CIENCIA Y TECNOLOGÍA

El descubrimiento de Peñico en Perú muestra cómo la civilización Caral enfrentó la crisis con cooperación, no con conquista

En las ventosas laderas del valle de Supe, en Perú, los arqueólogos han desenterrado Peñico, una ciudad de 3,800 años vinculada a la civilización Caral. Sus plazas y artefactos sugieren que la primera sociedad urbana de las Américas enfrentó la catástrofe climática a través de la adaptación y el consenso, no de la guerra.

Una cuna pacífica en los confines del mundo

A cuatro horas al norte de Lima, el valle de Supe parece cualquier cosa menos hospitalario: colinas ocres que se desmoronan en polvo, viento implacable y horizontes abrasados por el sol. Sin embargo, hace cinco milenios, la civilización Caral-Supe construyó ciudades tan antiguas como Mesopotamia y Egipto. La diferencia era llamativa: Caral no muestra fortificaciones, ni arsenales de armas, ni evidencia de ejércitos.

“Peñico continúa la visión de la civilización Caral de una vida sin conflictos”, dijo la arqueóloga Ruth Shady, quien ha liderado excavaciones en el valle durante décadas, en entrevistas con la BBC. Caral-Supe, reconocida como Patrimonio Mundial por la UNESCO en 2009, tejió una vasta red que unía las pesquerías del Pacífico, los valles andinos e incluso la Amazonía.

Los hallazgos de Caral son notables: un anfiteatro resistente a terremotos diseñado para ceremonias y 32 delicadas flautas —algunas talladas en huesos de pelícano, otras grabadas con monos y cóndores— prueba del comercio entre ecosistemas. Shady explicó que estos instrumentos daban la bienvenida a visitantes de la costa, la sierra y la selva en rituales que unían a las comunidades. El retrato es de una sociedad que valoraba la música por encima del militarismo, la inclusión por encima de la dominación, y la planificación urbana que trabajaba con, y no contra, el ritmo del desierto.

Colapso sin conquista

Ese equilibrio enfrentó su prueba más dura alrededor del 2000 a. C., cuando una sequía de más de un siglo redujo los ríos y vació los almacenes. “El cambio climático causó una crisis en Caral”, dijo Shady a la BBC. “Los ríos y campos se secaron. Tuvieron que abandonar los centros urbanos, lo cual también sucedió en Mesopotamia”.

Durante años, los académicos asumieron que los sobrevivientes migraron por completo hacia la costa, apoyados en la evidencia del sitio cercano de Vichama. Pero el descubrimiento de Peñico, anunciado a mediados de 2025, complica esa narrativa. Construido a unos 600 metros sobre el nivel del mar y a solo 10 kilómetros río arriba de Caral, Peñico se ubicaba más cerca del deshielo glaciar, el único recurso confiable en un mundo cada vez más seco.

En lugar de colapsar en el caos o la conquista, los Caral-Supe parecen haberse reubicado estratégicamente. El sitio no muestra murallas, cicatrices de batalla ni evidencia de asedio. Más bien, Peñico parece una comunidad que se reposicionó para sobrevivir, un testimonio inusual de que la respuesta a la escasez fue la adaptación, no la violencia.

Peñico y el arte de la adaptación

Hasta ahora, los arqueólogos han descubierto 18 estructuras en Peñico: montículos ceremoniales, plazas circulares y recintos residenciales. Entre los hallazgos hay figurillas de arcilla refinada, collares de cuentas, huesos tallados y una llamativa escultura de la cabeza de una mujer pintada con hematita, con el cabello elaborado en un peinado intrincado. Estos artefactos reflejan a un pueblo que, incluso en la adversidad, cultivó identidad, ritual y arte más allá de la mera subsistencia.

Las plazas circulares de la ciudad evocan el modelo de Caral, y probablemente sirvieron como centros de discusión o de gobernanza. El equipo de Shady sugiere que esto puede indicar una toma de decisiones por consenso, una forma de vida cívica que precedió a la Grecia clásica en casi dos milenios.

Hoy en día, tanto Caral como Peñico están abiertos a los visitantes, con guías provenientes de las comunidades locales. “Disfruto guiando en el valle de Supe porque está muy alejado de la ruta turística principal”, dijo a la BBC Gaspar Sihue, guía de Caral. La experiencia del visitante sigue siendo rústica, con caminos de tierra, señalización mínima y gran parte de Peñico aún bajo la arena. Sin embargo, la sensación es inconfundible: caminar entre ruinas donde los primeros americanos organizaron la resiliencia sin ejércitos.

EFE@Zona Arqueológica Caral

Lecciones para un futuro más sediento

Los ecos de Peñico resuenan mucho más allá de la arqueología. Perú aún depende en gran medida de los glaciares andinos para el agua, pero los científicos informan que el país ha perdido más de la mitad de su hielo tropical en solo seis décadas. En ese presente, la historia de Caral se siente profética.

La respuesta de Caral al desastre fue acercarse al agua, diversificar fuentes de alimento, mantener el comercio y mantener viva la cultura. No coronaron caudillos ni rodearon sus plazas con murallas. “Hay muchas cosas que tenemos que hacer frente al cambio climático”, dijo Shady. “Tenemos que cambiar cómo vemos la vida y cómo vemos los cambios que están ocurriendo en nuestro planeta, para que la sociedad humana pueda continuar con buena calidad de vida y respeto mutuo”.

En todo Perú, ecos de otras culturas preincaicas enriquecen la lección: la capital de adobe de los chimú en Chan Chan, los templos de la cultura Lima en Pachacámac y los vastos geoglifos en el desierto de Nazca. Cada uno representa un experimento distinto de supervivencia en un entorno hostil. Peñico añade un hilo vital: incluso bajo la presión del hambre, la cooperación fue una elección.

El sitio aún es joven. Gran parte sigue enterrada, y las interpretaciones pueden cambiar a medida que avancen las excavaciones. Pero su mensaje inicial es poderoso. El desierto mantuvo oculto a Peñico durante casi cuatro milenios; ahora reaparece como revelación histórica y advertencia.

Caminar hoy por sus plazas deja escuchar aún el murmullo del viento sobre las piedras colocadas por manos ya desaparecidas. Las flautas de Caral, el anfiteatro construido para portar sonido, las plazas diseñadas para la asamblea, la reubicación hacia corrientes glaciales en Peñico: todo apunta a una civilización que creía que la supervivencia se orquestaba, no se imponía.

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En un siglo definido por el calor y la escasez, esa convicción se siente menos como una reliquia y más como una guía. La lección de Peñico es clara: la resiliencia no es automática, se diseña. La cooperación no es debilidad, es una tecnología. Y, a veces, la defensa más audaz que una sociedad puede elegir no es el muro ni el arma, sino la decisión de resistir juntos.

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