Una marea cambiante: la creciente distancia entre América Latina y la influencia de Estados Unidos
Los recientes acontecimientos en Honduras ponen de relieve una tendencia más amplia en América Latina: un cambio notable en la cooperación con los Estados Unidos. A medida que aumenta el sentimiento antiestadounidense entre los líderes regionales, está surgiendo un nuevo panorama geopolítico que desafía las alianzas de larga data y la influencia estadounidense.
En los últimos años, América Latina se ha convertido cada vez más en una región donde la influencia de los Estados Unidos se está debilitando. Estados Unidos, que antes era considerado el líder y aliado indiscutible de muchas naciones latinoamericanas, ahora enfrenta una creciente resistencia de los gobiernos que buscan asociaciones, alianzas e influencia en otros lugares. Este cambio no es solo una cuestión de cambios en las mareas políticas; refleja una divergencia más profunda y sistémica entre los Estados Unidos y varios países latinoamericanos.
Las recientes acciones de Honduras de reconsiderar su tratado de extradición con los Estados Unidos son un claro ejemplo de esta tendencia. La decisión de la presidenta hondureña Xiomara Castro de potencialmente romper este acuerdo legal clave con los Estados Unidos marca un cambio significativo con respecto a la cooperación anterior, lo que indica un sentimiento antiestadounidense más amplio que se está afianzando en toda la región. El panorama geopolítico se transforma significativamente a medida que los líderes latinoamericanos se oponen a las políticas e influencia de Estados Unidos.
Honduras: el último de una serie de rechazos
Las tensiones entre Honduras y Estados Unidos han estado latentes durante algún tiempo. Sin embargo, llegaron a un punto de ebullición con la amenaza del presidente Castro de retirarse del tratado bilateral de extradición. Esta medida se produjo después de que la embajadora estadounidense Laura Dogu planteara preocupaciones sobre la reunión de funcionarios militares hondureños con el ministro de Defensa venezolano Vladimir Padrino López, quien está siendo acusado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos por su presunto papel en una operación de tráfico de drogas.
La respuesta de Castro fue rápida y desafiante. Acusó a Estados Unidos de intentar socavar su gobierno y declaró que no permitiría que el tratado de extradición se utilizara como una herramienta de intimidación. “Estamos defendiendo a nuestras fuerzas armadas, no golpes de Estado”, declaró, enmarcando el tema como soberanía nacional en lugar de cooperación legal.
Esta retórica no es aislada. Refleja un patrón más amplio entre los líderes latinoamericanos, que están cada vez más dispuestos a desafiar abiertamente la influencia estadounidense. La postura de Castro es particularmente significativa dado el contexto histórico: su esposo, Manuel Zelaya, fue derrocado como presidente de Honduras en un golpe de Estado en 2009 que muchos en la región creen que fue apoyado tácitamente por Estados Unidos a pesar de su condena oficial del golpe. Esta historia ocupa un lugar preponderante en las tensiones actuales, alimentando un sentimiento de desconfianza y odio hacia Estados Unidos que ahora se expresa a través de decisiones políticas.
Pero Honduras no está sola en este cambio. Sentimientos similares se han hecho eco en México, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador también ha adoptado un enfoque más agresivo hacia Estados Unidos. Recientemente, declaró que su relación con la embajada de Estados Unidos estaba en “pausa” después de que el embajador estadounidense Ken Salazar criticara una propuesta de reforma judicial en México como una amenaza a la democracia del país. Este tipo de retórica, antes reservada a líderes como Nicolás Maduro de Venezuela, ahora se está volviendo más común incluso entre los aliados de Estados Unidos.
Los agravios históricos alimentan el sentimiento antiestadounidense
El actual sentimiento antiestadounidense en América Latina tiene sus raíces profundas en agravios históricos. Para muchos países latinoamericanos, Estados Unidos no es sólo una superpotencia vecina, sino también una fuerza poscolonial que ha intervenido a menudo en los asuntos de la región, a veces con consecuencias devastadoras. Estas intervenciones militares, políticas o económicas han dejado un legado duradero de resentimiento que resurge a medida que los líderes latinoamericanos tratan de afirmar su independencia.
El recuerdo de los golpes de Estado respaldados por Estados Unidos, como el que derrocó al presidente Salvador Allende en Chile en 1973, sigue atormentando a la región. En Honduras, el golpe de Estado de 2009 que derrocó a Manuel Zelaya es un ejemplo más reciente de cómo las acciones estadounidenses han dado forma a los resultados políticos en América Latina. Si bien la administración Obama criticó el golpe, su rápido reconocimiento de la elección posterior al golpe fue visto por muchos como un apoyo de facto al derrocamiento de Zelaya, lo que profundizó aún más la desconfianza.
Esta desconfianza no se limita al pasado. Cuestiones actuales, como la estrategia de Estados Unidos frente al narcotráfico y la migración, siguen generando fricciones. Estados Unidos ha utilizado durante mucho tiempo los tratados de extradición como una herramienta para combatir el narcotráfico en América Latina, pero esta estrategia ha sido criticada a menudo por su naturaleza unilateral. En países como Honduras, donde expresidentes y sus familias han estado implicados en el tráfico de drogas, estos tratados se consideran una forma de control estadounidense en lugar de asociaciones genuinas.
El ascenso de gobiernos de tendencia izquierdista en países como Honduras, México y Colombia también ha contribuido al resurgimiento del sentimiento antiestadounidense. Estos gobiernos a menudo ven a Estados Unidos como una barrera para sus objetivos de política interna y externa, en particular en lo que respecta a la soberanía económica y la integración regional. Para líderes como Castro, López Obrador y Gustavo Petro de Colombia, distanciarse de Estados Unidos es una estrategia política y una postura ideológica arraigada en un deseo de liberarse de lo que ven como la hegemonía estadounidense.
El auge de la nueva alianza incluye a China y Rusia
A medida que algunos países latinoamericanos se alejan de Estados Unidos, buscan cada vez más apoyo y alianzas con otras potencias mundiales. China y Rusia, en particular, han logrado avances significativos en la región, ofreciendo alternativas al orden internacional dominado por Estados Unidos.
La creciente influencia de China en América Latina es quizás la más notable. En la última década, China se ha convertido en uno de los socios comerciales más importantes de la región, invirtiendo miles de millones de dólares en proyectos de infraestructura, recursos naturales y tecnología. En 2023, Honduras cambió radicalmente su postura al reconocer a China diplomáticamente, cortando su relación de larga data con Taiwán. Esta medida señaló la intención de Honduras de alinearse más estrechamente con China, lo que refleja una tendencia regional más amplia.
El interés de China en América Latina es multifacético. En lo económico, la región ofrece acceso a valiosos recursos naturales y un creciente mercado de consumo. En lo político, China ve a América Latina como un socio estratégico en sus esfuerzos por contrarrestar la influencia estadounidense a nivel mundial. La Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI), el ambicioso proyecto de infraestructura global de China, ha ganado fuerza en América Latina, y varios países se han sumado a ella.
Rusia también ha buscado expandir su influencia en América Latina, aunque de manera más limitada. La región representa una oportunidad estratégica para que Rusia desafíe el dominio de Estados Unidos en el hemisferio occidental. Al apoyar a gobiernos hostiles o ambivalentes hacia Estados Unidos, Rusia busca crear inestabilidad y debilitar la influencia estadounidense. El apoyo del Kremlin a líderes como Nicolás Maduro en Venezuela y sus crecientes vínculos militares con países como Nicaragua son ejemplos de esta estrategia en acción.
Para los líderes latinoamericanos, estas nuevas alianzas ofrecen una manera de diversificar sus relaciones internacionales y reducir su dependencia de Estados Unidos. Al interactuar con China y Rusia, pueden obtener acceso a fuentes alternativas de financiamiento, tecnología y apoyo militar, y al mismo tiempo señalar su voluntad de desafiar el orden liderado por Estados Unidos.
Implicancias para la política exterior de Estados Unidos: la necesidad de un reajuste
La creciente tendencia de los países latinoamericanos a distanciarse de Estados Unidos tiene implicancias significativas para la política exterior estadounidense. A medida que la región se vuelve más asertiva y se alinea cada vez más con otras potencias globales, Estados Unidos debe repensar su enfoque hacia América Latina.
Un desafío clave para los responsables de las políticas estadounidenses es relacionarse con los gobiernos latinoamericanos que son abiertamente críticos de la influencia estadounidense. Las herramientas tradicionales de la diplomacia (ayuda económica, cooperación militar y acuerdos comerciales) pueden no ser suficientes para mantener relaciones sólidas con estos países. En cambio, Estados Unidos debe encontrar nuevas formas de generar confianza y cooperación, en particular con líderes que ven a Estados Unidos como un adversario en lugar de un aliado.
Este reajuste requerirá una comprensión más profunda de los factores históricos e ideológicos de la región que impulsan el sentimiento antiestadounidense. Los responsables de las políticas estadounidenses deben reconocer que, para muchos líderes latinoamericanos, distanciarse de Estados Unidos no es sólo una maniobra política, sino un reflejo de quejas de larga data y un deseo de mayor autonomía. Abordar estas preocupaciones será esencial para reconstruir la confianza y fomentar relaciones más productivas.
Además, Estados Unidos debe hacer frente a la creciente influencia de China y Rusia en América Latina. Esto implicará contrarrestar su influencia económica y política y ofrecer a los países latinoamericanos alternativas viables a las asociaciones que están formando con estas potencias globales. Esto podría incluir la expansión de las oportunidades comerciales y de inversión, el apoyo al desarrollo de infraestructura y el aumento de la cooperación en cuestiones de cambio climático y seguridad regional.
Por último, Estados Unidos debe estar preparado para la posibilidad de que algunos países latinoamericanos sigan alejándose de su esfera de influencia, independientemente de los esfuerzos diplomáticos. En estos casos, Estados Unidos tendrá que centrarse en construir alianzas sólidas con aquellos países que sigan comprometidos a trabajar juntos y, al mismo tiempo, encontrar formas de mitigar el impacto de un orden regional más fragmentado.
Un nuevo panorama geopolítico en América Latina
Las recientes acciones de Honduras y la tendencia más amplia de sentimiento antiestadounidense en América Latina señalan un cambio significativo en el panorama geopolítico de la región. A medida que países como Honduras, México y Colombia se distancian de Estados Unidos y buscan nuevas alianzas con potencias globales como China y Rusia, Estados Unidos enfrenta un desafío creciente a su influencia en el hemisferio occidental.
Este cambio marca el surgimiento de un nuevo panorama geopolítico en América Latina, donde las alianzas tradicionales se están redefiniendo y Estados Unidos ya no puede dar por sentada su influencia. A medida que más países latinoamericanos buscan afirmar su independencia y explorar relaciones con otras potencias globales, Estados Unidos debe adaptarse a una región cada vez más dispuesta a desafiar su dominio.
Durante décadas, Estados Unidos ha dependido de sus vínculos históricos y su influencia económica para mantener su influencia en América Latina. Sin embargo, como han demostrado los acontecimientos recientes, estas formas tradicionales de influencia ya no son suficientes. Estados Unidos se enfrenta ahora a una región en la que una combinación de agravios históricos, presiones políticas internas y el atractivo de asociaciones alternativas con China y Rusia envalentona a los líderes.
La política exterior estadounidense debe someterse a una recalibración significativa para afrontar esta nueva realidad. Esto implicará abordar las causas profundas del sentimiento antiestadounidense y demostrar un compromiso genuino con el respeto mutuo y la asociación. Estados Unidos debe ir más allá de las relaciones transaccionales del pasado y relacionarse con los países latinoamericanos en un nivel más profundo y equitativo.
Además, Estados Unidos debe reconocer que sus intereses en América Latina tienen que ver con mantener la influencia y garantizar la estabilidad, la prosperidad y la cooperación en una región crucial para su seguridad y bienestar económico. A medida que la zona evoluciona, también debe evolucionar el enfoque estadounidense: pasar de una mentalidad de dominio a una de colaboración, donde las voces y las preocupaciones de los países latinoamericanos sean escuchadas y atendidas genuinamente.
El rechazo de Honduras y otras acciones similares de otros países latinoamericanos son una llamada de atención para Estados Unidos. Mientras estas naciones siguen afirmando su independencia, Estados Unidos debe estar a la altura del desafío mediante la elaboración de una política exterior que no sólo sea estratégica sino también sensible a la compleja dinámica que se desarrolla en la región. Sólo así podrá Estados Unidos tener la esperanza de reconstruir la confianza, fortalecer las alianzas y mantener una presencia significativa en una América Latina que cambia rápidamente.
A medida que cambia el panorama geopolítico, Estados Unidos se encuentra en una encrucijada en su relación con América Latina. Sus decisiones determinarán si sigue siendo un socio regional crucial o si se ve cada vez más marginado por las potencias emergentes y las alianzas cambiantes. El camino a seguir requerirá humildad, creatividad y voluntad de relacionarse con América Latina en términos que reflejen las realidades del siglo XXI.