CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Caribe Mexicano convierte crisis del sargazo en combustible, paneles de construcción y créditos de carbono

En las playas de Quintana Roo, la marea trae más que turistas. En 2025, olas récord de sargazo amenazan con ahogar la marca turquesa de la costa, pero ingenieros y científicos apuestan a que puede convertirse en energía, productos y ganancias.

Un pronóstico con olor a problema

Desde hace más de una década, balsas marrones de sargazo llegan a la costa desde Cancún hasta Tulum, transformando aguas cristalinas en zonas turbias y ahuyentando visitantes. El pronóstico de este año es alarmante. El Laboratorio de Oceanografía Óptica de la Universidad del Sur de Florida prevé que hasta 400,000 toneladas podrían llegar a las costas mexicanas, con arribos diarios en algunas partes de Quintana Roo de hasta 70 toneladas en mayo, el doble del promedio del año pasado.

La masa flotante en el mar es aún más asombrosa: después de alcanzar 22 millones de toneladas métricas en 2018, el monitoreo de esta primavera mostró 37.5 millones de toneladas en mayo y un pronóstico de 50 millones para junio, según Esteban Amaro, de la Red de Monitoreo de Sargazo de Quintana Roo, en declaraciones a Wired.

Una vez en tierra, el sargazo se vuelve rápidamente tóxico. Su descomposición libera sulfuro de hidrógeno, metano y dióxido de carbono, además de metales pesados que se filtran en la arena y las aguas cercanas. Para las ciudades turísticas, eso significa un riesgo para la salud, un hedor que vacía las zonas hoteleras y una factura de limpieza de millones de dólares en temporada alta.

Energía limpia con biogás

Para algunos, la respuesta es obvia: dejar de tratar el sargazo como desecho y empezar a verlo como biomasa. Miguel Ángel Aké Madera, fundador de Nopalimex y veterano en proyectos de energía a partir de nopal, dijo a Wired que cada tonelada de sargazo procesado puede generar un metro cúbico de biogás, equivalente a la energía de un litro de gasolina.

Ya hizo las cuentas. Procesar 500 toneladas al día podría producir 20,000 metros cúbicos de biogás, igualando las ventas diarias de combustible de una gasolinera típica en México. Y afirma que eso es solo el comienzo: “Con 2,500 o 3,000 toneladas al día, verías una verdadera diferencia en un año”.

Amaro coincide. Dada la tendencia del sargazo a liberar metales pesados y gases de efecto invernadero al descomponerse, advierte contra convertirlo en productos de consumo que puedan representar riesgos sanitarios. “La vocación del sargazo es producir energía”, dijo. En su opinión, el biogás y los biocombustibles son la forma más segura y escalable de transformar una molestia pública en un recurso renovable.

Paneles, créditos y economía circular

No todos los caminos llevan al gas. En el Centro de Física Aplicada y Tecnología Avanzada de la UNAM, investigadores desarrollaron Sargapanel, un material de construcción hecho con 60 a 70 kilos de sargazo húmedo por panel. Según la responsable del proyecto, Miriam Estévez González, los paneles son más resistentes, más flexibles y naturalmente ignífugos que los convencionales, y pueden reciclarse al final de su vida útil.

Los beneficios no son solo estructurales. “Cada cinco toneladas de sargazo húmedo equivalen a un crédito de carbono, valorado entre 10 y 30 dólares”, dijo Estévez González a Wired. Según sus cálculos, procesar 4,000 toneladas de sargazo seco podría generar entre 80,000 y 240,000 dólares al año en créditos, al tiempo que se eliminarían 8,000 toneladas de CO₂ de la atmósfera, equivalente a sacar 1,000 autos de circulación.

El gobierno de Quintana Roo está apostando fuerte. En febrero, la gobernadora Mara Lezama anunció la creación del Centro Integral de Saneamiento y Economía Circular del Sargazo, con el objetivo de producir biogás, fertilizantes orgánicos y créditos de carbono. Al evitar la descomposición al aire libre, el centro busca monetizar las emisiones evitadas y mantener limpias las aguas locales. En los meses de temporada baja, cuando el arribo disminuye, las plantas de biogás podrían codigerir lodos de aguas residuales para mantener la producción estable.

EFE

Cambios legales y el impulso para escalar

Hasta hace poco, el estatus legal del sargazo era confuso, enredado entre la marina, agencias ambientales y autoridades estatales. Eso cambió en junio, cuando el instituto de investigación pesquera de México propuso clasificarlo como producto pesquero, lo que abre la puerta a su recolección y venta regulada.

Aké Madera cree que esa claridad podría desbloquear inversiones. Ya probó el concepto en su planta de Michoacán, transportando 50 toneladas desde Quintana Roo para ensayar junto con vinaza de tequila y residuos de nopal. “Es una biomasa ideal para biogás”, afirmó.

En otros lugares del Caribe—República Dominicana, Jamaica, Guadalupe, Martinica, Dominica—se están probando pequeños biodigestores, pero todas las miradas están puestas en México para demostrar que se puede hacer a gran escala. Hay interés desde España, Países Bajos, Alemania, Estados Unidos y Francia. Dos sitios cerca de Cancún están en consideración mientras se finalizan los planes del proyecto.

El humor del océano siempre será una variable. ¿Podrían cambiar las corrientes y disminuir el arribo? Estévez González cree que las tendencias climáticas hacen improbable ese escenario; el calentamiento de los mares está convirtiendo las floraciones de sargazo en una constante, no en un accidente. Y si la oferta disminuye, señala Aké Madera, las plantas podrían usar otros insumos—residuos de agave, huesos de aguacate, estiércol—hasta que llegue la siguiente oleada.

Para Quintana Roo, el reto es enorme. El Banco Interamericano de Desarrollo estima que el sargazo afecta a más del 11 % del PIB estatal. Los hoteles gastan más de 130 millones de dólares al año en limpieza. La pregunta no es si llegará la marea, sino si el sistema en tierra la recibirá con palas o con algo más duradero.

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Si el nuevo enfoque funciona, la marea marrón podría convertirse en una póliza de seguro azul: alimentar autobuses, construir muros, generar créditos de carbono y mantener a los turistas en el agua en lugar de alejarlos. Sería transformar una crisis anual en un ciclo de recursos y demostrar que incluso el visitante menos bienvenido puede integrarse a la economía que alguna vez amenazó.

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