ANÁLISIS

Las palabras vacías de Amnistía Internacional sobre los incendios en América Latina

Amnistía Internacional (AI) ha instado a los líderes sudamericanos a tomar medidas sin precedentes para abordar la catástrofe climática. Si bien todos reconocen la urgencia de la situación, las recomendaciones de AI han recibido críticas por ser divisivas en lugar de ofrecer soluciones reales y constructivas.

Un llamado urgente, pero ¿dónde están las soluciones?

Mientras los incendios forestales arrasan la Amazonia y otras regiones protegidas, Amnistía Internacional (AI) ha pedido a los líderes de Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú que tomen medidas drásticas e inmediatas para evitar una mayor devastación ambiental. En una carta dirigida a los presidentes de estos países, AI destacó los incendios que han batido récords e instó a que se tomen “medidas urgentes” para evitar la catástrofe climática.

Pero este es el problema: si bien todos saben que es necesario hacer algo, los llamados a la acción de AI son principalmente retórica vacía. La crisis climática es real, pero simplemente afirmar que es el momento de actuar ahora sin ofrecer medidas tangibles o reconocer los desafíos únicos de cada país no es productivo. Los comentarios de AI, aunque bien intencionados, han provocado división y frustración en lugar de fomentar una atmósfera de colaboración necesaria para una acción climática eficaz.

El alcance del desastre

No se puede negar la magnitud del desastre. Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil, solo en 2024 se registraron más de 50.000 incendios forestales en la cuenca del Amazonas, de los cuales Brasil fue responsable de casi el 72% del total. Bolivia ocupa el segundo lugar, con poco más del 11% de los incendios de la región.

Las cifras son asombrosas. En septiembre, el 60% de Brasil estaba cubierto de humo, con más de 11 millones de hectáreas quemadas desde principios de año. Paraguay ha visto destruidas 318.604 hectáreas de cobertura forestal solo en septiembre. En Colombia, se perdieron más de 19.000 hectáreas de bosque nativo en el mismo mes, mientras que los incendios asolaron la mayoría de los departamentos de Perú. Mientras tanto, en Bolivia, cuatro millones de hectáreas han sido diezmadas.

La región está atravesando una crisis ambiental de proporciones sin precedentes. Sin embargo, pedir “acción urgente” no ayuda a mejorar la situación. Lo que se necesita son soluciones específicas y pragmáticas que tengan en cuenta las circunstancias específicas de cada país.

Palabras vacías sin planes concretos

La carta de AI está llena de recomendaciones, pero en gran medida refleja lo que todo el mundo ya sabe. Los llamamientos a eliminar gradualmente los combustibles fósiles, reformar la agricultura industrial y garantizar consecuencias legales para el uso ilegal de la tierra han sido temas de discusión comunes durante años. Si bien todos estos son objetivos necesarios, AI no reconoce las complejidades detrás de la implementación de estos cambios.

Las direcciones de AI de muchos países se enfrentan a problemas económicos y políticos profundamente arraigados que dificultan la implementación de cambios radicales. Brasil, por ejemplo, depende en gran medida de industrias como la agricultura y la energía, que contribuyen a la deforestación y las emisiones de carbono. Bolivia enfrenta desafíos similares, ya que gran parte de su economía está vinculada a las industrias extractivas. Esperar que estas naciones detengan de inmediato la producción de combustibles fósiles o transformen drásticamente sus modelos agrícolas sin ofrecer alternativas viables no es realista.

Incluso la recomendación de AI de garantizar los derechos de los pueblos indígenas, si bien es importante, carece de claridad sobre cómo equilibrar sus intereses con los de los gobiernos nacionales y los sectores privados. Sin duda, las comunidades indígenas poseen conocimientos invaluables para la conservación del medio ambiente, pero afirmar que sus derechos deben ser respetados no ofrece una hoja de ruta que indique cómo se pueden integrar esos derechos en las políticas nacionales sin generar más conflictos.

Una cosa es pedir que se tomen medidas, pero otra es comprender las complejidades y ofrecer medidas viables y viables que los gobiernos puedan adoptar. En lugar de unir a estos países de manera colectiva, los comentarios vagos y divisivos de AI han provocado una reacción negativa, y los líderes se han sentido presionados en lugar de empoderados para actuar.

La necesidad de una colaboración constructiva

El llamado de AI carece de un sentido de colaboración constructiva. Es fácil culpar a los gobiernos por no actuar, pero lo que se necesita ahora es un enfoque más cooperativo que reúna a todas las partes interesadas (gobiernos, comunidades indígenas, industrias y organizaciones ambientales) para encontrar soluciones realistas.

Por ejemplo, el llamado de AI para eliminar gradualmente los combustibles fósiles pasa por alto las realidades económicas que enfrentan países como Brasil y Bolivia. La dependencia de Brasil de la energía hidroeléctrica, gravemente afectada por la sequía, deja al país luchando por encontrar fuentes de energía alternativas. La sugerencia de AI de que Brasil haga una transición inmediata a la energía renovable es acertada, pero carece de estrategias concretas para lograrlo sin consecuencias económicas devastadoras.

En cambio, se necesitan iniciativas que introduzcan gradualmente la energía renovable en la combinación sin dejar de apoyar la infraestructura existente. Los proyectos colaborativos que incentiven la agricultura sostenible y protejan los bosques podrían ser más eficaces que las declaraciones generales de AI sobre la necesidad de una reforma agrícola. Los gobiernos, las industrias y los ambientalistas deben trabajar juntos para crear soluciones prácticas que aborden las causas profundas de la crisis sin socavar las economías de las que dependen muchas de estas naciones.

Ignorar los avances existentes

La carta de AI tampoco reconoce los avances de algunos países sudamericanos en la lucha contra el cambio climático. Por ejemplo, Colombia ha implementado ambiciosos proyectos de reforestación, y el reciente regreso de Brasil al Acuerdo de París bajo la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva indica un compromiso renovado con la protección del medio ambiente. Incluso Bolivia, a pesar de sus desafíos, ha tomado medidas para regular la deforestación.

Al ignorar estos esfuerzos, AI corre el riesgo de alienar a los líderes que ya están trabajando por un cambio positivo. En lugar de reconocer y aprovechar los avances logrados, la carta de AI adopta un tono de reprimenda, que no contribuye a fomentar la buena voluntad ni a alentar la adopción de medidas adicionales.

Esto no quiere decir que no se pueda hacer más, ni mucho menos. La situación es grave y, sin duda, se necesitan medidas más agresivas. Pero al no reconocer los pasos que ya se han dado, la IA corre el riesgo de posicionarse como un crítico en lugar de un colaborador, lo que es contraproducente en un momento en que la unidad es esencial.

Un camino a seguir

Para marcar una verdadera diferencia en la lucha contra la crisis climática, necesitamos algo más que pedir “acciones sin precedentes”. Necesitamos soluciones prácticas y matizadas que tengan en cuenta los desafíos particulares que enfrenta cada país. Los líderes sudamericanos necesitan apoyo, no críticas, y la comunidad internacional debe ofrecer algo más que palabras si queremos ver un cambio real.

Por ejemplo, en lugar de simplemente pedir el fin de los combustibles fósiles, la IA podría proponer un plan detallado que ayude a los países a realizar la transición hacia fuentes de energía renovables manteniendo al mismo tiempo la estabilidad económica. Esto podría implicar inversiones internacionales en proyectos de energía solar y eólica o acuerdos de intercambio de tecnología que hagan que la energía renovable sea más accesible y asequible.

De manera similar, en lugar de condenar la agricultura industrial, la IA podría ofrecer recomendaciones específicas para prácticas agrícolas sostenibles que preserven la biodiversidad y permitan al mismo tiempo la producción de alimentos. Colaborar con los agricultores locales y ofrecer incentivos para el uso sostenible de la tierra podría conducir a resultados más inmediatos y duraderos que las críticas generales a las prácticas actuales.

La participación de las comunidades indígenas en la toma de decisiones también es crucial, pero debe respetar su autonomía e integrar su conocimiento en los marcos de políticas nacionales. En lugar de simplemente afirmar que se deben respetar los derechos indígenas, AI podría trabajar con los gobiernos para crear marcos legales que aseguren la participación indígena en la gobernanza ambiental, brindando una plataforma para que sus voces se escuchen en los niveles más altos de la toma de decisiones.

Más allá de la retórica

Si bien los llamados a la acción de AI tienen buenas intenciones, no ofrecen las soluciones constructivas necesarias para abordar la crisis climática en América del Sur. Los incendios que arrasan la Amazonia y otras áreas protegidas son un duro recordatorio de la urgencia de la situación, pero simplemente afirmar que es necesario hacer algo no es suficiente.

Lea también: El cambio de horario no solucionará la crisis energética de Brasil

Lo que necesitamos ahora es colaboración, no críticas. La comunidad internacional debe colaborar con los líderes sudamericanos, las comunidades indígenas y las industrias para desarrollar soluciones realistas y viables que aborden los desafíos ambientales y económicos de estas naciones. ¿Solo entonces podremos tener la esperanza de prevenir las consecuencias catastróficas del cambio climático y garantizar un futuro sostenible para todos?

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