CIENCIA Y TECNOLOGÍA

La Caminata al Glaciar Ventanani de Bolivia Deslumbra a los Excursionistas Mientras el Reloj Climático Avanza

Cada invierno, miles de viajeros se atan las botas en La Paz y se dirigen a Ventanani, una laguna turquesa congelada a casi 5,200 metros de altitud en la Cordillera Real de Bolivia. La vista es impresionante, pero los científicos advierten que el glaciar que la alimenta podría desaparecer en unas décadas.

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El camino a Ventanani inicia con un sobresalto, saliendo del bullicio y la altitud de La Paz hacia una carretera serpenteante y cada vez con menos oxígeno rumbo al Parque Nacional Tuni–Condoriri. Tras 90 minutos, las puertas del vehículo se abren a 4,700 metros de altitud. Es ahí donde empieza el verdadero viaje.

Yoel Paredes, un experimentado guía de montaña, espera junto al puesto de guardaparques, revisando niveles de oxígeno y ofreciendo recordatorios tranquilos a los recién llegados demasiado confiados. “Hasta los excursionistas más en forma se topan con un muro cerca de la cima”, dijo a EFE, señalando la última subida: una mezcla de piedras sueltas donde cada paso hacia adelante resbala medio paso atrás.

La caminata de cuatro kilómetros pasa por la Laguna Jurikhota, de aguas frías y cristalinas, y bordea los flujos helados del Lago Eslovenia, alimentado por el deshielo matutino. Pero el premio —el motivo por el que todos vienen— está más arriba: la Laguna Ventanani, encaramada a 5,080 metros y rodeada de picos irregulares cubiertos de nieve. La Cabeza del Cóndor rasga el cielo a más de 5,600 metros.

Es una vista sagrada. Pero lo sagrado, aquí, se está desvaneciendo.

Caminando Sobre los Huesos de una Era de Hielo

La belleza de postal de Ventanani oculta una verdad inquietante. Bolivia ha perdido más de la mitad de su cobertura glaciar desde los años 70, según glaciólogos de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). La Cordillera Real pierde ahora cerca de un metro vertical de hielo al mes, dejando al descubierto rocas antiguas que no se veían desde antes del Imperio Inca.

“Ventanani es tanto un destino turístico como una señal de advertencia”, escribe la geógrafa de la UMSA Carmen Galindo en un estudio reciente sobre los sistemas hídricos andinos. En invierno, la superficie de la laguna se congela completamente. En verano, se adelgaza hasta agrietarse con estallidos agudos que resuenan en las montañas como disparos.

Paredes ha aprendido a leer los ánimos de la montaña. Ya no lleva grupos en enero. “La lluvia hace colapsar el sendero”, dice. “Hay lodo hasta los tobillos, y las rocas caen rápido. Cortan la lona de las carpas como si fuera papel”.

Ese peligro es cada vez más frecuente, no menos.

EFE/ Esteban Biba

El Último Espectáculo de un Hábitat en Desaparición

La quietud es cinematográfica si se llega lo suficientemente temprano, antes de que el sol asome por la cresta. En días despejados, los cóndores andinos —símbolo nacional de Bolivia— planean sobre los picos sin batir las alas, aprovechando corrientes térmicas invisibles. Sus alas pueden alcanzar casi tres metros de envergadura.

“Hay dos nidos activos cerca de la laguna”, dice Paredes, bajando la voz. No comparte su ubicación exacta. “Algunas personas se preocupan más por las selfies que por las aves”.

La presencia de los cóndores es más que majestuosa. Es un barómetro de la salud del ecosistema, explica el zoólogo Diego Arduz de la Universidad Católica Boliviana. Las aves dependen de manadas de camélidos —llamas y alpacas— que pastan en las laderas. Esos animales, a su vez, necesitan el deshielo glaciar para alimentar los pastos. A medida que el hielo desaparece, toda la cadena alimentaria se desplaza cuesta arriba… hasta que ya no queda más “arriba”.

Y sin embargo, por ahora, el espectáculo continúa. Rayos de sol atraviesan cuevas de hielo. Estalactitas se rompen como vidrio. La costra congelada de la laguna se parte en balsas flotantes, cada una de un azul imposible.

Es hermoso. Y finito.

Turismo al Borde del Colapso

Para Bolivia, el turismo de alta montaña se ha convertido en algo más que una curiosidad: es parte del plan económico.

Un informe de 2024 de la Corporación Andina de Fomento estima que las caminatas glaciares y las excursiones de montaña generan unos 40 millones de dólares al año. Puede parecer poco a nivel nacional, pero es esencial para las comunidades aimaras que ofrecen alojamiento, comida y arrieros.

¿El problema? Los glaciares son el atractivo.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, algunos glaciares andinos podrían desaparecer casi por completo en veinte años si continúan las tasas actuales de deshielo. Eso no solo aplastaría el turismo: paralizaría a La Paz y El Alto, donde viven casi 2 millones de personas que dependen de embalses alimentados por glaciares durante la estación seca.

“Estamos caminando sobre nuestra futura agua potable”, dice Galindo a sus estudiantes. “Y estamos caminando rápido”.

De vuelta en la entrada del parque, Paredes sella permisos y mira al cielo. Habla sobre la próxima generación y si los jóvenes guías tendrán trabajo cuando el hielo desaparezca.

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“Si el glaciar desaparece, también lo hacen los turistas”, dice. Hasta entonces, da a cada grupo las mismas instrucciones: caminen con cuidado, no dejen basura, y deténganse lo suficiente como para oír al glaciar respirar.

Porque algún día, el silencio podría ser lo único que quede.

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