Latinoamérica observa a Pakistán: Conflicto y lecciones aprendidas

El fuerte aumento de la violencia en dos de las regiones más inestables de Pakistán —Baluchistán y Khyber Pakhtunkhwa— resalta cómo la insurgencia puede desestabilizar la seguridad y el equilibrio territorial de un país. Un análisis de los orígenes de este conflicto revela paralelismos con problemáticas que actualmente afectan a América Latina.
Aumento de la violencia: el contexto actual
Pakistán tiene una larga historia lidiando con insurgencias. Sin embargo, el país enfrenta actualmente un preocupante incremento de la violencia, particularmente en Baluchistán, en el suroeste, y Khyber Pakhtunkhwa (KP), en el noroeste. Ambas regiones tienen fronteras difíciles de controlar con Afganistán.
Los ataques contra el personal de seguridad y civiles han reavivado temores sobre un conflicto prolongado. Esta situación pone en evidencia problemas previos, influencias externas y cambios en el escenario mundial. Aunque los acontecimientos ocurren en el sur de Asia, sus implicaciones resuenan a nivel global y ofrecen lecciones valiosas para América Latina, donde también existen desafíos en materia de seguridad.
En Baluchistán y Khyber Pakhtunkhwa, la militancia es frecuente. Sin embargo, los niveles actuales de violencia han sorprendido al gobierno de Islamabad. En el suroeste, la insurgencia separatista liderada por el Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA) ha intensificado sus ataques, dirigidos contra el ejército y la infraestructura crítica, como las líneas ferroviarias. Uno de los incidentes más impactantes fue el secuestro del tren Jaffar Express, poniendo en riesgo a más de 400 pasajeros, un claro ejemplo del creciente alcance y capacidad operativa del BLA.
Por otro lado, Khyber Pakhtunkhwa ha visto un resurgimiento de la violencia por parte de Tehreek-e-Taliban Pakistán (TTP), conocido como los talibanes paquistaníes. Esta región, situada cerca de la montañosa frontera con Afganistán, tiene un historial de conflictos transfronterizos. El TTP ha declarado el inicio de su campaña “Operaciones Al-Khandaq”, destinada a intensificar la violencia con ataques contra las fuerzas de seguridad y la población. Islamabad teme que estos grupos utilicen territorio afgano como refugio y base de abastecimiento, una preocupación que se ha intensificado tras la toma del poder por los talibanes en Kabul en 2021.
Las consecuencias inmediatas incluyen un aumento en las víctimas. La clasificación de Pakistán en el Índice Global de Terrorismo ha empeorado, registrando un incremento del 45 % en muertes relacionadas con el terrorismo en el último año. Para muchos paquistaníes, la vida cotidiana en estas regiones fronterizas se ha vuelto cada vez más incierta y peligrosa. A pesar de los constantes operativos de seguridad, la audacia de los insurgentes resalta la complejidad de enfrentar múltiples frentes de insurgencia al mismo tiempo.
Actores clave y sus estrategias
Los principales actores detrás de esta ola de violencia son el TTP y el BLA. Aunque ambos desafían la autoridad del Estado paquistaní, tienen objetivos y estrategias diferentes.
El TTP opera principalmente en Khyber Pakhtunkhwa y las zonas tribales cercanas, con la intención de imponer una interpretación estricta de la ley Sharía en Pakistán. Rechaza la legitimidad del gobierno y su cooperación con Occidente. Recientemente, el grupo ha reivindicado ataques significativos y prometido intensificar sus operaciones bajo la campaña “Al-Khandaq”. Sus vínculos transfronterizos complican los esfuerzos de contrainsurgencia, ya que los combatientes pueden refugiarse en Afganistán, donde el ejército paquistaní tiene un alcance limitado.
Por otro lado, el BLA lidera un movimiento separatista basado en agravios históricos. Baluchistán es rico en recursos naturales como gas y minerales, pero sus habitantes han denunciado durante años la explotación de estos recursos sin una distribución justa de los beneficios. La demanda de mayor autonomía o incluso la independencia es el motor de sus acciones. La creciente sofisticación de sus ataques, como el secuestro del tren, muestra su capacidad organizativa para llevar a cabo operaciones de gran escala que desafían al Estado.
Islamabad acusa a países como India de fomentar la inestabilidad al apoyar al BLA, acusaciones que Nueva Delhi ha negado. Al mismo tiempo, las tensiones diplomáticas con Afganistán se han intensificado, ya que Pakistán sostiene que el TTP utiliza suelo afgano como refugio. Estas disputas transfronterizas reflejan rivalidades regionales que, al igual que en América Latina, pueden agravar conflictos internos y dificultar el diálogo.
Implicaciones para América Latina
Aunque estos conflictos están lejos de América Latina, los patrones de insurgencia y contrainsurgencia son aplicables a muchos países de la región. Grupos armados suelen explotar resentimientos históricos, disputas por recursos y fallas en la gobernanza, desafíos que América Latina también ha enfrentado en sus prolongadas luchas internas.
El discurso del BLA sobre la explotación injusta de los recursos naturales recuerda las denuncias de comunidades indígenas y rurales en América Latina, que han acusado a los gobiernos centrales y corporaciones de marginarlas. La experiencia de Pakistán demuestra que ignorar demandas legítimas de autonomía o una distribución equitativa de los recursos puede dar lugar al crecimiento de grupos extremistas. El diálogo con actores locales, la gestión transparente de los recursos y el desarrollo inclusivo son claves para evitar la radicalización.
Otro paralelismo es la dificultad de proteger fronteras porosas. Pakistán enfrenta el desafío del terrorismo transfronterizo, mientras que muchos países latinoamericanos lidian con el narcotráfico, la minería ilegal y el accionar de grupos armados en zonas limítrofes. Estrategias de seguridad cooperativa, intercambio de inteligencia y acuerdos regionales son fundamentales para abordar estas amenazas. Al igual que Islamabad sufre las consecuencias del cierre de Afganistán, los Estados latinoamericanos enfrentan problemas similares con grupos armados que operan libremente en regiones fronterizas.
Equilibrio entre fuerza y negociación
El gobierno de Pakistán ha alternado entre ofensivas militares y negociaciones con grupos insurgentes. Si bien las acciones militares pueden debilitar a los insurgentes temporalmente, rara vez abordan las causas fundamentales del conflicto. En América Latina, gobiernos han adoptado estrategias variadas para resolver disputas, desde diálogos y amnistías hasta operaciones militares. Una solución sostenible suele depender de combinar medidas de seguridad con respuestas a las demandas políticas, socioeconómicas y culturales.
Al igual que los conflictos internos de Pakistán no pueden entenderse sin considerar la política afgana, las rivalidades regionales y la seguridad global, las insurgencias en América Latina también suelen involucrar actores externos con intereses estratégicos. La cooperación y la transparencia en la comunicación entre países pueden reducir la desconfianza y evitar acusaciones mutuas de apoyo a grupos insurgentes.
Pakistán se mantiene firme en su intención de contener la violencia, aunque la persistencia del TTP y el BLA evidencia lo difícil que es erradicar estos movimientos. Si bien las operaciones militares pueden ofrecer victorias temporales, abordar las causas estructurales del conflicto, negociar con ciertos sectores y fortalecer las alianzas regionales serán esenciales para lograr una paz duradera.
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Para América Latina, la experiencia de Pakistán es tanto una advertencia como una fuente de aprendizaje estratégico. Ya sea enfrentando insurgencias separatistas, cárteles con capacidades paramilitares o movimientos guerrilleros, la lección es clara: una respuesta efectiva requiere abordar desigualdades socioeconómicas, priorizar la seguridad humana y equilibrar la diplomacia con una estrategia de defensa firme. Reconocer que conflictos distantes pueden ofrecer valiosas lecciones es un paso clave para fortalecer la seguridad y la gobernanza a través de las fronteras y los continentes.