Señor Funcionario, ¿y qué hizo la plata?
Es indiscutible que las prácticas corruptas han estado profundamente arraigadas a la cultura colombiana desde el comienzo de la historia
Hablar de corrupción en Colombia no es un secreto para nadie. Y es que como se diría coloquialmente, el robo de los recursos públicos “es pan diario”. El carrusel de la contratación, el caso de Salucoop, Interbolsa, Agro Ingreso Seguro y uno de los más recientes, Odebrecht, son solo algunos de los escándalos que le han costado aproximadamente un billón de pesos por semana a los colombianos.
Según informes de la Procuraduría General de la Nación, la corrupción en Colombia es tan alta, que corresponde al 4% de los bienes y servicios producidos por la economía del país, es decir el Producto Interno Bruto (PIB), lo cual equivale a una pérdida de 50 billones de pesos por año.
Y ¿cómo confiar en los entes reguladores, si las contralorías regionales, quienes supuestamente deben controlar el manejo adecuado y correcto uso de los recursos territoriales, tienen el más alto grado de corrupción que los organismos que vigilan? De acuerdo con los informes del Índice de Transparencia Nacional (ITP), la gran parte de las entidades del Estado, tanto departamental, local y nacional, fueron catalogadas con el riesgo de corrupción “alto” y “muy alto”.
¿Cuáles son las consecuencias?
Es evidente que la corrupción nunca viene sola. Siempre trae consigo consecuencias que son realmente devastadoras para los ciudadanos. Según la Secretaría de Transparencia, aproximadamente 83 obras de infraestructura de todo el país, han sido abandonadas debido a las irregularidades en su planeación. Por ejemplo, uno de los casos más conocidos es el contrato de la calle 26, donde se entregaron multimillonarios contratos viales a cambio de comisiones a varios funcionarios del Distrito. Funcionarios a quienes arbitrariamente no se les ha imputado ninguna sanción, ocasionando un pérdida de aproximadamente 100 millones de dólares.
Además del extravío de dinero, también es evidente que la corrupción aumenta la ineficiencia en las respectivas sanciones e investigaciones a los mandatarios, ya que, según el Observatorio de Anticorrupción de la Presidencia, el 50% de los acusados por corrupción no pagan un solo día en la cárcel y el 25% recibe el privilegio de casa por cárcel. Y es que la justicia colombiana tiene una metodología bastante cuestionable en sus sanciones y castigos. Miremos el caso del funcionario Bernardo, alias “el ñoño” Elías, quien a pesar de haber sido recluido en la cárcel La Picota de Bogotá por el escándalo de Odebrecht, sigue recibiendo su sueldo como senador de nada más y nada menos que de 30 millones de pesos mensuales (lo cual equivale a más de $10.000 USD).
Y ni hablar del déficit presupuestal en el sector de salud. Según la Asociación Colombiana de Hospitales y Clínicas, actualmente los recursos son de 5,5 billones, siendo la deuda de estas entidades de más de 7 billones de pesos (más o menos 23 mil millones de dólares), provocando un alarmante deterioro en la salud de los colombianos. Por ejemplo, la impresionante situación de niños con cáncer, que según la Defensoría del Pueblo, el 60% de niños que padece este tumor, muere debido a la falta de tratamientos y la inadecuada entrega de medicamentos. Esto se relaciona a la actual caída de SaludCoop, donde según la Superintendencia de Salud, aproximadamente unos ocho mil cheques fueron girados pero no pagados a sus proveedores.
Esta situación lleva a evidenciar que cada 4 minutos se interpone una tutela para reclamar servicios de salud, el 59,9% de las instituciones hospitalarias ha tenido que endeudarse para intentar solucionar la falta de recursos y 14 de 27 EPS, se encuentran en “vigilancia especial” debido a su arbitraria administración, según afirmó la Asociación de Hospitales y Clínicas.
¿Qué hacer al respecto?
Todo esto lleva a preguntarse, ¿y dónde están los recursos? ¿Habrá alguna solución para esta evidente realidad? Es indiscutible que las prácticas corruptas han estado profundamente arraigadas a la cultura colombiana desde el comienzo de la historia.
Y así como alguna vez lo dijo Gabriel García Márquez, en su columna “Por un país al alcance de los niños” publicada en El Tiempo, en 1994: “Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico (…) Pues somos dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad. Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas se eternizan”.
No hay duda que en Colombia hay un grave problema de identidad y de apropiación por el bien público. Porque no se percibe como una sola nación y como resultado se ha padecido una oleada de corrupción. Así que mientras no trabajemos en esa raíz social, sumergida en una cultura de narcotráfico y facilismo, será muy complejo llegar a comprender quienes fuimos y quienes podamos llegar a ser; mirando este país como nuestro, con todas sus complejidades y capacidades, comprometidos a ser un solo territorio, no cediendo el poder a unos pocos, que nunca han honrado ni engrandecido a la nación, porque así como lo afirmó William Ospina, siempre les ha parecido un “país de cafres”. Hasta que no comprendamos que la educación es fundamental para el desarrollo de una vida digna, no podremos llegar a renacer esa cultura tan única y nuestra, llena de historia y grandes riquezas.
Latin American Post | Julieth Gutiérrez