Paisajes Sonoros de Costa Rica Impulsan la Conservación y Perspectivas Ecológicas
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En un remoto bosque costarricense, la bióloga Mónica Retamosa escuchó un canto metálico de un ave resonando sobre el dosel—un críptico pájaro campana que nunca logró ver. Ese momento refleja cómo escuchar la naturaleza transforma las estrategias de conservación y alimenta una comprensión ecológica sin precedentes.
El Canto Metálico que Desató una Misión
Mientras cambiaba las baterías de un dispositivo de grabación cerca del Corredor Biológico AmistOsa en Costa Rica, la bióloga Mónica Retamosa escuchó por primera vez el penetrante canto del pájaro campana (pájaro campana). El sonido era extrañamente metálico—un sonido sobrenatural que recordaba a lo que podríamos imaginar como transmisiones extraterrestres. A pesar de buscar durante media hora, mirando hacia las copas de los árboles, nunca logró ver al esquivo pájaro. Sin embargo, sonrió. Esto formaba parte de su trabajo al escuchar los ecosistemas, un enfoque que aprovecha el poder de la bioacústica y ecoacústica para descubrir aspectos ocultos del comportamiento de la fauna.
Durante años, muchos han apreciado los trinos melódicos de los pájaros o el croar rítmico de las ranas, pero la bioacústica moderna lleva esa apreciación más allá. Examina cómo se generan, transmiten y perciben los sonidos en diferentes hábitats. Mientras tanto, la aeroacústica va más allá de las especies individuales para capturar todo el paisaje sonoro de un lugar—ruidos biológicos, geofísicos e incluso humanos—y luego interpretar su significado ecológico. Retamosa ha observado un rápido crecimiento en estos campos científicos durante la última década, señalando cómo capturar los sonidos de la naturaleza ofrece nuevas ideas sobre la biodiversidad y el estado de hábitats frágiles.
El canto del pájaro campana de ese día ayudó a un proyecto que seguía los cambios estacionales de la especie y su distribución en diferentes altitudes en Costa Rica. Entender dónde y cuándo aparecen los pájaros campana puede servir como un indicador funcional de la salud del Corredor AmistOsa, que conecta el extenso Parque Internacional La Amistad con reservas en la región sur de Costa Rica. Ese corredor es más que solo líneas en un mapa—es un vínculo evolutivo diseñado para restaurar la continuidad forestal, permitir que la fauna se desplace libremente y preservar los ritmos naturales de los cuales las comunidades locales han dependido durante generaciones.
Escuchando las Conversaciones Ocultas de la Naturaleza
Retamosa ha estado a la vanguardia de la investigación bioacústica. Después de completar su doctorado en la Universidad Purdue, donde el investigador Bryan Pijanowski impulsó el estudio de la ecología de los paisajes sonoros, regresó a Costa Rica para poner en práctica estos conceptos. Hoy trabaja en el Instituto Internacional en Conservación y Manejo de Vida Silvestre (ICOMVIS) de la Universidad Nacional de Costa Rica, dedicando su energía a entender las diversas firmas sonoras de una de las naciones más biodiversas del planeta.
“Los sonidos han sido olvidados en cuanto a la conservación,” dijo Retamosa a Wired en Español. “Lo que vemos en los conteos de aves es a menudo menos que lo que escuchamos. La mayoría de las veces, escuchamos muchas más especies de las que alguna vez vemos con nuestros ojos. Cuando un sistema se ve alterado, a menudo detectamos esa alteración antes a través de un cambio en el paisaje sonoro—tal vez una llamada ausente o la presencia de un ruido inusual—que por cualquier otro factor.”
La evolución de la tecnología de grabación automática cambió tanto la bioacústica como la ecoacústica. Los sensores funcionan durante meses sin ayuda humana y graban sonidos de la fauna para su estudio. Aunque existen configuraciones más avanzadas en otras partes del mundo—utilizando paneles solares y conectividad a internet para recibir datos en tiempo real—los bosques tropicales de Costa Rica requieren un enfoque más práctico. Retamosa y colegas como Jimmy Barrantes y Randall Jiménez caminan regularmente por terrenos húmedos, fangosos y, a veces, peligrosos para instalar y mantener estos dispositivos. El bosque puede ser implacable: en una ocasión, Retamosa cayó y se fracturó las costillas. Pero la recompensa es enorme: al no usar métodos invasivos, los investigadores pueden recolectar muestras de sonido reales de los animales en su hábitat natural, a menudo demostrando que existen especies secretas o difíciles de encontrar.
Las estaciones de audio devuelven enormes cantidades de datos, que a menudo alcanzan terabytes de archivos de sonido. Los investigadores luego convierten estas grabaciones en espectrogramas—representaciones visuales de las frecuencias sonoras a lo largo del tiempo, que aparecen como montañas dentadas en forma digital. El equipo puede descifrar patrones biológicos a partir de estos espectrogramas y detectar cambios sutiles que podrían eludir incluso al observador humano más atento en el campo.
Cambio de Enfoque en la Conservación
Los registros bioacústicos no son nuevos. Los científicos han llevado grabadoras portátiles a la jungla durante décadas para registrar los cantos de aves, anfibios e insectos. Algunas grabaciones terminaron como efectos de sonido de películas o música experimental. La diferencia ahora radica en la escala y la eficiencia. Las grabaciones automatizadas constantes pueden capturar paisajes sonoros completos las 24 horas del día, los 7 días de la semana, lo que presenta una oportunidad sin precedentes para analizar el tapiz vocal completo de la naturaleza.
Usando estos enormes conjuntos de datos, los científicos otoacústicos calculan “índices acústicos”, que son fórmulas matemáticas que traducen características del paisaje sonoro en indicadores ecológicos significativos. “Estos índices pueden mostrar la intensidad sonora de un lugar o registrar el rango de frecuencias presentes,” explicó Retamosa a Wired. “Sirven como herramientas de bajo costo que pueden mostrar patrones de actividad y diversidad que, de otro modo, permanecerían ocultos.”
Cuando Retamosa comenzó en este campo, solo existían unos ocho índices acústicos bien conocidos. Hoy en día, existen más de 80, cada uno intentando describir aspectos del entorno sonoro de un hábitat—desde la riqueza de especies hasta la intensidad de frecuencias específicas. Los estudios en otras partes del mundo han indicado, por ejemplo, que algunas aves en entornos urbanos llaman a mayores volúmenes para ser escuchadas por encima del tráfico. Al mismo tiempo, las tortugas marinas recién nacidas usan señales acústicas para sincronizar su llegada al mundo. Pero el ámbito tropical, repleto de una variedad más amplia de especies, presenta desafíos distintivos. La investigación de Retamosa ha demostrado que los índices acústicos específicos desarrollados en ambientes templados no siempre corresponden con la verdadera diversidad de especies en zonas tropicales exuberantes. En cambio, un índice podría reflejar las llamadas constantes y fuertes de una sola especie en lugar de una multiplicidad de voces. Ajustar estos índices o desarrollar nuevos para contextos tropicales es parte de la investigación de vanguardia necesaria para convertir la ecoacústica en una herramienta universal para la gestión de la fauna.
Uno de los proyectos actuales de Retamosa tiene como objetivo el Corredor Biológico AmistOsa, que fue delineado en 2010 después de décadas de políticas de conservación en Costa Rica. La zona se basa en el éxito de una ley forestal de 1990 que protegió las zonas silvestres e incentivó la reforestación agrícola a través de pagos por servicios ambientales. Hoy en día, el corredor atraviesa vastas áreas del país, incluidos territorios de comunidades indígenas y el humedal más grande de Costa Rica. Los investigadores pueden ayudar a los comités liderados por las comunidades a tomar decisiones informadas sobre la protección del corredor, el manejo de especies invasoras y otras acciones de conservación urgentes al recolectar datos basados en sonidos sobre los pájaros campana y otras especies.
En colaboración con el gobierno, los propietarios locales de tierras y el sistema nacional de conservación (SINAC), Retamosa tiene como objetivo desarrollar un protocolo de monitoreo estandarizado. “Queremos vincular al gobierno, las comunidades y la academia,” explicó. “Podemos proporcionar el análisis y la interpretación, pero también queremos que estos grupos se apropien de su monitoreo. Los datos pertenecen a todos los que viven en estas tierras y dependen de la salud de estos ecosistemas.”
Trazando un Futuro a Través del Sonido
Costa Rica es conocida por tener alrededor de 53 corredores biológicos que abarcan el 38 por ciento de su territorio. Este hecho muestra el cuidado del país por la naturaleza. La gestión adecuada de los corredores requiere atención constante. Según Retamosa, muchos corredores han sido definidos administrativamente—conectando bosques protegidos en un mapa—sin comprender completamente las realidades diarias de la fauna que viaja o migra a través de ellos. Ahí es cuando el monitoreo acústico resulta crucial: al colocar estos “oídos”, los científicos registran los movimientos de los animales, encuentran dónde las especies enfrentan amenazas por la tala o el desarrollo, y miden cómo la reforestación altera la biodiversidad.
¿La visión final? Una red robusta y extendida de sensores acústicos que se alimentan en una base de datos nacional (o incluso regional), donde las comunidades locales, los formuladores de políticas y los investigadores puedan analizar de manera colaborativa el pulso de la fauna costarricense. Esta sinergia va más allá de la curiosidad académica—podría identificar la tala ilegal a través del zumbido de las motosierras en zonas protegidas o detectar cambios en los cantos de anfibios específicos vinculados a enfermedades o toxinas ambientales.
Sin embargo, implementar un sistema de este tipo no es trivial. El clima tropical puede ser implacable, y la instalación inicial de dispositivos de grabación exige tiempo, mano de obra y recursos financieros. Luego está la tarea titánica de analizar y almacenar enormes cantidades de datos. Incluso los mejores algoritmos pueden quedar desconcertados por los llamados superpuestos en la selva tropical, y el monitoreo en tiempo real a menudo requiere acceso a internet y fuentes de energía estables. Cuando los paneles solares no logran captar suficiente luz en los bosques densos, los equipos deben reemplazar manualmente las baterías y las tarjetas de memoria cada pocas semanas, lo que hace que el proceso sea tanto de alta tecnología como físicamente exigente.
Aún así, como muestra el encuentro de Retamosa con el pájaro campana, el esfuerzo es enormemente recompensado. Saber que una especie está presente por su llamado—aunque nunca la veas—puede ayudar a llenar vacíos de conocimiento en los mapas de distribución. La grabación de sonidos también revela los momentos de mayor actividad, como un coro de cantos de aves al amanecer o ranas croando al atardecer. Unir estos patrones con el conocimiento local permite una comprensión más profunda de cómo la fauna interactúa con los límites de tierras agrícolas, los cambios climáticos o las rutas migratorias.
Este enfoque acústico también despierta el interés local. Los agricultores y las comunidades indígenas que se convierten en parte de un proyecto de monitoreo acústico pueden comenzar a ver—o escuchar—su entorno de una manera fresca. Los llamados nocturnos, que antes eran ignorados, pueden mostrar el canto de apareamiento de una rana en peligro de extinción o la llegada de un ave migratoria vital para la polinización. Con los residentes ayudando en la recolección de datos, Retamosa quiere fomentar el cuidado desde las bases. Después de todo, la verdadera conservación prospera cuando las personas en una región se sienten empoderadas y responsables del bienestar de las especies que comparten su tierra.
Esos lazos invisibles con los sonidos naturales también muestran un lado cuidadoso de la conservación. Escuchar el canto del pájaro campana sorprende a muchos—un recordatorio de que los lugares salvajes guardan cosas desconocidas que podemos aprender. Para Retamosa, un ave común en el dosel puede significar esperanza. “A veces no ver es aceptable,” comentó. “Subraya que hay mucho por aprender y que el bosque aún guarda sus misterios. Y si podemos grabar esa canción, sabemos que esos misterios permanecen intactos para las futuras generaciones.”
Sus reflexiones se alinean con el ethos más amplio de Costa Rica de combinar la preservación ambiental con el compromiso local. Ya sea analizando los cantos de una sola especie o capturando toda la orquesta de la selva tropical, la investigación basada en el sonido acerca la conservación a una comprensión holística de los ecosistemas. Científicos como Retamosa ayudan a moldear un nuevo futuro escuchando la voz de la naturaleza. En este futuro, el canto del pájaro campana o el zumbido de los insectos pueden ser la clave para defender un frágil corredor de vida.
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En muchos aspectos, la tecnología finalmente ha alcanzado un principio fundamental: que la vida resuena en paisajes sonoros complejos, cada uno contando historias superpuestas de lucha, adaptación y supervivencia. Desde dispositivos de grabación desgastados colocados en lo profundo de la maleza hasta los algoritmos cuidadosos que descifran espectrogramas en el laboratorio, cada pieza del rompecabezas contribuye a una imagen más grande de cómo vivir junto a estas criaturas. A medida que el campo de la ecoacústica madura, ofrece un faro de esperanza. Así como el llamado de un solo pájaro puede atravesar el zumbido estratificado de un bosque, el enfoque acústico en Costa Rica y más allá está comenzando a cortar a través del ruido, revelando nuevas formas de preservar y apreciar la vasta sinfonía de vida que nos rodea.