear políticas claras presenta una oportunidad perdida de diálogo.
Dilemas ambientales y económicos
América Latina se enfrenta a una compleja intersección de cuestiones: la necesidad de crecimiento económico, la protección de las comunidades indígenas y la lucha contra la degradación ambiental. Si bien Harris ha mostrado su apoyo a las preocupaciones ambientales y laborales en el pasado, estos son temas delicados en América Latina, donde las industrias extractivas a menudo se enfrentan a la preservación ambiental y los derechos indígenas.
Por ejemplo, muchos países latinoamericanos dependen en gran medida de la extracción de recursos naturales. La minería, la tala de árboles y la exploración petrolera son fundamentales para sus economías, aun cuando estas actividades tienen un alto costo para el medio ambiente. La postura progresista de Harris sobre cuestiones ambientales, como se ve en su oposición a acuerdos comerciales como el Acuerdo Transpacífico (TPP) por razones ecológicas, podría ponerla en desacuerdo con los gobiernos latinoamericanos que buscan el desarrollo económico a través de la extracción de recursos.
Al mismo tiempo, las poblaciones indígenas de la región, como los mashco piro en Perú, se enfrentan cada vez más a las industrias que invaden sus tierras. Proteger a estas comunidades y al mismo tiempo apoyar el crecimiento económico de América Latina requeriría un equilibrio cuidadoso. La falta de compromiso de Harris con estos temas críticos plantea dudas sobre si entiende las luchas únicas de la región.
Han surgido conflictos similares cuando las necesidades económicas chocan con la protección ambiental y los derechos indígenas. En Brasil, la construcción de represas hidroeléctricas en la Amazonia durante la década de 1980 provocó protestas de grupos indígenas cuyas tierras estaban amenazadas. No fue hasta la intervención de organizaciones ambientales internacionales y las negociaciones con el gobierno brasileño que algunos de los proyectos más destructivos se modificaron o se detuvieron. Estos precedentes históricos muestran que se necesita un liderazgo sólido e informado para mediar en estos enfrentamientos. Si Harris podría proporcionar este liderazgo sigue siendo una incógnita.
Oportunidades perdidas para la integración económica y el comercio
Las relaciones económicas entre Estados Unidos y América Latina han sido durante mucho tiempo una piedra angular de la política exterior del hemisferio. Sin embargo, el historial de votación de Harris en el Senado sugiere un enfoque más proteccionista y cauteloso hacia el comercio, especialmente cuando están en juego los derechos ambientales o laborales. Votó en contra del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) renegociado y del Tratado entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC), citando preocupaciones ambientales y laborales.
Si bien este enfoque puede estar en línea con los valores progresistas, corre el riesgo de distanciarse de socios comerciales críticos de América Latina. Los acuerdos comerciales como el TLCAN han desempeñado un papel vital en el fomento de los vínculos económicos entre Estados Unidos y América Latina, proporcionando mercados para bienes y servicios y promoviendo la estabilidad financiera en la región. Harris corre el riesgo de dar a entender que la integración económica con América Latina no es una prioridad al oponerse a estos acuerdos.
América Latina, que ya lucha contra la inflación, la deuda y la desaceleración del crecimiento, necesita asociaciones económicas estables. Países como México y Brasil son socios comerciales importantes para Estados Unidos, y cualquier posible retirada de estas relaciones podría desestabilizar aún más las economías que dependen en gran medida de las exportaciones e importaciones estadounidenses. La falta de énfasis de Harris en estos vínculos económicos cruciales deja a muchos preguntándose si comprende plenamente la importancia de los mercados latinoamericanos tanto para la región como para Estados Unidos.
En contraste, figuras históricas como Franklin D. Roosevelt implementaron la política del “buen vecino”, priorizando el compromiso diplomático y económico con América Latina durante la incertidumbre económica mundial. Al fortalecer los lazos económicos, Roosevelt estabilizó la región y fomentó la buena voluntad hacia Estados Unidos. La renuencia de Harris a aclarar su postura sobre el comercio con América Latina representa una oportunidad perdida para renovar y fortalecer estas relaciones cruciales.
Inmigración: ¿pragmatismo o cálculo político?
Uno de los problemas más urgentes en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina es la inmigración, en particular la proveniente de Centroamérica. Bajo la administración Biden, Harris recibió el encargo de abordar las “causas profundas” de la migración, entre ellas la pobreza, la violencia y la inestabilidad política en países como Guatemala, Honduras y El Salvador. Sin embargo, sus resultados en esta área han sido dispares. Los críticos sostienen que no ha logrado avances significativos en la reducción del flujo de migrantes desde estos países, y su postura de línea dura sobre la seguridad fronteriza ha generado dudas entre analistas progresistas y conservadores.
El cambio de retórica de Harris sobre la inmigración (apoyando controles fronterizos más rígidos y al mismo tiempo centrándose en abordar las causas profundas) refleja la división política más amplia en Estados Unidos sobre este tema. Los países latinoamericanos, especialmente los de América Central, siguen de cerca este debate, ya que la política migratoria estadounidense tiene un impacto directo en sus poblaciones. Los migrantes que huyen de la violencia y la pobreza en sus países de origen a menudo ven a Estados Unidos como su última esperanza. Sin una política clara y consistente sobre cómo gestionar tanto la inmigración como la ayuda exterior, Harris corre el riesgo de alienar tanto a los votantes estadounidenses como a los líderes latinoamericanos.
Históricamente, la política de inmigración de Estados Unidos ha oscilado entre acoger a los inmigrantes en épocas de expansión económica y restringir su entrada durante períodos de reacción nativista. El énfasis de Harris en hacer cumplir las leyes estadounidenses y asegurar la frontera, si bien es comprensible desde un punto de vista político, puede indicar un retroceso respecto de los esfuerzos anteriores para brindar ayuda humanitaria y apoyo a los países que enfrentan crisis. Este cambio podría devastar a América Latina, especialmente ahora que la región enfrenta una inestabilidad política constante.
¿Construir alianzas o quemar puentes?
Una de las fortalezas de Harris es su reconocimiento de que Estados Unidos no puede abordar los desafíos globales solo. Su experiencia en la formación de coaliciones internacionales, como las que apoyaron a Ucrania después de la invasión rusa de 2022, probablemente influirá en su enfoque más amplio de la política exterior. Sin embargo, su limitado compromiso con América Latina, tanto en términos de viajes como de iniciativas políticas, plantea dudas sobre si priorizaría la región como lo hizo el ex vicepresidente Joe Biden durante su mandato.
América Latina enfrenta numerosas crisis que exigen la atención de Estados Unidos, desde el desastre humanitario en Haití hasta el creciente autoritarismo en países como Venezuela y Nicaragua. La falta de enfoque anterior de Harris en estos temas, combinada con su enfoque más generalizado en política exterior, podría indicar que América Latina pasaría a un segundo plano en su administración.
La decisión de la administración Biden de interactuar con América Latina en materia de cambio climático y migración ha sido esencial para reparar las relaciones. Sin embargo, el fracaso de Harris en delinear una visión coherente para la región deja un vacío que podría ser explotado por regímenes autoritarios y otros actores que buscan desestabilizar América Latina. Supongamos que Estados Unidos no mantiene alianzas sólidas en la región. En ese caso, corre el riesgo de perder influencia ante países como China, que ha aumentado constantemente su presencia a través del comercio y la inversión en América Latina.
Históricamente, la política exterior estadounidense hacia América Latina se ha caracterizado a menudo por la negligencia y el intervencionismo. Las intervenciones de la Guerra Fría en Cuba, Chile y Nicaragua son ejemplos de cómo Estados Unidos ha adoptado, en ocasiones, una actitud agresiva en la región, priorizando sus intereses por sobre los de las naciones latinoamericanas. En el mundo actual, se necesita un enfoque más matizado y cooperativo que reconozca la soberanía de la región y al mismo tiempo fomente asociaciones basadas en el respeto mutuo y objetivos compartidos.