Los antiguos observadores del cielo de Perú reescriben la astronomía global desde una loma en el desierto
En lo alto del desierto costero de Perú, en un paisaje de viento, polvo y piedra rota, los arqueólogos dicen que el pasado acaba de cambiar. En Chankillo, ya hogar del observatorio solar más antiguo conocido de América, han descubierto un monumento aún más antiguo dedicado al cielo, retrasando el nacimiento de la astronomía andina y pidiendo silenciosamente al mundo que reconsidere dónde comenzó la ciencia.
Un ojo más antiguo sobre el cielo andino
Durante años, la fama de Chankillo se basó en sus trece torres, una cresta dentada de piedra en la región norteña de Áncash que permitió a sus constructores seguir el viaje del sol por el horizonte con asombrosa precisión. Se cree que ese observatorio data de alrededor del 250 a.C. Ahora, los arqueólogos que trabajan allí creen que alguien ya observaba el cielo desde este valle incluso antes.
Según un comunicado recogido por EFE, el Ministerio de Cultura de Perú anunció que el equipo de la Unidad Ejecutora 010, a cargo del Complejo Arqueoastronómico de Chankillo, ha confirmado la presencia de una estructura arquitectónica más antigua que el propio Observatorio Solar. Este hallazgo redefine los orígenes de la astronomía andina, extendiendo su cronología y planteando preguntas sobre cómo las sociedades antiguas entendían el cielo antes de lo que se pensaba, lo que ayuda al público a comprender su mayor relevancia.
La nueva estructura aún está siendo desenterrada. Falta la datación por radiocarbono, por lo que nadie se compromete aún con una edad precisa. Pero las pistas se acumulan. Su orientación coincide con el recorrido solar. Las capas de tierra que la cubren, la forma en que se cortaron y ensamblaron sus piedras, todo sugiere un edificio diseñado para seguir los cielos, no simplemente para albergar sacerdotes u ofrendas. Por ahora, las autoridades son cautelosas pero confiadas. “Su orientación solar, la estratigrafía y los materiales de construcción confirman que se trata de un edificio con función astronómica, anterior al Observatorio Solar de Chankillo, considerado el más antiguo del hemisferio”, dijo el ministerio a EFE.
Leyendo el sol y la luna en piedra
El nuevo edificio solar no es la única sorpresa que emerge de las dunas de Chankillo. A medida que avanzan las excavaciones, los investigadores han identificado un corredor trazado con inquietante precisión, alineado intencionalmente con el ciclo lunar. En otras palabras, la misma sociedad que erigió torres para el sol también diseñó pasajes para la luna.
Según el Ministerio de Cultura, este corredor demuestra que “en el complejo se realizaban observaciones tanto solares como lunares, y que el conocimiento astronómico era más diverso y avanzado de lo que se creía”. Durante décadas, Chankillo fue principalmente famoso por sus alineamientos solares, evidencia de un pueblo capaz de anticipar los solsticios y estructurar su calendario en torno a los extremos del sol. Los nuevos hallazgos sugieren algo más: una cultura que entendía el cielo como un todo, siguiendo los ritmos del día y la noche, el disco brillante y su pálido gemelo, e inscribiendo ese conocimiento en piedra.
Si uno se para en el valle al amanecer, con la silueta de Chankillo recortada contra la luz, no es difícil imaginar lo que significaban esas alineaciones. Cada muesca, cada corredor, cada punto de observación ofrecía un ángulo ligeramente distinto sobre el firmamento. Para quienes los construyeron, el cielo no era un mapa abstracto. Era un calendario vivo, una forma de predecir lluvias, cosechas, ceremonias y quizás hasta el momento propicio para la guerra.

Guerreros en la puerta del observatorio
El poder, sugieren las excavaciones, residía donde se encontraban la astronomía y la guerra. El Ministerio de Cultura destacó recientemente el hallazgo de una gran vasija ceremonial de estilo Patazca, de casi un metro de altura, decorada con figuras de arcilla de guerreros congelados en actitud de combate.
La ubicación de la vasija sugiere que las élites combinaban el conocimiento astronómico con el poder militar, evocando respeto por su sofisticada jerarquía social.
Es una imagen evocadora: un sendero angosto hacia el observatorio, custodiado simbólicamente por una vasija llena de guerreros de barro. Pasarla era entrar en un espacio controlado por quienes reclamaban una relación especial con el cielo. Eran quienes leían el sol y la luna, y quienes comandaban a los soldados en tierra. En Chankillo, la capacidad de predecir un solsticio y la de liderar hombres en batalla podían estar en las mismas manos.
La silenciosa apuesta del valle de Casma por un lugar en la historia
En conjunto, la nueva estructura solar, el corredor lunar y la vasija de guerreros han cambiado la forma en que Perú presenta Chankillo al mundo. En su comunicado, el Ministerio de Cultura afirmó que estos descubrimientos consolidan al valle de Casma, donde se ubica el complejo, como “uno de los centros astronómicos ancestrales más importantes del mundo”. Es una afirmación audaz en un país que también alberga los geoglifos de Nazca y las terrazas de Machu Picchu, pero la evidencia en Chankillo resulta discretamente persuasiva.
El trabajo de excavación y restauración continúa tanto en el Observatorio Solar como en las famosas Trece Torres. Se están estabilizando muros y desenterrando estructuras enterradas centímetro a centímetro. El plan es abrir más del sitio a los visitantes en los próximos años, una vez que los conservadores estén seguros de que la antigua piedra puede soportar los pasos modernos.
Cuando eso ocurra, quienes hagan el viaje subirán por la luz del desierto para pararse donde una vez estuvieron los antiguos observadores del cielo andino, entre torres alineadas al sol y corredores sintonizados con la luna. Gracias al paciente trabajo de los arqueólogos y los reportes compartidos a través de EFE, ahora sabemos que cuando los primeros constructores de Chankillo miraban hacia arriba, no solo contemplaban las estrellas. Estaban inventando en silencio una ciencia que, milenios después, nos obligaría a redibujar el mapa de hasta dónde llega la curiosidad humana por el cielo en el Perú.
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