Venezuela: el país de lo impensable
Inflación, pobreza, violencia y una desesperanza instalada marcaron el 2017 en el país suramericano que arranca sin planes de mejora
Llegó 2018 y, con este nuevo año, la temida noticia de un aumento de salario en Venezuela. Previo a la fecha del 31 de diciembre, los venezolanos ya se preparaban para la mala noticia llenando los supermercados para abastecerse de aquellos productos que el bolsillo les permite obtener, pero el nuevo año no deparaba buenas nuevas.
Con el aumento y como ya se ha vuelto tradición en el sexto país exportador de petróleo, la avalancha de especuladores encuentran la oportunidad para explotar a más de uno sin temor a que el peso de la ley, en algún momento, pueda alcanzarlos. Impunidad y más impunidad, abandono y desidia.
De más está hablar del monto que alcanzó el salario mínimo en el país suramericano, porque el Bolívar, la moneda nacional, sirve para poco. Aquello de sobrevivir se queda pequeño frente a la realidad que a diario vivimos quienes por el momento hemos decidido quedarnos.
No puede llamarse subsistencia a todos los cambios que la calidad de vida del venezolano ha sufrido, no puede llamarse subsistencia a las drásticas reducciones en las raciones de comida, no puede llamarse subsistencia a quienes entre la basura y el desperdicio arman su comida, con suerte del día, no puede llamarse vida a quienes acuden a un hospital y mueren porque no hay medicamentos.
En Venezuela, algunos ya se han olvidado de lo que la palabra vida denota y se han dedicado a no morir.
En agosto de 2017, Caritas revelaba que entre los niños de menos de 5 años, la desnutrición aguda moderada era del 8% y la desnutrición aguda severa del 3%; advertía que el sistema de salud y que la crisis en esta nación ha llevado a un incremento de las enfermedades crónicas.
Ante esta realidad, miles se han visto obligados a dejarlo todo. ACNUR detalla que el número de venezolanos que solicitan asilo se ha disparado a 50.000 y se espera que esta cifra aumente. Estima que hay unos 20.000 a 30.000 venezolanos en Brasil, 40.000 en Trinidad y Tobago y unos 300.000 en Colombia.
El día a día para el ciudadano de a pie es una tarea titánica. No hay efectivo, llegar a una agencia bancaria donde los montos de extracciones diarias se reducen a la misma cantidad que te cobra un estacionamiento de vehículos y que en la taquilla te digan que se acabó el dinero es el pan nuestro de cada día.
No hay medicinas, llegar a una farmacia y preguntar por algún medicamento puede convertirte en el hazmereir de todos; en las farmacias solo abundan golosinas incomparables y productos de limpieza.
La proteína es un bien preciado, carnes, pollos, huevos, pescados, quesos pueden todos enlistarse en los deseos más preciados para una familia venezolana. Una golosina más que un lujo es una decisión, comer un chocolate en este país productor de cacao puede equivaler a dejar de comprar la comida del día.
El país que exportó la belleza de sus mujeres, denota hoy precariedad. Un champú equivale en costo a algo menos de medio kilo de carnes, cremas corporales, perfumes, maquillajes placeres para dioses.
Distracción, viajes, paseos de esto poco se habla la prioridad es saber qué vas a comer hoy.
Pasear por Caracas, la capital, es aprender la destreza de sortear huecos profundos en el pavimento y lotes interminables de basura. El gobierno local y central brillan por su ausencia en casi todos los rincones. Las cifras oficiales no existen, la oposición tampoco.
El Fondo Monetario Internacional en su informe de octubre indicó que en 2016 la inflación fue de 254,4%, para 2017 se estimó en 652,7% y para 2018 se proyecta 2.349,3%, un escenario poco alentador salido de lo que veces creemos es una película de terror.
Mientras escribo este texto, algún especulador está remarcando el precio de los productos, así que mejor me voy a tratar de no morir en mi país, Venezuela.
Latin American Post | Yeimy Marian