Por qué la gente vota contra sí misma – una lección de Colombia
El resultado del referéndum sobre los acuerdos de paz en Colombia fue tan sorprendente como el Brexit. ¿Por qué hay personas que votan en contra de opciones que tienen sentido?
El 6 de febrero, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el segundo grupo guerrillero de Colombia, liberó al ex diputado Odín Sánchez, que había retenido como rehén durante los nueve meses anteriores. Al día siguiente, en las afueras de Quito, Ecuador, el gobierno colombiano iniciaba conversaciones oficiales con el ELN. Estos pasos trascendentales han sido posibles debido al exitoso acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Sin embargo, en octubre, cuando estaba yo a punto de viajar allí, la resolución del conflicto en curso parecía improbable. Un referéndum a nivel nacional acababa de sentenciar el acuerdo de paz. El “No” había ganado por una estrechísima ventaja: 0,2%. Fue un resultado tan sorprendente e impopular como el Brexit y el actual presidente de Estados Unidos. Y la pregunta sería: ¿por qué hay personas en todo el mundo que votan en contra de la paz, la unidad y el progreso, en contra de opciones que sin duda tienen sentido? Esta pregunta lleva meses persiguiéndome. Y aunque no puede responderse de manera directa, el conocimiento de la situación política en Colombia ofrece un marco de referencia para comprender lo que ocurre en otros lugares. Pero, primero, para entender la política colombiana, hay que ver cómo y por qué se formaron estos grupos rebeldes.
Si tomamos la historia de Colombia en su conjunto, se puede considerar que las FARC y el ELN son subproductos del colonialismo y de la división política que generó. Los que tienen, tienen mucho que perder; los que no tienen nada, no tienen nada que perder. La gran brecha económica creó un sistema bipartidista, con un partido a cada extremo y poca cosa en medio. Así que, a través de la historia, la feroz competencia entre liberales y conservadores se tiñó a menudo de sangre, dando lugar a una sucesión de guerras civiles. Pero fue un acontecimiento singular, el asesinato en 1948 del carismático líder del Partido Liberal y candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, lo que originó las FARC.
A esto le siguieron diez años de disturbios, acertadamente llamados La Violencia, tras los cuales conservadores y liberales acordaron alternarse en el poder independientemente de lo que votara la gente. Y aunque el voto popular no contaba para nada, las élites políticas se unieron y comenzaron a trabajar contra el pueblo. En nombre del Desarrollo Económico Acelerado (DEA), el gobierno expulsó a los pequeños agricultores de sus tierras para entregárselas a quienes estaban dispuestos a producir a gran escala para la exportación. Fue como reacción ante esta tragedia que los pobres desposeídos se unieron y formaron las FARC y el ELN.
Por sus orígenes, estos grupos rebeldes no se parecen a los villanos tradicionales. Fueron creados específicamente para proteger a la gente. Pero el problema radica en el desajuste entre la ideología y la práctica. Sus actividades – terrorismo, secuestro, distribución de drogas, reclutamiento de niños como soldados – han causado estragos y muchas víctimas. Es por ello que el gobierno colombiano ha estado tratando de lograr su disolución desde los años 60 del siglo pasado. Luego, ¿por qué la gente votó en contra de algo que han venido queriendo durante tanto tiempo? Me lo preguntaba yo, sin darme cuenta de que había otra pregunta, todavía más apremiante: ¿A dónde irían las FARC después de disolverse?
Forma parte del instIGNORE INTO humano protegernos de “los otros” y de cualquier peligro – real o imaginario – que estos “otros” puedan representar. El verdadero peligro, sin embargo, está en los temores basados en una lógica irracional: “Puesto que tú eres distIGNORE INTO a mí, debes querer hacerme daño”; “Como que tú vienes de otro lugar, debes querer quedarte con lo que me pertenece.
Observando el Brexit con un estado de ánimo similar, empecé a entender los motivos que llevaron a esta confusa decisión. A pesar de los efectos negativos que tendrá sobre la economía y las relaciones exteriores del Reino Unido, muchos británicos querían salir de la Unión Europea para poder estar consigo mismos – concretamente, para poner freno a la inmigración y recuperar a su país de aquellos que se perciben como “los demás”. En la misma línea, a principios de este mes de febrero, el gobierno británico anunció el fin de la enmienda Dubs, una legislación que puso en marcha Lord Dubs para ayudar a los niños migrantes en Europa. Esto significa que, a partir del próximo mes de marzo, las puertas del Reino Unido se cerrarán para los niños refugiados. Mientras, en Estados Unidos, una orden ejecutiva presidencial ha dejado a muchas familias de refugiados varadas en los aeropuertos y sin otra opción que regresar a las mismas zonas de guerra de las que lograron escapar – una medida que no sorprende, viniendo de un presidente cuyo programa electoral ha consistido en culpar a los inmigrantes y en construir un muro.
En octubre, yo también tenía una pared con la que lidiar. Me encontraba en California, visitando a un amigo, y mi plan era dirigirme a Colombia desde San Francisco. Entonces, apenas dos días antes de subir al avión, se produjo el fracaso del referéndum. Algunos amigos, preocupados, me preguntaron si todavía quería irme. Y me alcanzó el miedo a lo desconocido. Sin embargo, con el huracán Matthew acercándose rápidamente a la costa este, me resultaba difícil volver a casa. A regañadientes subí finalmente al avión hacia Cartagena, como tenía planeado. Pero al día siguiente, al entrar en la explanada de la ciudad vieja, sentí que había tomado la decisión correcta. Podía contemplar, al otro lado de la calle, la Bahía de los Animales y el crepúsculo tiñendo el cielo y el mar de color rosa y morado. Una brisa fresca barría el paso peatonal y yo disfrutaba de aquella vista que había viajado desde tan lejos para ver. Mi éxtasis, sin embargo, no duró mucho.
Cerca de la puerta de la torre del reloj, a través de la cual Simón Bolívar, el Libertador, entró triunfalmente en la ciudad, se estaba agrupando la gente. En poco tiempo, la plaza se llenó de blanco – camisas blancas, banderas blancas, pancartas blancas con letras negras. Una cosa que había prometido a mis amigos antes de irme era que me mantendría alejada de cualquier protesta. Y allí estaba, a una calle de distancia de una.
La policía no tardó en llegar, y también algunos equipos de reporteros. Una vocecita racional en mi cabeza me decía que me diera la vuelta y me fuese para casa. Pero, ¿cuándo le he hecho yo caso a esa vocecita? De haberlo hecho, para empezar no habría ido a Colombia. En parte, era curiosidad. Pero también era algo más que curiosidad. Sentía que estaban actuando fuerzas superiores a mí. Aquí estaba: era la ocasión para hacer frente a mis temores. Atravesé la calle.
Los manifestantes no eran en absoluto lo que yo había imaginado. En lugar de peligrosos alborotadores, me encontré rodeada de estudiantes universitarios. Y su mensaje no era de ira, sino una llamada a la reconciliación: “ES HORA DE CAMBIAR LA MANERA DE PENSAR: ODIO POR AMOR”; “POR LAS VÍCTIMAS, POR USTED, POR MÍ, POR NUESTRO FUTURO: ACEPTA LA PAZ “, decían las pancartas. Un joven que parecía no tener más de veinte años llegó al centro y se puso a pedir a los líderes de las FARC y al gobierno que trabajasen juntos. Aunque no podía entender más que una palabra de cada tres o cuatro, me llegó la convicción y la urgencia en su voz.
Después del discurso, todos empezaron a sentarse, desde el centro de la concentración hasta la periferia. Y alzando unas velas encendidas, se pusieron a rezar. Me quedé estupefacta y me sentí achicada por la forma en que mostraban su esperanza. Después, se pusieron otra vez en pie y cantaron juntos. Para entonces, sin darme cuenta, había llegado al centro. Y, al borde de las lágrimas, me encontré cantando con ellos: ¡Que viva Colombia! ¡Viva la paz!
Así fue mi primer día en Colombia. Recuerdo haber pensado: “Si el futuro de Colombia es así, no tiene nada que temer”. Y tenía razón. Aunque han habido muchos desafíos y frustraciones a lo largo del camino, la esperanza finalmente ha ganado y se ha logrado la paz. Y ahora, cuando me encuentro con escenas similares de protestas y de clamor público más cercanas a casa, siento la tenue luz del extremo norte de América del Sur cada vez más cerca y más necesaria. Si puede suceder en Colombia, tal vez también puede suceder aquí.