Carlos Vives le canta a Santa Marta en sus 500 años: un regreso vallenato frente al mar

Bajo una luna llena y un mar de luces de celulares, Carlos Vives tomó el escenario en la playa de su natal Santa Marta y convirtió un concierto del quinto centenario en un rugiente himno salado de memoria, música y de una nación que todavía baila unida.
Un escenario construido sobre arena y memoria
Cuando sonaron los primeros acordes en Playa de Los Cocos, el sol ya se había ocultado detrás de la Sierra Nevada y la playa se había transformado en algo más que arena y mar. Desde el amanecer, camiones habían llegado para nivelar el terreno. Torres de luces LED parpadearon. Andamios se levantaron como una catedral temporal al borde del agua. Y en el escenario, Carlos Vives, descalzo y vestido con lino blanco, alzó la mano mientras los vítores de miles se fundían con el rumor de la marea.
“Te soñé tantas veces, Santa Marta”, cantó en su primera canción, un estreno titulado 500 Años, acompañado de imágenes de su ciudad natal: palmeras, botes de pescadores y el mar que nunca deja de moverse.
Tras bambalinas, hablando con EFE, el trovador de 63 años parecía tan asombrado como los fanáticos que llenaban las barricadas. “Cuando andaba en bicicleta por este barrio de niño, jamás imaginé esto”, dijo. “Pero el trabajo no termina. Todavía tenemos que cantar todos los días, sin descanso”.
Durante más de dos horas, cumplió su palabra: mezcló el pulso folclórico del vallenato con riffs de guitarra eléctrica e incluso destellos de reguetón. Desde los balcones frente a la playa, familias bailaban con niños sobre los hombros. Un grupo de mujeres mayores con vestidos floreados coreaban cada palabra desde sus sillas bajo un tamarindo.
No fue solo un concierto. Fue un regreso en círculo completo.
Una noche de canciones, raíces y orgullo samario
Vives no solo interpretó sus éxitos: también pintó un retrato de la identidad samaria a través de los invitados y las historias que compartió entre canciones. Exjugadores del Unión Magdalena, el equipo local que ganó su único título nacional en 1968, lanzaron balones firmados al público. La multitud estalló en cánticos, reviviendo aquel momento de gloria futbolera.
Luego llegaron las nuevas voces. El rapero samario Lalo Ebratt, el baladista L’Omy y niños del barrio San Martín, vestidos con trajes coloridos y alas desplegadas, subieron al escenario. “Estos son los ‘periquitos’”, dijo sonriente a EFE—“los loritos que mantienen viva nuestra música”.
El aplauso más fuerte de la noche fue para Niña Pastori, la cantante flamenca española a quien Vives llamó cariñosamente “una prima del otro lado del océano”. Su dúo del clásico local Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía se sintió como un viaje en el tiempo—parte lección de historia, parte fiesta callejera. “España y América comparten ritmos”, comentó. “Solo que los llamamos con nombres distintos”.
También recordó sus giras por España “de arriba abajo”, como dijo. “En cada lugar encontraba pedazos de mi propia historia reflejados”. El compás flamenco y el acordeón vallenato se encontraron en un punto medio—entre Cádiz y Colombia—recordándole al público que las raíces musicales no reconocen fronteras.
Un himno de ocho minutos para 500 años
Cuando la velada alcanzó su clímax, el escenario se quedó en silencio. Las luces bajaron. Vives avanzó e introdujo 500 Años, un himno de ocho minutos coescrito con jóvenes wayuu y kankuamos, que mezclaba voces indígenas con melodías costeras. Para guiar al público, los organizadores proyectaron la letra en enormes pantallas LED, junto a imágenes aéreas de la Sierra Nevada y sus lagunas sagradas.
La estrofa arhuaca fue interpretada en vivo por Gloria Izquierdo, líder comunitaria vestida con túnica blanca y collares tradicionales. Entró en el centro del escenario y cantó sobre ríos como ancestros y montañas como memoria.
“La sabiduría indígena”, dijo a EFE tras la actuación, “es el latido más antiguo de Santa Marta. Esta noche lo compartimos con el mundo”.
La presentación no fue perfecta—dos veces fallaron los monitores de sonido. Pero en lugar de apagarse, la multitud cantó más fuerte. Como si fuera un guion, miles gritaron al unísono: “¡Yo me quedo en Santa Marta!”.
Cuando el sonido volvió, ya no era una reparación: era una resurrección.

Más que un concierto: un movimiento hecho canción
La noche nunca se trató solo de música. Fue sobre lo que la música ha significado—y aún significa—para Colombia.
Hace tres décadas, Carlos Vives reinventó el vallenato. Con su reinterpretación en 1993 de las baladas de Rafael Escalona, llevó un género de acordeón, antes limitado a las costas caribeñas, hacia el rock, el pop y el escenario global. Esa ola impulsó a artistas como Shakira, Juanes y muchos más.
Pero Vives no ha sido solo estrella: ha sido constructor. “Cuando Carlos invita a nuevos artistas al escenario, los agentes de talento ponen atención”, dijo el productor Andrés León a EFE. En una industria saturada de pop fabricado, Vives insiste en darles espacio a los nuevos—algunos apenas salidos del colegio.
A través de su fundación Tras La Perla, también financia escuelas de música, siembra manglares y promueve la restauración de la Ciénaga Grande. Esa misión integral—cultural, ecológica y comunitaria—estuvo cosida en la narrativa visual de la noche. Entre canciones, el público vio un cortometraje: escenas de premios Grammy, esfuerzos de conservación y conciertos en Miami, Madrid y Medellín, unidos en un solo relato.
Terminó donde comenzó—con Vives susurrando al micrófono: “Aquí están mis raíces”.
Fuegos artificiales estallaron sobre los botes anclados, la percusión tronó como relámpago, y la multitud no se dispersó—se quedó, abrazados, cantando hacia la noche.
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Carlos Vives no solo encabezó los 500 años de Santa Marta. Le dio voz, banda sonora y un recuerdo demasiado grande para las cámaras. En una playa donde las historias siempre han empezado con el mar, añadió otra: un coro de vallenato, rock y sabiduría indígena, prometiendo que el próximo medio milenio tendrá ritmo—y que Santa Marta, contra todo, seguirá bailando.