ANÁLISIS

Rodrigo Paz enfrenta una nación vacía: gas, dólares y confianza agotados

Juramentado el sábado, el presidente electo Rodrigo Paz hereda un país con escasez de combustible, divisas y paciencia. Prometiendo un deshielo diplomático y una lucha pragmática contra el crimen, el nuevo líder debe reconstruir una economía que funciona con los últimos vapores.

Una economía construida sobre el gas se queda sin aire

El nuevo presidente de Bolivia asume el cargo con una economía que alguna vez prometió abundancia pero que ahora sobrevive de la memoria. Durante dos décadas, el gas natural financió programas sociales, obras públicas y calma política—el motor de un modelo celebrado en toda Sudamérica. Pero el pozo se está secando.

La producción ha caído de 61 millones de metros cúbicos por día en 2014 a solo 29 este año, y los ingresos en divisas que antes fluían a las arcas estatales se han evaporado. Según cifras citadas por EFE, las exportaciones de gas, que en 2013 generaron 6.100 millones de dólares, se han desplomado a solo 788 millones entre enero y agosto. La escasez de dólares que siguió se ha filtrado en todos los bolsillos: las empresas no pueden importar, las gasolineras racionan diésel y las familias enfrentan la mayor inflación en dos décadas—18,3 por ciento en los primeros nueve meses del año, más del doble de la proyección gubernamental para todo 2025.

La crisis ha transformado la vida cotidiana. Las largas filas en las estaciones de servicio se han vuelto rutina. Las ventanillas de los bancos exhiben carteles que dicen “No hay dólares hoy”. En redes sociales, los ciudadanos intercambian divisas a tasas del mercado negro que suben cada hora. “No es solo un problema económico, es psicológico”, dijo a EFE un comerciante de La Paz. “La gente se despierta preguntándose si podrá llenar el tanque.”

En busca de un respiro, Paz viajó discretamente a Washington y Bogotá, reuniéndose con el Banco Interamericano de Desarrollo, el FMI y el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe. El resultado, informó EFE, es un paquete financiero de 3.100 millones de dólares—un préstamo puente para mantener la solvencia del gobierno mientras comienzan las reformas estructurales. Aun así, él mismo admite que el dinero es solo un torniquete. La tarea más profunda es restaurar la fe: en la moneda boliviana, en el sector energético y en la idea de que el mañana no costará más que hoy.

Un reinicio de la política exterior que comienza con Washington

Tras una reñida segunda vuelta, Paz enmarcó su presidencia con una promesa sencilla: “Poner a Bolivia en el mundo y traer el mundo a Bolivia.” Su primer paso es descongelar el aislamiento diplomático que ha marginado al país durante dos décadas.

El mes pasado, voló a Washington para mantener reuniones que su oficina describió, en declaraciones a EFE, como “el inicio de una nueva etapa” en las relaciones entre Estados Unidos y Bolivia. Era una escena inimaginable bajo Evo Morales o su sucesor Luis Arce, cuyos gobiernos expulsaron agencias estadounidenses y cortejaron a aliados de izquierda desde La Habana hasta Caracas.

Paz ha dejado claro que la nueva política exterior de Bolivia será pragmática, no ideológica. Rechazó invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela a su toma de posesión, un gesto que inmediatamente provocó la suspensión de Bolivia del bloque ALBA pero que marcó una ruptura con el pasado. “Mantendremos relaciones solo con gobiernos que respeten la democracia”, dijo a EFE.

El cálculo es arriesgado. En el panorama polarizado que dejó Morales, la desconfianza hacia Washington es profunda y los opositores pueden usar cualquier señal de alineamiento como arma. Sin embargo, Paz cree que el acercamiento es esencial si Bolivia quiere reabrir mercados, atraer inversiones y cooperar en transición energética y seguridad fronteriza. Un reinicio también podría diversificar el comercio más allá del gas y los minerales, anclando la economía en la agricultura, el litio y el turismo. La pregunta es si el giro hacia Washington puede tener éxito sin alienar a una base interna que aún equipara soberanía con distancia.

EFE/ Luis Gandarillas

Seguridad, cárteles y el costo de la impunidad

Incluso mientras habla de diplomacia, Paz enfrenta a un enemigo interno que ignora las fronteras. “El crimen organizado se ha aprovechado de nuestra debilidad institucional”, dijo a EFE poco después de su victoria. Sus palabras reflejan una creciente ansiedad nacional: Bolivia, antes considerada un corredor, se está convirtiendo en un centro.

Las autoridades han vinculado a miembros del Primeiro Comando da Capital (PCC) de Brasil con redes de narcotráfico bolivianas. Al mismo tiempo, el fugitivo uruguayo Sebastián Marset—un destacado narcotraficante—fue descubierto viviendo cómodamente bajo documentos falsos en Santa Cruz. Para muchos bolivianos, esas revelaciones demostraron hasta qué punto se ha extendido la impunidad.

Paz dice que trabajará con “cualquier socio internacional” dispuesto a ayudar a desmantelar estas redes, informó EFE, pero ese compromiso despierta fantasmas. La última vez que Bolivia colaboró estrechamente con Estados Unidos, bajo los programas antidroga de principios de los años 2000, las acusaciones de extralimitación y abusos de derechos humanos llevaron a Morales a expulsar a la DEA estadounidense en 2008. Ahora, las facciones de izquierda temen su regreso.

Analistas entrevistados por EFE sostienen que el nuevo presidente debe equilibrar la aplicación de la ley con la reforma—fortaleciendo los tribunales y las unidades de delitos financieros mientras evita la militarización de las zonas rurales. El éxito significaría más que calles seguras. También restauraría la confianza de los inversionistas y reduciría la economía informal, que drena los ingresos públicos. El fracaso podría consolidar la percepción de que el Estado de derecho en Bolivia es negociable.

Gobernar sin mayoría, construir un mandato

La aritmética política es tan desafiante como la económica. El Partido Demócrata Cristiano de Paz tiene el bloque más grande en el Congreso, pero no una mayoría absoluta, lo que lo obliga a forjar alianzas con cuatro fuerzas menores. Antes de la segunda vuelta, el empresario Samuel Doria Medina y su partido Unidad lo respaldaron, mientras el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga prometió “oposición constructiva” y ofreció cooperación legislativa, informó EFE. Su apoyo ha permitido que los aliados de Paz presidan ambas cámaras, pero la luna de miel será breve.

Cada reforma—subsidios a los combustibles, cambios fiscales, nombramientos judiciales, auditorías de empresas públicas—requerirá negociación. El MAS, golpeado pero no derrotado, todavía conserva una profunda lealtad entre los votantes rurales y los sindicatos. Un solo paso en falso podría convertir el estancamiento en parálisis.

El mejor activo de Paz puede ser la urgencia. Las crisis que lo enfrentan—bombas de gasolina vacías, escasez de dólares, precios en alza—dejan poco espacio para el teatro ideológico. Su éxito temprano dependerá de pequeñas victorias visibles: filas más cortas de combustible, tasas de cambio estables y un plan creíble para reactivar la producción de gas. Cada mejora le compra tiempo y legitimidad.

“La confianza se multiplica”, dijo a EFE un politólogo en La Paz. “Pero desaparece más rápido que el combustible.”

El nuevo presidente lo sabe. Su discurso de investidura no terminó con aplausos sino con una promesa de “hacer que Bolivia vuelva a ser gobernable.” La frase llevó un desafío silencioso: en un país donde la fe en las instituciones se ha drenado como sus campos de gas, Rodrigo Paz debe demostrar que la renovación aún es posible—un dólar, una alianza y un soplo de confianza a la vez.

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