CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Huesos en una cueva de República Dominicana revelan extraños secretos ancestrales de las abejas

En lo profundo de la Cueva de Mono en República Dominicana, los científicos encontraron abejas que nunca se fosilizaron—solo sus nidos, sellados dentro de las cavidades dentales. El descubrimiento, reportado en Royal Society Open Science, convierte egagrópilas de lechuza y viejos huesos en una cápsula del tiempo caribeña.

Donde las lechuzas se alimentaban, las abejas construían

Mucho antes de que alguien llegara con linternas frontales y bolsas de muestreo, enormes lechuzas cazaban, tragaban a sus presas y luego regurgitaban egagrópilas ricas en huesos sobre el suelo de la cueva. A lo largo de miles de años, esas egagrópilas se acumularon en gruesas capas de cráneos, mandíbulas y vértebras—evidencia macabra de depredación, y un paisaje de huecos protegidos esperando ser usados.

La nueva hipótesis es que las abejas usaron esos huecos como criaderos. En Trace fossils within mammal remains reveal novel bee nesting behaviour—publicado en R Soc Open Sci el 1 de diciembre de 2025 (12 (12): 251748)—Lázaro W. Viñola-López, Mitchell Riegler, Selby V. Olson, Johanset Orihuela, Julio A. Genaro y América Sánchez-Rosario describen estructuras ovaladas y lisas alojadas en las cavidades dentales de cráneos de roedores. Las formas eran demasiado ordenadas para ser solo barro; los autores las interpretan como nidos petrificados de abejas prehistóricas—icnofósiles de celdas de cría construidas dentro de huesos, luego endurecidas por el tiempo y los minerales.

La historia también tiene una fragilidad muy latinoamericana: la cueva casi se convierte en plomería. Viñola-López, ahora en el Field Museum de Chicago, conoció por primera vez la Cueva de Mono durante su doctorado en el Florida Museum of Natural History, después de que un colega propusiera excavar un sitio que un terrateniente local había intentado, sin éxito, convertir en un pozo séptico. En su interior había miles de huesos depositados durante unos 20,000 años. El equipo ha identificado aproximadamente 50 especies de vertebrados, incluyendo perezosos, lagartos, tortugas e incluso cocodrilos. La cueva es especialmente rica en parientes extintos de las jutías. Muchos huesos parecen parcialmente digeridos, lo que sugiere que parientes prehistóricos de las lechuzas comunes los llevaron antes de que el suelo se filtrara y llenara las cavidades con sedimentos.

Parte de un cráneo fosilizado de mamífero con sedimento en una cavidad dental que es un nido construido por una abeja prehistórica. (EFE)

Osnidum y el arte de las madres ocultas

En el laboratorio, mientras limpiaba cráneos de roedores, Viñola-López notó cavidades dentales que contenían formas extrañamente lisas que le recordaron a capullos fosilizados de insectos. Para estudiarlas sin romperlas, los investigadores usaron escaneo micro-CT y crearon modelos digitales tridimensionales—cada uno más pequeño que la goma de un lápiz. Los escaneos revelaron una construcción en capas, no un relleno aleatorio, y algunas cámaras incluso contenían granos de polen antiguo, el residuo de alimento almacenado para las larvas.

Las abejas suelen construir bajo tierra, recubriendo las celdas de cría con una capa cerosa e impermeable que protege a las crías en desarrollo y el polen que consumen. Aquí, el material base era hueso. “Fue una situación perfecta con muchos fósiles en descomposición que carecían de dientes”, dijo Viñola-López. “Estas cámaras ofrecían protección para los nidos de las abejas.” El equipo también encontró rastros similares escondidos en los recovecos de una vértebra de roedor y dentro de una cavidad en el diente de un perezoso terrestre, lo que sugiere que el comportamiento no se limitaba a los restos de un solo animal.

Las propias abejas no se conservaron, lo que hace que el hallazgo se sienta aún más humano: significado extraído de la ausencia. Phillip Barden, biólogo evolutivo en el New Jersey Institute of Technology que no participó en el estudio, dijo que los nidos aportan una “gran cantidad de datos” sobre ecología y comportamiento. Los investigadores proponen que una abeja solitaria hizo los rastros y los nombraron Osnidum, de raíces latinas que significan “hueso” y “nido”. Su evidencia sugiere un uso repetido durante cientos—o incluso miles de años. En una cavidad dental, encontraron seis generaciones apiladas una sobre otra. El estudio describe a esta como la primera abeja conocida que construye nidos dentro de huesos de animales y solo la segunda abeja conocida que anida en cuevas. Riegler sostiene que probablemente los insectos no tenían mejores opciones en un paisaje de piedra caliza gruesa donde se acumula poca tierra y la que hay se lava hacia las cuevas.

Un archivo insular que vale la pena proteger

Es difícil leer esto desde la República Dominicana sin pensar en lo que casi desapareció. Una cueva que casi se convierte en pozo séptico revela una estrategia de anidación novedosa, no porque la evidencia gritara, sino porque alguien miró de cerca una cavidad dental y la trató como algo más que escombros. En todo el Caribe, donde la presión del desarrollo suele superar los presupuestos de investigación, “lo desconocido” puede ser la categoría más amenazada de todas.

Esa descompensación—entre el uso rápido del suelo y el lento descubrimiento—atraviesa el Caribe. Una cueva puede parecer desechable hasta que la ciencia demuestra que es un archivo. Una vez revelado, el cuidado se convierte también en una labor cívica.

Los nidos son, a su manera, un acto fosilizado de cuidado. Una celda de cría se construye para un futuro que el constructor nunca presenciará, una apuesta hecha en la oscuridad con cualquier material disponible. Barden capturó la poesía directa: “Cualquier puerto en una tormenta, o cualquier cráneo en una cueva.” En la Cueva de Mono, esa frase resuena tanto como humor como advertencia—sobre lo ingeniosa que puede ser la vida, y lo fácilmente que los lugares que preservan esas invenciones pueden ser borrados antes de que lleguemos a conocer sus nombres.

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