Chile celebra un siglo de la identidad obrera de Colo Colo

Esta semana se cumplió un siglo desde la fundación de Colo Colo. El club sigue estrechamente ligado a la clase trabajadora de Chile. Sus éxitos y luchas lo han transformado con el tiempo. La herencia duradera del equipo más seguido del país es una dedicación inalterable a los sectores populares a los que representa.
Un espíritu fundador nacido de la rebeldía
La esencia de Colo Colo puede entenderse al examinar la agitación que llevó a su creación en 1925. El club nació de una ruptura dentro de Magallanes. Los dirigentes de ese equipo se oponían a las reformas y seguían aferrados a costumbres amateurs. David Arellano, un joven profesor y futbolista, lideró a un grupo de jugadores jóvenes que deseaban orden, entrenamiento profesional y un trato justo para los atletas. Su objetivo era mejorar los estándares éticos del fútbol. Exigían camarines bien equipados, planificación táctica y un enfoque en la salud, en lugar del consumo de alcohol.
Según una versión, la tensión se agudizó en una reunión el 4 de abril de 1925. Cambios en las reglas de votación frustraron el intento de Arellano por ser capitán. Sintiéndose traicionado, él y sus compañeros se retiraron abruptamente. Esa salida marcó el momento de quiebre. En diversas crónicas históricas, se cuenta que David o su hermano Francisco Arellano exclamó: “¡Vámonos de aquí!”, provocando que el grupo rebelde abandonara el lugar con rabia en el corazón.
Quince días después, fundaron Colo Colo el 19 de abril de 1925. El nombre del club marcó una clara ruptura con las normas establecidas. Los fundadores eligieron homenajear al líder mapuche “Colo Colo”, alineándose con un sentimiento nacional en auge en América Latina que valoraba las tradiciones locales por sobre el estilo europeo admirado por las élites. En menos de una década, el joven club ya era reconocido en todo Chile por su rigor organizativo y sus logros en la cancha, capturando la imaginación de los chilenos comunes, que veían en su tenacidad un reflejo de sus propias luchas.
El “equipo del pueblo” frente a la élite católica
Comparar el ascenso de Colo Colo con el de otro famoso club chileno, Universidad Católica, ayuda a esclarecer las raíces obreras del primero. Fundado en 1937 bajo el alero de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Universidad Católica derivó su prestigio de su vínculo con círculos intelectuales y la Iglesia. Con el tiempo, atrajo a seguidores de clase media y alta que buscaban una identidad que reflejara tradiciones académicas y sociales. Los partidos entre ambos equipos se convirtieron en encuentros que simbolizaban el choque entre dos mundos distintos en un mismo campo de juego.
Colo Colo creció impulsado por la pasión de sus hinchas en las tribunas, mientras que Universidad Católica destacaba por su gestión profesional y técnicas refinadas. Durante las décadas de 1920 y 1930, la desigualdad económica agudizó las condiciones de vida, lo que aumentó la popularidad de Colo Colo al representar los intereses de los sectores marginados por las élites. Incluso siendo el club más laureado de Chile, su lealtad con los de abajo sigue siendo la base de su identidad.
De hecho, se podría decir que Universidad Católica, con su origen en una institución educativa de élite, refleja el rostro de otro Chile—urbano, bien equipado y anclado en lo académico—. En cambio, la historia de Colo Colo refleja orígenes más humildes, construidos por profesores y obreros rebeldes que exigían respeto por el oficio del fútbol. Cien años después, esas diferencias aún moldean el carácter de los clubes y alimentan partidos intensos que reflejan divisiones culturales profundas en la sociedad chilena.
Campeones, tragedias y una fuerza cultural
El palmarés de Colo Colo ha consolidado su lugar como el club más grande de Chile. Con 34 títulos de liga y una histórica Copa Libertadores en 1991—el único equipo chileno en lograr el máximo trofeo continental—el “Cacique” ha entregado incontables momentos de orgullo nacional. Pero no todos los encuentros memorables han terminado en celebración. En abril de 2023, una tragedia evidenció los riesgos de la pasión desenfrenada. Dos hinchas murieron fuera del Estadio Monumental justo antes de un partido contra Fortaleza de Brasil. El evento provocó la suspensión del encuentro. Parte del público ingresó a la cancha y causó destrozos que fueron ampliamente condenados.
Los críticos aseguran que los seguidores del equipo tienen fama de violentos, usando estos incidentes como prueba. Sin embargo, los conocedores resaltan que la hinchada de Colo Colo es diversa, compuesta por múltiples corrientes internas difíciles de categorizar. Señalan que pintar a todos como “barra brava” ignora a las familias comunes que heredan el amor por Colo Colo generación tras generación.
Esa contradicción identitaria se da entre el deseo de representación popular y la realidad de una gestión corporativa. Colo Colo quebró en 2002, y su administración fue transferida a una entidad privada hace unos 18 años. Aún hay resentimiento entre los hinchas, que creen que se debe recuperar la propiedad colectiva del club. Los críticos ven el sistema actual como una traición al sueño progresista de Arellano, mientras que los defensores lo consideran la única forma de asegurar estabilidad financiera. A pesar de las diferencias, persiste un sueño común: restaurar el vínculo comunitario original del club sin renunciar a los logros deportivos que inspiran orgullo nacional.
La Copa Libertadores de 1973 y las corrientes políticas
Colo Colo cobró especial relevancia en 1973, año marcado por el conflicto político que culminó con el golpe de Augusto Pinochet. Ese año, el equipo disputó la final de la Copa Libertadores frente a Independiente de Avellaneda. Los partidos brindaron una efímera sensación de unidad en medio de la tensión creciente. Fue una pausa ante la incertidumbre del país. Aunque Colo Colo perdió estrechamente, llegar a esa instancia fue significativo para la cultura. Personas de todos los sectores sociales apoyaron al club.
Un episodio emblemático ocurrió poco después. El delantero estrella Carlos Caszely se negó a darle la mano a Pinochet antes del Mundial de 1974 en Alemania. Para muchos hinchas, ese gesto resumía la actitud desafiante que había marcado al club desde sus inicios. Acciones valientes como la de Arellano se integraron a la historia del equipo. Se recuerdan en los cánticos de los hinchas y en los lienzos que cuelgan del estadio. Son relatos que enseñan a las nuevas generaciones que Colo Colo representa una forma de valentía.
Los vínculos políticos le dieron un carácter único al club. Su rendimiento deportivo le ha traído prestigio y beneficios económicos. Pero muchos aún ven a Colo Colo como “el equipo del pueblo”, perteneciente al ciudadano común que exige respeto y justicia, tal como lo hizo el grupo de Arellano en Magallanes. La final del 73 y la rebeldía de Caszely refuerzan esa tradición de activismo y desafío al poder.
Cien años después, el pueblo sigue importando
Hoy, Colo Colo se encuentra en una encrucijada. Sigue siendo la institución futbolística más ilustre de Chile y una fuerza unificadora que convoca a decenas de miles en el Estadio Monumental. No obstante, los desafíos abundan: la violencia en las tribunas, las secuelas de la tragedia reciente, el debate sobre la gestión privada y el anhelo de recuperar el espíritu comunitario original son parte del escenario. La identidad popular sigue siendo el núcleo de la marca Colo Colo, a pesar de las dificultades.
Esa identidad nació en el bar donde los jugadores rebeldes de Magallanes rompieron con su antiguo club. Impulsados por la visión de David Arellano, apostaron por la disciplina profesional y demostraron que el fútbol podía ser una herramienta de crecimiento moral y educativo. Para ellos, la cancha era un espacio donde se cultivaban la unidad, la resiliencia y el orgullo cívico—valores que siguen siendo fundamentales un siglo más tarde.
En un entorno donde la modernización puede eclipsar la tradición, los hinchas se aferran al relato de que Colo Colo “es de todos”. Muchos recuerdan la final de 1973 como símbolo de unidad nacional o el gesto de Caszely como emblema de coraje moral. Estos episodios demuestran cuán profundamente el club ha estado ligado a las corrientes históricas de Chile—desde la formación de una liga profesional, pasando por cambios sociales, hasta la resistencia frente a la represión.
Al hablar de la diferencia entre Colo Colo y una institución como Universidad Católica, los hinchas suelen aludir a la clase social. Católica surgió desde los pasillos académicos y gozó de una respetabilidad elitista. Colo Colo, en cambio, nació desde abajo, como una alternativa rebelde que defendía valores obreros. Con el paso del tiempo, esas líneas se han desdibujado, ya que el brillo del fútbol profesional atrae a seguidores de todos los sectores. Pero el relato esencial persiste: el alma de Colo Colo está anclada en la experiencia del chileno de a pie.
A medida que el club entra en su segundo siglo, surgen preguntas sobre cómo se adaptará. Resuenan los llamados a empoderar nuevamente a los socios, haciendo eco de las demandas originales de Arellano por justicia y rendición de cuentas. Algunos sueñan con un retorno a la democracia interna, libre de la gestión corporativa. Otros temen perder la capacidad económica para competir a nivel sudamericano. Pero la historia de cómo un grupo de jóvenes profesores se separó de una organización conservadora para fundar el club más reconocido de Chile sigue siendo un ejemplo poderoso.
A veces, los conflictos opacan los logros de Colo Colo. Sin embargo, año tras año, los hinchas de origen humilde siguen llenando las gradas, cantando a Arellano y celebrando ese espíritu pionero que les dio una Libertadores y muchas otras glorias. Ganen o pierdan, más allá de las polémicas, ese orgullo inquebrantable de los sectores populares mantiene viva la historia centenaria de Colo Colo.
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Al final, ya sea frente a un mural del cacique mapuche o al recordar la salida rebelde de Magallanes, el mensaje es claro: el club representa a quienes lo entregan todo, aunque tengan lo mínimo. Colo Colo es más que su nombre y su marca; es un símbolo vigente de esperanza y unidad que impulsa la determinación de triunfar pese a las adversidades. Aun después de cien años, esa identidad, enraizada en las aspiraciones populares, no muestra señales de desvanecerse.