CIENCIA Y TECNOLOGÍA

El virus Oropouche del Amazonas emerge como amenaza global

Después de permanecer principalmente en la cuenca del Amazonas durante mucho tiempo, el virus Oropouche se ha propagado rápidamente por América del Sur, generando preocupación entre científicos y autoridades sanitarias. A medida que los casos se extienden más allá de Brasil y Perú hacia nuevas áreas, se convierte en un problema mayor para la salud pública.

Un virus que trasciende el Amazonas

El virus Oropouche, un arbovirus transmitido por jejenes y mosquitos, ha circulado en el Amazonas durante décadas. Solo este año, se han registrado 11,634 casos, la mayoría en Brasil (9,563) y Perú (936). Anteriormente concentrado en estos países, el virus ha ampliado su alcance hacia Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Panamá e incluso Cuba, donde su primera transmisión endémica resultó en 603 casos.

La expansión geográfica del virus ha cruzado fronteras internacionales, con viajeros infectados reportados en Canadá y las Islas Caimán, además de 94 casos en Estados Unidos, principalmente en Florida. Europa también ha documentado sus primeros 30 casos en España, Italia y Alemania. Según un informe de Wired, esta expansión es particularmente preocupante, ya que se han registrado las primeras muertes y un aumento de casos graves, incluyendo evidencia de transmisión gestacional.

Juan Carlos Navarro, profesor de la Universidad Internacional SEK, describe la situación como compleja pero previsible. “Tenemos algunas piezas del rompecabezas, pero no hay certeza sobre el papel que juega cada una”, dijo Navarro a Wired. A pesar de décadas de estudio, los investigadores carecen de datos suficientes para predecir confiablemente el comportamiento del virus.

Comprender el ciclo complejo de transmisión del virus

Identificado por primera vez en 1955 en Trinidad y Tobago, el virus Oropouche ha causado decenas de brotes, principalmente en la cuenca del Amazonas. Navarro, quien ha investigado arbovirus como el dengue y el Mayaro durante 30 años, se ha centrado en el Oropouche desde 2016. Explicó que el virus opera a través de dos ciclos principales de transmisión: ciclo selvático (de la jungla) y ciclo epidémico.

En el ciclo selvático, los primates no humanos, perezosos, roedores y aves actúan como reservorios, albergando el virus sin enfermarse. Esto le ha valido al Oropouche el apodo de “fiebre del perezoso”. Sin embargo, Navarro señaló: “No está claro qué papel juegan estos animales o los primates no humanos en la transmisión. Probablemente sean hospedadores amplificadores”.

En el ciclo epidémico, los humanos se convierten en hospedadores amplificadores, transmitiendo el virus a través de insectos que se alimentan de sangre. El principal vector es Culicoides paraensis, un jején tan pequeño que podría confundirse con una mota de polvo. Este vector, presente en toda América, prospera cerca de cuerpos de agua y plantaciones de banano. Sin embargo, su papel en los brotes urbanos sigue sin estar claro.

Navarro advirtió que otras especies de mosquitos podrían facilitar la transmisión local en regiones como Cuba, donde no se ha reportado Culicoides paraensis. “Si mosquitos competentes pican a individuos infectados, podría comenzar un ciclo local, similar a lo que ocurre con el dengue en el sur de Europa”, explicó. Al mirar atrás, como cuando la fiebre amarilla y la malaria llegaron a América, se puede prever cómo podría propagarse el Oropouche de manera similar.

La deforestación y el cambio climático impulsan nuevos brotes

Los investigadores han vinculado los brotes de Oropouche con cambios inducidos por el ser humano en el paisaje, principalmente la deforestación. Cambios en el uso del suelo para agricultura, minería y extracción de petróleo alteran los ecosistemas, acercando a humanos, virus y vectores. Navarro enfatizó esta dinámica: “La deforestación parece ser el principal impulsor de los brotes porque reúne al virus, el vector y los humanos”.

Modelos ecológicos respaldan esta conexión. El epidemiólogo venezolano Daniel Romero estimó que hasta 5 millones de personas en las Américas podrían estar en riesgo de infección, con la deforestación desempeñando un papel crítico. Brotes recientes en Brasil y Perú ocurrieron después de pérdidas significativas de vegetación en las áreas afectadas. Del mismo modo, el primer aislamiento del virus en 1955 ocurrió cerca de la construcción de la carretera Belém-Brasília.

El cambio climático complica aún más las cosas. Las temperaturas más cálidas favorecen el desarrollo más rápido de los mosquitos y la multiplicación de los virus, permitiendo que estos insectos habiten en nuevas áreas. Navarro advirtió que esta tendencia está expandiendo los vectores de Oropouche, dificultando el control.

Evolución genética del virus

La estructura genética del virus añade más complejidad: a diferencia de la mayoría de los virus transmitidos por insectos que tienen un solo segmento genómico, el Oropouche tiene tres. Esto permite una mezcla genética cuando dos virus infectan al mismo hospedador simultáneamente, posiblemente creando cepas más potentes.

Desde su descubrimiento, han surgido varias líneas reasociadas del Oropouche. Por ejemplo, la cepa Iquitos, identificada por primera vez en Perú, causó complicaciones respiratorias en el 38% de las personas infectadas, un síntoma inusual para este virus. Más recientemente, una nueva línea en Brasil parece estar impulsando el brote actual, combinando material genético de cepas de la Amazonia oriental, Perú y Colombia.

Mitigar la creciente amenaza

Aunque el virus Oropouche se está propagando rápidamente, no ha recibido mucha atención investigativa. A diferencia del dengue o el Zika, que han causado brotes importantes, esto ha dificultado obtener financiamiento y colaboración global. Sin embargo, con más personas enfermándose y la OMS advirtiendo sobre el alto riesgo sanitario en las Américas, hay esperanza de más recursos para estudiarlo.

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La lección del Oropouche va más allá de su impacto inmediato. A medida que el Amazonas enfrenta una deforestación sin precedentes y el cambio climático se acelera, la aparición de enfermedades como el Oropouche sirve como un recordatorio de la interconexión entre la actividad humana y la salud pública. Proteger los ecosistemas no es solo un imperativo ambiental, sino una necesidad para la salud pública global.

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