En el 26 Federal Plaza de Nueva York, la justicia choca con los miedos latinos

Un video viral de agentes derribando a una madre tras la audiencia de inmigración de su esposo capturó más que una pelea: expuso un tribunal convertido en punto de control, donde la justicia y la aplicación de la ley chocan, y la confianza se resquebraja para las familias latinas en todo Nueva York.
¿Tribunal o punto de control?
Los tribunales de inmigración deberían ser santuarios del debido proceso, no zonas de emboscada. Sin embargo, dentro del 26 Federal Plaza, lo que documentó la BBC se siente menos como ley y más como triaje: una docena de oficiales agrupados en un pasillo, un hombre detenido antes de poder hablar con su abogado, un niño llorando en los corredores resonantes.
“Es traumático”, dijo la abogada Allison Cutler, del New York Legal Assistance Group, al describir a sus clientes “destrozados” antes siquiera de comprender lo que está ocurriendo.
Entre ellos estaba Mónica Moreta Galarza, cuyo caso se ha vuelto emblemático. Momentos después de que un juez le dijera a su esposo que regresara para una audiencia futura, los oficiales intervinieron. La arrancaron, la inmovilizaron en el suelo y detuvieron a su esposo. “Nos trataron como animales”, dijo a la BBC. El video se volvió viral en cuestión de horas: una madre gritando, agentes vociferando, una escena tan cruda como reveladora.
El Departamento de Seguridad Nacional (DHS) dijo después que el oficial fue sancionado. Pero eso no puede deshacer el verdadero daño: ahora las familias entran al tribunal convencidas de que podría ser su último día juntas. Un lugar creado para decidir estatus migratorios se ha convertido en símbolo de amenaza. No se trata solo de un arresto; se trata de un clima. La puerta del tribunal ya no se abre al debido proceso, sino al miedo.
Familias, cámaras y el costo del espectáculo
Cuando la aplicación de la ley se convierte en espectáculo, el costo es colectivo. La BBC no solo presenció familias destrozadas, sino también periodistas derribados. Durante una confrontación, los oficiales empujaron a reporteros al suelo; uno fue sacado en camilla. La fotoperiodista Olga Fedorova dijo que había cubierto a las fuerzas del orden “el 99 por ciento del tiempo sin problemas” y nunca había visto algo igual.
Seguridad Nacional defendió a sus oficiales, alegando que fueron “rodeados por agitadores y miembros de la prensa” mientras ejecutaban un arresto, y que ordenaron a la gente retroceder. Quizás. Pero la percepción pública no distingue tales matices. Las imágenes mostraron a la misma institución encargada de mantener el orden sumida en el caos.
Para la comunidad, el mensaje es inequívoco: entrar al tribunal es entrar en peligro. Los abogados reportan ahora que los clientes faltan a las audiencias por miedo. En una sesión de agosto, un hombre con antecedentes penales no se presentó; el juez ordenó su deportación in absentia y cerró su caso de asilo. Su ausencia, nacida del terror, selló su destino.
Cada falta de comparecencia erosiona la credibilidad del tribunal y entrega el control de la narrativa a quien domine el pasillo. Si la justicia solo puede observarse a través de la pantalla de un teléfono, el Estado ya ha perdido el control de su historia.
Debido proceso versus disuasión
La administración insiste en que los arrestos en tribunales son “selectivos”, enfocados en individuos que representan una amenaza. Los funcionarios citan casos como el de Rubén Abelardo Ortiz López, cuya detención precedió al arresto del esposo de Moreta Galarza, y a quien califican de criminal violento. Pero el panorama general es difícil de conciliar con esa defensa.
Según datos citados por la BBC, la mitad de las 3.320 personas detenidas en el área de Nueva York desde la toma de posesión fueron arrestadas en el 26 Federal Plaza. Aproximadamente tres cuartas partes no tenían condenas penales ni cargos pendientes.
La abogada Triciah Claxton, del Safe Passage Project, dijo que antes la aplicación de la ley se enfocaba en personas con antecedentes graves. Ahora, advirtió, “la red se ha ampliado”, atrapando a solicitantes de asilo y padres con casos pendientes. Lo que antes se trataba de seguridad pública, se está deslizando hacia la disuasión por intimidación.
La lógica es escalofriante: hacer que el tribunal sea tan aterrador que la gente prefiera la deportación antes que arriesgarse a presentarse. Pero en ese cálculo, el gobierno castiga precisamente a quienes intentan seguir las reglas. Erosiona el frágil pacto que mantiene el sistema en funcionamiento: la fe en que, si te presentas, serás escuchado antes de ser esposado.
La administración defiende su estrategia como una necesidad en una era de aumento de cruces fronterizos y demanda pública de control. Sin embargo, un tribunal que opera mediante la sorpresa no es seguridad; es teatro. Y el teatro no puede sustituir a la justicia.
Lo que significa para una ciudad — y para un país
Esta lucha no trata solo sobre inmigración. Se trata de cómo se comporta una democracia cuando cree que nadie la observa. Cuando los agentes derriban a una madre frente a su hijo, cuando arrojan al suelo a periodistas por grabar un arresto público, cuando los abogados no pueden garantizar cinco minutos de asesoría antes de una detención, el sistema se fractura.
El gobierno argumenta que quienes “actúan como criminales serán tratados como criminales”, y que los padres pueden elegir la deportación junto a sus hijos o dejarlos con tutores. Pero la dicotomía es brutal. Presentarse y arriesgar el arresto. No presentarse y perder el caso. En esa trampa, la ley se convierte en castigo por asistencia.
Para Nueva York, una ciudad construida sobre la migración, las implicaciones son graves. Un tribunal que la gente teme pisar no es un tribunal en absoluto. Es un punto de control con mejor iluminación. Incluso quienes favorecen fronteras fuertes deberían ver el peligro de normalizar el miedo como política. La justicia requiere participación; la participación requiere confianza.
¿Qué debe cambiar?
Primero, reglas claras: los arrestos en tribunales deben ser raros, específicos y transparentes. Si el DHS considera que alguien representa una verdadera amenaza a la seguridad pública, puede actuar fuera del tribunal, no en sus pasillos. Si los arrestos deben realizarse allí, los detenidos deben tener acceso inmediato a abogados.
Segundo, supervisión independiente: sancionar a un oficial después de un video viral no es reforma. Un informe público permanente sobre arrestos en tribunales sí lo sería.
Tercero, protección judicial: los jueces deben afirmar su autoridad dentro de sus salas. Cerrar las puertas después del caos no basta; prevenirlo es su deber.
En última instancia, los tribunales de inmigración de Nueva York se han convertido en uno de los motores de deportación más activos del país. Eso puede servir a una agenda nacional, pero socava una local: mantener la fe en el estado de derecho.
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“Ahora me siento inútil”, dijo Mónica Moreta Galarza a la BBC, recordando el día en que los oficiales la tiraron al suelo junto a la sala de audiencias de su esposo. Ninguna cláusula de la Constitución permite ese sentimiento. Si el sistema lo produce de forma rutinaria, no está aplicando la ley: está borrando la legitimidad misma de la que la ley depende.