AMÉRICAS

Pescadores de Trinidad y Tobago enfrentan cañoneras, piratas y política para alimentar a sus familias

En Cedros, en el extremo sur de Trinidad, los pescadores se lanzan a aguas patrulladas por buques de guerra estadounidenses, cañoneras venezolanas y lanchas piratas. Sus historias revelan una apuesta diaria en la que la supervivencia depende del valor, la suerte y una lealtad obstinada al mar.

Una costa en tensión

De Bonasse a Fullarton, la pesca ha sido durante mucho tiempo tanto despensa como sustento. Hoy, se siente más como atravesar una emboscada. Buques de la Marina de EE. UU. ahora rondan las rutas del Caribe en misiones antinarcóticos, mientras que la Guardia Nacional de Venezuela afirma su control más cerca de las fronteras marítimas. En medio, acechan los piratas.

“Cada vez que salimos, no sabemos si regresaremos”, dijo Raeish Ramdass, recordando cómo hombres enmascarados se lanzaron hacia su bote a menos de un kilómetro del puerto de Bonasse. Solo cuando apareció la Guardia Costera de Trinidad y Tobago los atacantes se retiraron. Su tripulación terminó la jornada sacudida, no aliviada, contó a EFE.

En los papeles, Cedros aún sostiene una flota: más de 150 pescadores en Bonasse, 200 en Fullarton. En la realidad, muchos reducen sus recorridos, salen más tarde o dejan sus botes amarrados, tomando trabajos ocasionales en tierra. El Golfo de Paria, el Canal de Colón y el Caribe abierto no se han movido, pero los límites de la seguridad parecen cambiar con cada marea.

Interceptados en aguas propias

La historia de Ramdass es moneda corriente en los muelles. Una tripulación de Cedros contó que hombres enmascarados los obligaron este mes a cortar sus redes aún dentro de aguas territoriales de Trinidad. El golpe financiero fue inmediato; el psicológico, más profundo.

“Somos pescadores, no criminales”, susurró un patrón, que pidió no dar su nombre por miedo a represalias tanto de piratas como de autoridades. Su bote ahora navega con dos radios, un rastreador satelital y una tensión que nadie confunde con confianza.

Incluso el rescate se siente complicado. Un guardacostas puede significar salvación —o sospecha—. Una patrulla venezolana puede disuadir a traficantes —o detener pescadores— dependiendo de cómo se lean las coordenadas GPS en aguas agitadas. Para hombres en pequeñas piraguas de madera, la política es otra ola que hay que sortear. “Estás trabajando un minuto, y al siguiente te estás explicando ante un hombre con un rifle”, contó un marinero a EFE, sacudiendo la cabeza.

La política en la cabina

La ansiedad de los pescadores se forma en corrientes mucho más allá de Cedros. Washington acusa a Caracas de albergar redes de narcotráfico, un cargo que justifica el aumento de patrullas de la Marina estadounidense. Caracas responde con mayor vigilancia.

En casa, la primera ministra de Trinidad, Kamla Persad-Bissessar, se ha alineado abiertamente con Washington. Anunció que no destinaría recursos de la Guardia Costera a buscar cuerpos de presuntos traficantes muertos en un ataque estadounidense, prometiendo en su lugar deportar a 200 prisioneros venezolanos. “No vamos a malgastar nuestros recursos buscando esos cuerpos. Nuestros recursos de la Guardia Costera se usarán para proteger nuestras fronteras”, dijo, llamando a la eliminación “violenta” de los traficantes, según declaraciones recogidas por EFE.

El ministro venezolano de Interior, Diosdado Cabello, replicó acusando a Persad-Bissessar de “condenar a muerte a cualquier pescador de Trinidad, de Tobago, de Venezuela”, palabras que se sintieron menos como retórica que como amenaza en aldeas donde la subsistencia depende de cruces arriesgados.

Para las tripulaciones de Cedros, la geopolítica no es una abstracción. “Es culpa de Trump. Estados Unidos es el mayor dictador. Quiere el petróleo de Venezuela, ¿y quién sufre? Los pescadores de Cedros”, dijo Shazime Mohammed, expresando una rabia cruda que EFE registró una y otra vez a lo largo del muelle.

EFE/Andrea De Silva

Persiguiendo peces en la zona de peligro

¿Por qué arriesgarse? Porque los peces están allí. Los bajíos cerca de Trinidad se han agotado. Los caladeros más ricos están cerca de Venezuela, en aguas alimentadas por el caudal del Orinoco, donde corrientes cargadas de nutrientes atraen pargos, camarones y carite.

“Tenemos que pescar cerca de la frontera”, dijo el patrón Marlon Sookoo, levantando la mano para mostrar la cicatriz que dejó una bala pirata en 2015. “Pase lo que pase, así sobrevivimos. Así cuidamos a nuestras familias”.

Él y otros contaron a EFE que planean cada viaje como una partida de ajedrez: empujando hacia aguas del Orinoco cuando coinciden el pronóstico y los precios del combustible, pegándose a la costa de Trinidad cuando aumentan los avistamientos de piratas o se rumorea la presencia de cañoneras. En cualquier caso, aceptan riesgos que, en tiempos más tranquilos, parecerían inimaginables.

La aritmética es brutal. Un día perdido por miedo es un día sin ingresos. Una red cortada bajo amenaza borra un mes de ganancias. Una incautación o multa de una patrulla que cuestiona una coordenada GPS puede hundir una temporada. Multiplique esas pérdidas entre 350 pescadores de Cedros y se vislumbra una economía deshilachándose hebra por hebra.

No hay nada romántico en esta resistencia. Son alarmas a las 3 de la madrugada, madres pidiendo a vecinos que cuiden a los niños mientras los padres arriesgan el mar, adolescentes aprendiendo a remendar redes con dedos ya encallecidos. Un dueño de bote debate si reparar un motor o venderlo. Es una comunidad calculando cuánto tiempo más puede aguantar golpes antes de ceder.

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“Cada vez que zarpamos, elegimos”, dijo Sookoo en voz baja. “Quedarnos pobres en casa o arriesgarnos”. En una mañana calma, el horizonte parece sencillo. Cuando la estela de un casco veloz golpea contra una piragua, la elección se siente como otra cosa por completo.

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