CIENCIA Y TECNOLOGÍA

La última tecnología de punta que rastrea a los migrantes latinoamericanos del desierto al mar

Cámaras activadas por movimiento enterradas en el polvo sonorense, drones que flotan sobre las olas iluminadas por la luna en el Atlántico, y software que escudriña silenciosamente tu teléfono en los mostradores de aduana: los latinoamericanos en movimiento dicen que la frontera de hoy está en todas partes y en ninguna al mismo tiempo, y que nunca parpadea.

Un desierto donde el cactus habla

María Álvarez jura que escuchó el clic del obturador.
Eran las 3 a.m., una oscuridad total cerca de Sasabe, Arizona. La única luz era la de la Vía Láctea y el resplandor anaranjado de Tijuana, ya muy atrás. Entonces —ch-chak—, un sonido como de cámara de juguete. Dos días después, en una celda refrigerada a niveles de nevera, un agente le volteó una tableta. En la pantalla estaba María, congelada en pleno paso, la mochila llena de botellas de agua. “¿Para qué mentir?”, le dijo en español. “Te vimos en el momento en que cruzaste.”

La imagen venía de una Bushnell Core activada por movimiento, atornillada a una rama de mezquite en tierras privadas. Cámaras como esa —más de 8.000 y contando— ahora cubren el corredor del Río Grande, con sus transmisiones enlazadas a la plataforma Gotham de Palantir, un contrato de $30 millones que ICE firmó en abril. Stevie Glaberson, académico en privacidad de Georgetown, dijo a EFE que el software cruza esas imágenes con facturas de luz, compras con tarjeta de crédito y registros de licencias de conducir estatales, “creando expedientes tan detallados que rozan la biografía”. ICE insiste en que el objetivo es “conciencia situacional”. Los críticos lo llaman un panóptico sin órdenes judiciales.

Incluso los ciudadanos sienten el destello. El camionero tejano Rubén Morales descubrió que sus placas habían sido marcadas porque su exinquilino —un soldador indocumentado— una vez pidió prestada su camioneta. A las pocas semanas, Morales enfrentó tres paradas “aleatorias” de la Patrulla Fronteriza a 200 millas al norte de Laredo. “Llegué tarde a entregas, perdí un contrato”, suspira. “Todo porque una cámara recordó algo que mi camión olvidó”.

Sombras atlánticas y espejos mediterráneos

El pescador Eloy Cabrera señala una manga de viento en lo alto de una torre de concreto en la costa rocosa de Lanzarote. Adentro está el SIVE, el Sistema Integrado de Vigilancia Exterior de España. Pulsos de radar barren 20 millas náuticas; lentes infrarrojos penetran noches sin luna. Las autoridades alaban al SIVE por haber rescatado a miles. Cabrera niega con la cabeza. “Últimamente, las patrulleras no salen a salvar sino a empujar”, dice, recordando el incidente de julio cuando un cayuco mauritano flotó fuera de aguas españolas bajo la mirada de drones hasta que llegó una embarcación marroquí.

Una investigación de Euromed Rights en 2023 rastreó €19 millones de fondos europeos destinados a drones y cámaras electroópticas para el SIVE. Sin embargo, la ONG Caminando Fronteras registró más de 10.000 muertes en la ruta atlántica el año pasado—una cifra récord. La investigadora en seguridad marítima Marta Castrillo argumenta en Marine Policy que el radar simplemente desplaza las embarcaciones a rutas más largas y letales, “como apretar un extremo del globo”.

Al otro lado del mar, en Grecia, Beatriz Martos de Amnistía Internacional describe otro lente: las salas de “raspado de teléfonos” en aeropuertos donde los solicitantes de asilo entregan sus móviles desbloqueados. Martos afirma que los oficiales clonan incluso archivos borrados y respaldos en la nube, lo cual es práctica habitual en Austria, Dinamarca y el Reino Unido. El académico de Cambridge Matthew Blanchard lo llama una violación del principio de proporcionalidad: “Se presume culpabilidad en la tarjeta SIM”. Los prototipos ROBORDER de la UE—drones autónomos con reconocimiento facial—flotan arriba, probando algoritmos en personas sin opción de negarse. “Europa antes exportaba libertad”, suspira Martos. “Ahora exporta código que encierra”.

Cuando los reflectores del estadio se vuelven luces de búsqueda

El fútbol se suponía que era nuestra noche libre, dice Carmen García, de El Monte, California. Pagó $350 por un asiento VIP en el partido inaugural de México en la Copa Oro, en Inglewood. Sin embargo, los rumores se dispararon después de que el DHS anunciara que “recursos federales” asegurarían los recintos. El ambiente de parrilla desapareció. La banda de Pancho Villa’s Army guardó sus trompetas. La asistencia cayó en 12.000 personas.

Un informe del Migration Policy Institute cuenta 37 detenciones junto a estadios desde 2019, muchas derivadas de escaneos de placas en los estacionamientos. Glaberson, de Georgetown, advierte que la plataforma Gotham de Palantir puede procesar esos escaneos en tiempo real. En el SoFi Stadium, todo parecía normal—sin retenes, sin redadas—pero el miedo bastó. García vio a México ganar 3-2, y se escabulló antes del tiempo de compensación. “Gritamos con un ojo en las salidas”, dice a EFE. Con el Mundial de 2026 por llegar a 11 ciudades estadounidenses, se pregunta si los migrantes arriesgarán los torniquetes del estadio o se quedarán en casa con ron de contrabando y un televisor pirateado.

Incluso más allá de las fronteras de EE.UU., las tribunas se sienten vigiladas. El activista canadiense Luis Velásquez dice que oficiales de la Gendarmería Real visitaron su apartamento en Toronto tras fotografiar los quioscos de reconocimiento facial durante un partido clasificatorio de la CONCACAF. Los oficiales citaron “preocupaciones de seguridad pública”. Velásquez lo llama intimidación. “Sabían que mi pasaporte salvadoreño había expirado hace años—¿cómo?”, pregunta, agitando la nota de advertencia que dejaron en su puerta.

Datos que nunca mueren y muros que no se ven

A diferencia de ladrillos o alambres de púas, las fronteras digitales permanecen tras los cambios de política. Hungría perdió un caso en el Tribunal Europeo en 2023 por registros masivos de teléfonos—pero el hardware aún está en las furgonetas fronterizas, listo para cuando las leyes cambien. En EE.UU., los límites judiciales al acceso de Palantir siguen siendo vagos; un futuro presidente podría ampliar las consultas con solo un memorando. La socióloga Tanya Golash-Boza, de la Universidad de California, advierte que las herramientas de deportación se infiltran en la vigilancia interna, citando las protestas de 2020 cuando lectores de placas de ICE rastrearon marchas de Black Lives Matter.

Un comandante retirado de la Guardia Civil española (nombre reservado) dice a EFE que cada mejora del SIVE venía envuelta en lenguaje humanitario, “pero los ministros solo hacían una pregunta: ¿cuántas llegadas reducirá?” Ahora se pregunta qué pasará cuando los puertos comerciales adopten sensores similares para escanear a los conductores de camión, o cuando propietarios privados compren análisis de facturas de servicios para evaluar inquilinos. “Las fronteras”, suspira, “se han vuelto un modelo de negocio”.

Para migrantes como María Álvarez, los sensores convierten el viaje en una partida de ajedrez contra un oponente omnisciente. Fue deportada en 48 horas—su imagen capturada activó una alerta de “reincidente fronteriza”. Tres meses después, se prepara para intentarlo de nuevo por el Tapón del Darién. Esta vez, envolverá su teléfono en papel aluminio, viajará bajo luna nueva, y pagará extra a un guía que asegura conocer rutas por crestas que los drones no pueden mapear. “La cámara no me va a sorprender dos veces”, dice, aunque sabe que más lentes la esperan más allá de la selva.

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Créditos: Entrevistas e imágenes de campo cortesía de corresponsales de EFE en Washington, Bruselas, Madrid, Los Ángeles y Quito. Citas de expertos: Stevie Glaberson (Georgetown Center on Privacy & Technology), Beatriz Martos (Amnistía Internacional) y Matthew Blanchard (Universidad de Cambridge). Datos marítimos extraídos del Atlantic Monitor 2023 de Euromed Rights y el registro de víctimas de la ONG Caminando Fronteras.

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