ANÁLISIS

Los nuevos caudillos digitales de América Latina y el auge del autoritarismo “cool”

Una nueva ola de caudillos digitales está transformando las democracias de América Latina, combinando carisma en redes sociales, políticas de seguridad de mano dura y terapia de choque económico. Para millones de latinos en EE. UU., las decisiones de estos líderes repercuten a través de las fronteras, alterando lazos familiares, rutas migratorias e identidades políticas.

De caudillos coloniales a caudillos digitales

Desde las guerras de independencia del siglo XIX contra España, América Latina ha estado marcada—y a menudo gobernada—por la figura del caudillo: el líder carismático y personalista que trata las instituciones como opcionales y el poder como algo que se toma, no que se comparte. En esa época, los caudillos eran principalmente comandantes militares que rompieron el dominio colonial y luego moldearon las identidades de las nuevas naciones frágiles.

Con el tiempo, los uniformes cambiaron y se redactaron constituciones, pero ese hábito de agruparse en torno a personalidades fuertes nunca desapareció del todo. En este sentido, la Harvard International Review afirma que el caudillismo sobrevivió a la independencia y se extendió lentamente junto con la democracia electoral, resurgiendo en líderes tan ideológicamente diversos como Fidel Castro y Juan Perón en la izquierda, o Fulgencio Batista y Augusto Pinochet en la derecha.

Pero la nueva generación de caudillos se parece poco a sus predecesores. En lugar de generales bigotudos a caballo, la región ahora enfrenta presidentes obsesionados con las redes sociales y sudaderas con capucha, que mezclan un estilo populista con instintos autoritarios de derecha. Hablan el lenguaje de la eficiencia, la seguridad y la modernización, mientras concentran el poder a una velocidad vertiginosa.

Su retórica toma prestadas las promesas de la izquierda de acabar con la élite, pero sus políticas suelen reflejar las versiones más duras del conservadurismo de ley y orden y el neoliberalismo económico. Para los latinos en EE. UU. con raíces en El Salvador, en Argentina, en Ecuador y más allá, este cambio se siente profundamente personal. Está transformando los países que dejaron, a los familiares que apoyan y las ideas políticas que circulan de regreso en las comunidades latinas en Estados Unidos.

Nuevos caudillos, nuevas herramientas de poder

Nayib Bukele de El Salvador es el prototipo más claro de este caudillo actualizado. Ex ejecutivo de marketing, entró en la política a través del izquierdista FMLN, pero fue expulsado tras atacar al liderazgo del partido. Reinventándose casi de la noche a la mañana, abrazó al partido conservador GANA, se presentó como un outsider anti-establishment y anunció en redes sociales que construiría un nuevo movimiento, Nuevas Ideas, desde cero.

Pero según la Harvard International Review, lo realmente novedoso de Bukele no es tanto su cambio de partido como su estrategia digital: desde sketches en TikTok hasta selfies cuidadosamente preparadas, el autodenominado “presidente más cool del mundo” ha usado las plataformas sociales tanto como herramienta de campaña como de gobierno, saltándose a los medios tradicionales para hablar directamente con los jóvenes votantes.

Envuelve un lenguaje evangélico sobre ser un “instrumento de Dios” en una estética de gamer e imágenes llamativas, legaliza el Bitcoin y transmite en vivo anuncios de políticas. Cuando Nuevas Ideas se convirtió finalmente en su vehículo oficial, ganó la reelección por abrumadora mayoría—prueba de que la personalidad más el algoritmo pueden superar a las estructuras partidarias tradicionales.

Su éxito ha generado imitadores. En Argentina, Javier Milei arrasó en las elecciones de 2023 presentándose como un outsider “anarcocapitalista” armado con una motosierra y decidido a demoler el establishment político. Se apoyó en TikTok y en una constelación de jóvenes influencers de derecha para viralizar la teoría económica y furiosos discursos contra “la casta”. Cerca del 70 por ciento de los jóvenes votantes lo respaldaron en la segunda vuelta, especialmente los hombres jóvenes, cautivados por su promesa de recortar el Estado y aplastar la inflación.

El presidente de Ecuador, Daniel Noboa — nacido en Miami y crítico declarado del estilo de Bukele — sin embargo, ha tomado prestado el manual del salvadoreño: chaquetas de cuero, videos de ejercicio con su esposa influencer, estética curada en Instagram y un llamado constante a la juventud desencantada con los partidos tradicionales. Es esencialmente la misma imagen en cada caso: un líder cool, moderno, no ideológico, que afirma barrer con las viejas divisiones izquierda-derecha y gobernar con “sentido común”.

Sin embargo, bajo los memes y los eslóganes hay algo antiguo: una justificación del gobierno de mano dura en nombre de salvar a la nación.

Agencia EFE

Seguridad, inflación y la política del miedo

Bukele y Noboa utilizan el miedo al crimen para justificar poderes extraordinarios. El Salvador tuvo en su momento la tasa de homicidios más alta del mundo, alcanzando un pico de 106 asesinatos por cada 100,000 habitantes en 2015, con pandillas como la MS-13 y la Barrio 18 controlando barrios a su antojo. Al asumir el cargo, Bukele prometió no reformas incrementales, sino una “guerra” contra las pandillas.

En 2022, a su pedido, la Asamblea Legislativa declaró un amplio estado de excepción, ampliando los poderes de las fuerzas de seguridad y suspendiendo las garantías del debido proceso. Una nueva mega-cárcel, el Centro de Confinamiento del Terrorismo, se convirtió en el símbolo visual de su “Modelo Bukele”.

Los resultados son dramáticos. Para 2024, la tasa de homicidios había caído a aproximadamente 1.9 por cada 100,000, lo que convirtió a El Salvador, al menos en el papel, en uno de los países “más seguros” del hemisferio. Pero el precio es enorme. El Salvador ahora tiene la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, con aproximadamente el 1.7 por ciento de su población tras las rejas. Organizaciones de derechos humanos documentan arrestos arbitrarios, torturas y desapariciones. En nombre de la seguridad, las garantías constitucionales se han vuelto opcionales.

Noboa ha importado una lógica similar a Ecuador, donde las bandas alimentadas por el narcotráfico han convertido ciudades antes pacíficas en campos de batalla. Dos meses después de asumir, declaró un “conflicto armado interno” contra veintidós grupos etiquetados como terroristas, enviando al ejército a las cárceles y a las calles. Nuevas leyes permiten allanamientos rápidos, incautación de bienes y penas mucho más altas para el crimen organizado. Noboa incluso anunció planes para una nueva prisión de máxima seguridad inspirada en la de Bukele, utilizando algunas de las mismas empresas.

Los homicidios han bajado de unos 46 a 39 por cada 100,000 en un año, pero las preocupaciones sobre privacidad, debido proceso y condiciones carcelarias se han disparado—junto con su popularidad.

El campo de batalla de Milei es económico, no criminal. Cuando fue elegido, Argentina se ahogaba en la inflación—211 por ciento anual, 25.5 por ciento mes a mes. Blandiendo una motosierra en los mítines, prometió recortar el Estado. Su programa de austeridad efectivamente ha hecho bajar la inflación y producido el primer superávit presupuestario en 14 años. El principal índice bursátil del país se ha disparado.

Mientras tanto, los recortes profundos al gasto público están desmantelando universidades, infraestructura y servicios de salud. Los salarios del sector público han caído más del 15 por ciento en términos reales, y un sistema de salud pública antes orgulloso se está reduciendo. Para muchos argentinos, el precio de estabilizar la moneda se paga en hospitales, aulas y billeteras vacías.

Ya sea con el lenguaje de la seguridad o de la inflación, cada líder ha invocado una crisis para justificar una concentración extraordinaria de poder.

Erosión democrática y un eje global de derecha

Como enfatiza la Harvard International Review, estos caudillos hacen más que aprovecharse de las emergencias: están rehaciendo el Estado mismo. Bukele utilizó la supermayoría de su partido para reducir el número de municipios de 262 a 44, disminuyendo la representación local y dificultando que los partidos de oposición ganen. Después de eso, intervino en el poder judicial, removiendo al Fiscal General y a los jueces de la Corte Constitucional que se le oponían y reemplazándolos por leales.

Aunque la constitución tenía disposiciones que limitaban los mandatos presidenciales, fue reelegido, argumentando ante una corte afín que las reglas no significaban realmente lo que decían.

Milei, por su parte, utiliza su agenda económica como palanca para vaciar el Estado de bienestar argentino y expandir el control ejecutivo. Recortar casi la mitad del presupuesto del Ministerio de Salud y despedir a miles de empleados no solo reduce los servicios, sino que también prepara el terreno para retroceder en derechos reproductivos, ya que la anticoncepción gratuita y las pastillas abortivas se eliminan de la provisión pública. La guerra contra “la casta” se convierte en una guerra contra las protecciones sociales y las libertades civiles.

Noboa, hasta ahora, parece más moderado. Ha prometido públicamente respetar los límites de mandato y la independencia del parlamento y los tribunales, describiendo incluso esto como lo que mantiene a Ecuador “civilizado”. Habla de fortalecer la educación y la salud públicas junto a su ofensiva contra el crimen. Pero las herramientas estructurales que ha adoptado—estados de excepción, despliegues militares internos, expansión carcelaria y estrechos lazos de seguridad con Estados Unidos—pueden fácilmente sobrevivir a las buenas intenciones en manos menos escrupulosas.

Lo que hace que este momento sea especialmente preocupante, según el informe, es que estos líderes no están aislados. Forman nodos en un amplio ecosistema de derecha anclado por figuras como Donald Trump. Milei y Noboa asistieron en persona a la toma de posesión de Trump en 2025, desafiando la convención diplomática moderna. El gobierno de Bukele ha sido pagado para contener migrantes deportados desde EE. UU., externalizando de hecho partes de un régimen antiinmigración mientras recibe carta blanca en materia de derechos humanos en casa.

Noboa ahora busca a contratistas de seguridad estadounidenses como el fundador de Blackwater, Erik Prince, y trabaja para traer de vuelta la infraestructura militar estadounidense a la costa de Ecuador. Milei replica las posturas de Trump sobre la Organización Mundial de la Salud, los acuerdos climáticos y las guerras culturales, llegando incluso a prometer trasladar la embajada argentina en Israel a Jerusalén.

Para los latinos en EE. UU., este eje emergente no es una curiosidad lejana: vincula la política de su país adoptivo con el destino de sus tierras de origen, moldeando los flujos migratorios, las condiciones de derechos humanos y las perspectivas económicas en todo el continente americano.

Según el análisis de la Harvard International Review, los nuevos caudillos de América Latina están ayudando a construir un modelo exportable de “autoritarismo cool“—amigable con las redes sociales, impulsado por crisis y respaldado por alianzas transnacionales—que amenaza las normas democráticas mucho más allá de sus propias fronteras. Si la próxima generación de votantes, de San Salvador a Los Ángeles, acepta o resiste ese modelo podría determinar el futuro democrático de la región.

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