ANÁLISIS

Panamá y Colombia convierten la rivalidad global en puertos, oleoductos y posibilidades

Con el Canal de Panamá de nuevo en el punto de mira de Washington, dos países vecinos están aprovechando su momento. Para Panamá y Colombia, la rivalidad global no es solo un riesgo: es una palanca, una oportunidad para reconstruir la logística, replantear la diplomacia y escribir sus propias reglas de juego.

Un canal bajo presión, y lleno de potencial

El canal de Panamá siempre ha atraído una atención desproporcionada. Pero cuando Donald Trump prometió “recuperarlo” durante un discurso de campaña, la retórica resonó más fuerte de lo habitual. Ciudad de Panamá se llenó de visitas de alto nivel, gestiones de cabildeo y maniobras diplomáticas: ansiosas en apariencia, pero estratégicas en el fondo. Para los líderes de la Autoridad del Canal, la atención de EE. UU. no es una amenaza, sino una oportunidad para modernizar, diversificar y proteger uno de los corredores comerciales más vitales de América Latina.

La lista de tareas ya está en marcha. Una propuesta de embalse en el Río Indio, valorada en 1.500 millones de dólares, ayudaría a resolver una creciente crisis hídrica que obliga a imponer restricciones de calado durante las sequías. Un proyecto de oleoducto busca transportar gas licuado de petróleo y otros productos energéticos a lo largo del borde occidental del canal. Y la modernización de las operaciones portuarias en ambos extremos del canal podría crear una red de transbordo sin fisuras en las Américas.

El sector privado ha captado la señal. Justo cuando la retórica de Washington se intensificaba esta primavera, la naviera Maersk adquirió discretamente la línea ferroviaria que conecta las costas atlántica y pacífica de Panamá, una clara muestra de confianza. Y, con los transportistas apresurándose para evitar posibles aranceles, el canal entregó recientemente 2.500 millones de dólares al tesoro nacional, un ingreso inesperado que subraya cuán central sigue siendo para la logística global.

El canal ya no es el peón que solía ser. Desde que la expansión de 2016 añadió un tercer carril, se ha gestionado con disciplina comercial y orgullo nacionalista. Sin embargo, una de las críticas de Trump encontró cierto eco local: la creciente huella económica de China. En 2017, Panamá reconoció oficialmente a Pekín sobre Taipéi y se unió a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Empresas chinas invirtieron en logística, infraestructura y energía, incluyendo operaciones portuarias en ambas bocas del canal.

Pero la marea vuelve a cambiar. Un consorcio de Hong Kong está vendiendo participaciones en los puertos de Balboa y Cristóbal a un grupo respaldado por EE. UU., Pekín está contraatacando y el contralor panameño ha instado a revisar extensiones pasadas. El resultado probable: menos influencia china, más escrutinio estadounidense y una batalla de arbitraje que podría marcar la reputación de Panamá durante décadas.

Jugando el juego del estrecho: neutral, pero no pasivo

El presidente panameño, José Raúl Mulino, sabe bien la línea que camina. Si se inclina demasiado hacia Washington, corre el riesgo de socavar el papel de Panamá como centro logístico global. Si se acerca demasiado a Pekín, pierde un respaldo político vital. Así que Mulino está intentando algo más ágil—lo que los analistas llaman la “postura Singapur”: mantenerse abierto, útil y sin tomar partido si puede jugar con ambos.

Ya ha dado pasos para reequilibrar la situación. Panamá se retiró formalmente del club de la Franja y la Ruta de China, firmó nuevos acuerdos de seguridad con EE. UU. y realizó ejercicios militares conjuntos. Pero el transporte marítimo chino sigue siendo la segunda mayor fuente de ingresos del canal, y la comunidad china, asentada desde hace décadas, está profundamente integrada en su economía.

La estrategia es clara: convertirse en la versión del hemisferio occidental del estrecho de Malaca, un corredor fiable y basado en reglas, donde los barcos transiten sin importar la política de las banderas que enarbolen. Mulino necesitará más que discursos para lograrlo. Debe reconstruir la confianza interna, reparar las cicatrices fiscales de la pandemia y evitar conflictos sociales que puedan destruir la confianza de los inversionistas de la noche a la mañana.

Tras años de agitación—desde marchas contra la inflación hasta una revuelta por una mina de cobre—, el gobierno panameño sabe que el margen de error es mínimo. Pero el premio está claro: si Mulino logra garantizar la seguridad hídrica, la resiliencia portuaria y mejoras a nivel comunitario, podría convertir el escrutinio de las grandes potencias en una ventaja duradera.

La ruta paralela de Colombia hacia la relevancia global

Colombia, mientras tanto, observa—y está lista para actuar. Con puertos en dos océanos y una ubicación justo al sur del canal, se beneficia cada vez que Panamá tropieza o se llena. Pero también tiene la oportunidad de ir más allá del mero oportunismo.

En el Caribe, Cartagena y Barranquilla ya funcionan como centros de transbordo de clase mundial. Buenaventura, en el Pacífico, aún enfrenta problemas de inseguridad e infraestructura débil, pero su ubicación es estratégica, especialmente mientras las empresas asiáticas buscan un acceso más rápido a los mercados estadounidenses mediante el nearshoring.

El verdadero activo de Colombia podría ser su capacidad de conectar la costa con el interior. Un sistema modernizado del río Magdalena, mejores carreteras y una aduana digital podrían convertir al país en un canal seco—un corredor logístico que complemente a Panamá en lugar de competir con él. Sumando infraestructura de energía limpia en crecimiento, un sector de servicios cualificado y herramientas fintech que conecten a la diáspora con las exportaciones regionales, Colombia podría convertirse en un nuevo nodo de la cadena de suministro.

El enfoque diplomático también importa. Si Colombia se declara neutral, adopta transparencia en las licitaciones y genera confianza inversora con reglas claras, puede atraer socios tanto de Oriente como de Occidente sin ceder su soberanía. La planificación portuaria coordinada con Panamá, el mercadeo conjunto de opciones de transbordo y la armonización de regulaciones podrían hacer que la región no solo sea un lugar de paso, sino un lugar para invertir.

EFE

Un modelo de competencia, no de complacencia

Esto no es una secuela de la Guerra Fría. Es un renacimiento logístico. EE. UU. y China seguirán compitiendo por influencia, pero países latinoamericanos como Panamá y Colombia no tienen que ser peones. Pueden ser jugadores.

Para Panamá, el plan comienza con la seguridad hídrica, se amplía con ingresos diversificados mediante energía y créditos de carbono, y gana credibilidad a través de la neutralidad basada en reglas. Para Colombia, se trata de conectar las costas pacífica y atlántica con el interior, modernizar sus puertos y convertir la logística regional en un activo nacional.

El hilo conductor es la competencia. No la alineación. No la ideología. Solo la fiabilidad: infraestructura funcional, contratos claros y gobernanza receptiva.

En el mundo actual de las cadenas de suministro, eso es lo que genera confianza. Si Panamá y Colombia pueden ofrecer paso predecible, liderazgo estable y servicios a la altura de sus ambiciones, no solo se adaptarán a la rivalidad global: la moldearán.

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Créditos: Reportes y datos citados de la Autoridad del Canal de Panamá, Wired, A.P. Moller-Maersk, Esteban Amaro, Universidad del Sur de Florida y EFE.

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