CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Un banco de arena en el Amazonas se transforma en un mar viviente de tortugas gigantes de río

Al amanecer, en el río Guaporé, la arena cobra vida—no con ondas ni viento, sino con los caparazones en movimiento de más de 41,000 tortugas gigantes sudamericanas, un frenesí de anidación tan masivo que ha sorprendido a los científicos y redefinido los límites del monitoreo de fauna silvestre.

Una playa del tamaño de un bioma

Durante generaciones, pescadores y familias ribereñas del Guaporé—una arteria amazónica que forma la frontera entre Brasil y Bolivia—han transmitido historias de tortugas cubriendo las playas como granos derramados. Cada julio, durante la breve estación seca, la Podocnemis expansa, la tortuga gigante sudamericana de río, avanza tierra adentro. Esta especie—un peso pesado acorazado que puede medir casi un metro y pesar tanto como un niño de primaria—sube a la orilla por miles para cavar nidos y depositar decenas de huevos en la arena ardiente.

Hasta ahora, ese ritual era más leyenda que dato científico.

“Siempre supimos que era enorme”, dijo Ismael Brack, estudiante de doctorado en la Universidad de Florida y autor del estudio que, literalmente, puso números a la escala. “Pero no puedes contar lo que no puedes ver. Y con las tortugas, especialmente tantas, desaparecen entre cada respiro”.

Durante años, equipos de campo intentaron contabilizarlas—con binoculares, planillas y lápices—pero entre las desapariciones bajo el agua y la apariencia casi idéntica de las tortugas, las estimaciones variaban enormemente. ¿Eran 10,000? ¿20,000? ¿Más?

La respuesta resultó ser mucho más.

Drones y datos reescriben la historia

El gran avance de Brack no vino con mejores binoculares, sino con drones y estadística. Junto a la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por sus siglas en inglés), su equipo lanzó cuatro vuelos diarios sobre un sitio conocido como Praia Grande—un extenso banco de arena famoso entre los locales, pero nunca estudiado de manera sistemática.

Cada vuelo tomó más de 1,500 imágenes, luego unidas en mosaicos de alta resolución que permitieron detectar tortugas individuales, a veces solo por el arco sutil del caparazón o la huella en la arena. Pero el verdadero truco vino de las matemáticas del marcaje y recaptura, usadas normalmente con peces.

Antes del primer vuelo, los investigadores pintaron 1,187 tortugas con pequeños cuadros blancos, visibles desde el aire. Al analizar con qué frecuencia reaparecían esas tortugas “marcadas” frente a las no marcadas, el equipo pudo calcular la población real sin duplicar o subestimar.

¿El resultado final? 41,000 hembras anidando, más o menos.

“En tierra registramos unas 16,000 tortugas”, dijo Brack a BBC Wildlife. “El conteo solo con drones se disparó a casi 79,000. Nuestro modelo nos da algo sólido en medio, y ese es el verdadero logro”.

No es solo un censo. Es una ventana a una población que alguna vez estuvo al borde del colapso por la caza, la recolección de huevos y la pérdida de hábitat.

Mucho más que un conteo

Estas tortugas son más que cuerpos que anidan: son motores ecológicos. Los adultos recorren bosques inundados, pastando plantas acuáticas y devorando frutos. Su movimiento dispersa semillas, moldea patrones de vegetación y conecta ecosistemas que se extienden cientos de kilómetros. Sus huevos y crías alimentan desde bagres hasta caimanes y aves zancudas.

“Si las tortugas desaparecen, toda una cadena de especies lo siente”, dijo Camila Ferrara, directora de WCS Amazonia, quien revisó el estudio. “Proteger incluso una sola playa de anidación tiene efectos en cadena en toda la red alimentaria”.

Por eso los números precisos son tan importantes. Desde la década de 1970, la P. expansa está protegida por ley en la mayoría de los países amazónicos. Pero la aplicación es desigual, y el comercio ilegal de carne y huevos de tortuga sigue prosperando. Mientras tanto, la minería de arena y la deforestación ilegal erosionan silenciosamente las playas de anidación.

Hasta ahora, los conservacionistas tenían poco más que conjeturas para orientar patrullas y políticas. Con el sistema de drones de Brack, eso cambia. Por primera vez, las autoridades de Brasil y Bolivia pueden priorizar playas no solo por tradición o accesibilidad, sino con base en datos.

El método ya está moldeando cómo la WCS despliega guardias estacionales y cómo los gobiernos locales planifican la vigilancia fluvial. “Esto no es solo un hallazgo interesante”, dijo Brack. “Es una hoja de ruta para la acción”.

EFE

Mapeando el futuro desde el cielo

Las implicaciones van mucho más allá de Praia Grande—o de las tortugas.

Desde las cordilleras andinas hasta los fiordos patagónicos, los científicos de la conservación enfrentan el mismo reto: cómo monitorear grandes poblaciones de animales móviles sin estresarlos ni agotar presupuestos. Los drones, combinados con modelos estadísticos inteligentes, se perfilan como la respuesta.

El equipo de Brack ya adapta el protocolo a colonias más pequeñas en Colombia y Perú, donde aún anidan tortugas de río pero en menor número—y bajo aún más amenazas. Otros biólogos miran la técnica para focas antárticas, elefantes africanos e incluso bisontes norteamericanos.

La verdadera belleza está en la escala. Lo que antes tomaba semanas a pie ahora toma horas en el aire—y con ello llega una claridad sin precedentes.

De regreso en Praia Grande, la anidación continúa. En una sofocante mañana de agosto, Brack se encontraba con los pies hundidos en la arena suelta, observando otra ola de hembras llegar. Algunas todavía llevaban las marcas blancas de la temporada pasada. Otras eran nuevas, arrastrando su peso desde la orilla para hacer su depósito ancestral e instintivo hacia el futuro.

Un dron zumbaba en lo alto, tomando un testimonio silencioso.

“Cada punto es una vida”, dijo Brack. “Y cada vida es un vínculo en algo más grande de lo que podemos ver desde el suelo”.

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Gracias a un puñado de investigadores, un dron bien ubicado y una ecuación inteligente, ahora podemos ver la multitud—y no solo el caos. Y en un Amazonas donde el silencio suele ocultar la devastación, el rugido viviente de 41,000 tortugas anidando juntas puede ser la esperanza más fuerte de todas.

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