Argentina seduce a Muniain, pero lo pierde por sueños futbolísticos agotados

Iker Muniain llegó a San Lorenzo en septiembre pasado, envuelto en la nostalgia romántica de los pioneros vascos que alguna vez triunfaron en Buenos Aires. Nueve meses después, el ex capitán del Athletic de Bilbao se marcha, confesando que quizás deje el fútbol para siempre.
Una estrella española y el peso de la nostalgia barrial
Era el 9 de septiembre de 2024, y las tribunas del Nuevo Gasómetro se llenaban de hinchas y recuerdos. San Lorenzo no solo presentaba a un nuevo jugador, sino que reavivaba un viejo sueño.
Iker Muniain, capitán de larga data del Athletic de Bilbao, estaba en el círculo central con la camiseta azulgrana, rodeado de ecos. A sus espaldas se extendía el legado de Isidro “Vasco” Lángara y Ángel Zubieta, leyendas vascas que deslumbraron al público argentino en los años 40, tras huir de la guerra en Europa. El pasado había regresado, y Muniain se aferraba al simbolismo.
“Cargo con las historias inconclusas de los vascos”, dijo al público, repitiendo lo que el antropólogo del deporte Eduardo Archetti alguna vez llamó los “mitos del retorno” en Argentina: esa forma de absorber a los futbolistas extranjeros no como forasteros, sino como representantes del alma inmigrante del país.
Para los hinchas argentinos, especialmente los mayores, fue un momento sagrado. Para Muniain, fue una peregrinación personal. Años atrás, se había enamorado del fútbol sudamericano, tomando mate con sus compañeros uruguayos en Bilbao y soñando con cruzar el Atlántico algún día.
Llegó libre, con contrato hasta diciembre de 2025. No buscaba dinero, sino una sensación—la emoción pura del fútbol que los modernos estadios europeos ya no le daban. Esa emoción, creía, aún vivía en Buenos Aires.
La realidad económica se cuela por los molinetes
Pero el romance no paga sueldos.
Para mayo, San Lorenzo—como tantos clubes argentinos—se quedó sin excusas y sin dinero. Los jugadores pasaron meses sin cobrar. El presidente del club, Marcelo Moretti, pronto quedó envuelto en un escándalo, enfrentando denuncias de soborno vinculadas a un juvenil. El idealismo que había traído a Muniain empezó a pudrirse bajo sus botines.
No se quedó callado. Cuando los sueldos dejaron de llegar, dio un paso al frente—firmando una carta abierta del plantel y denunciando públicamente las promesas rotas del club. Advirtió que los retrasos estaban “poniendo en riesgo el desarrollo normal de la actividad profesional”.
Pero esa declaración solo arañaba la superficie.
En el fútbol argentino, el desorden no es una falla—es el sistema. José Garriga Zucal, politólogo que lleva décadas estudiando el funcionamiento interno del fútbol argentino, lo dijo sin rodeos: “Es una parte ineludible de la experiencia futbolística en Argentina”.
Para los locales, es ruido de fondo—algo con lo que se aprende a convivir, como los baches o los cortes de luz. Pero para alguien criado en La Liga, donde los sueldos se pagan a tiempo y los clubes llevan libros contables con precisión corporativa, la inestabilidad golpea fuerte. No vino a Argentina buscando dinero—vino buscando emoción, crudeza, ese fútbol que todavía se siente como un llamado.
En cambio, se encontró en una crisis—de finanzas y de fe.
Destellos de genialidad, sombras de duda
Aun con el club tambaleante, Muniain ofreció destellos de lo que los hinchas esperaban. En sus primeros 14 partidos, marcó tres goles. Su punto más alto llegó contra Huracán, cuando picó suavemente la pelota por encima del arquero—un momento que silenció el estadio antes de hacerlo estallar.
“Encaja con la estética porteña de la gambeta”, dijo Pablo Alabarces, sociólogo que estudia cómo los hinchas argentinos inmortalizan a los mediocampistas que driblan con estilo y humildad. Muniain, con su bajo centro de gravedad y sus recortes repentinos, era ese tipo de jugador.
San Lorenzo escaló en la tabla, llegando a semifinales del Torneo Apertura antes de caer ante Platense. Pero fuera de la cancha, Muniain empezó a derrumbarse—no físicamente, sino emocionalmente. Su esposa e hijos luchaban con el idioma, la logística y la soledad. La aventura que antes lo emocionaba ahora lo agobiaba.
“En estos últimos meses empecé a pensar en el retiro”, dijo en una conferencia de prensa de despedida el viernes. “Por primera vez, me planteo dejar de jugar”.
Sus palabras resonaban con un hallazgo del departamento de psicología deportiva de la Universidad de Oviedo: los veteranos europeos que buscan capítulos tardíos en el extranjero a menudo subestiman lo difícil que es la transición—no para ellos, sino para sus familias.
Tenía 32 años. Sus piernas aún respondían. Pero quizás su espíritu no.
Un sueño postergado y un continente en crisis
La verdad es que Muniain nunca había soñado con jugar en San Lorenzo. Su lealtad de infancia era con River Plate. El Monumental, no el Nuevo Gasómetro, ocupaba sus fantasías de niño.
Pero esa puerta se cerró en silencio cuando Marcelo Gallardo regresó a River y consideró que no lo necesitaba. Boca Juniors, por su parte, tomó otro rumbo—fichó a Ander Herrera, ex compañero de Muniain en Bilbao. La prensa convirtió esos destinos divergentes en una parábola: dos vascos, dos caminos, dos destinos.
En otra era, Argentina exportaba leyendas a Europa—Alfredo Di Stéfano, Omar Sívori, Diego Maradona. Pero hoy, con una inflación que supera el 200%, como documenta la Facultad de Economía de la Universidad de Buenos Aires, la marea ha cambiado. Los clubes argentinos ahora apuestan por agentes libres como Muniain, mientras venden juveniles por dinero rápido. Lo que antes salía, ahora entra—pero con la inestabilidad como precio.
El viernes, Muniain se quebró al hablar con la prensa por última vez:
“Me voy de San Lorenzo, pero una parte de mí se queda acá para siempre”.
Aún no ha decidido si volverá a España o colgará los botines. Pero algo es seguro: su paso por Argentina, aunque breve, ya vive en ese rincón peculiar de la memoria futbolera reservado para los desvíos hermosos.
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Para los hinchas del Bajo Flores que lo vieron flotar en azulgrana sobre el césped, el hechizo no lo rompe la duración del contrato. Algunas carreras se miden en temporadas. Otras, en momentos. Y Muniain—brevemente, con elegancia—les regaló lo suficiente como para ser recordado.