El fútbol venezolano tambalea tras el colapso contra Colombia con Maduro al mando

Una derrota 6–3 frente a Colombia en Caracas acabó con las esperanzas de Venezuela de llegar a su primer Mundial. A las pocas horas, el presidente Nicolás Maduro exigió cambios radicales, encendiendo alarmas sobre la interferencia política y lo que significa para el frágil proyecto de la Vinotinto.
Una noche de goles, una mañana de política
El derrumbe ocurrió rápido. Bajo las luces del Estadio Olímpico, Colombia marcó seis goles, destrozando una defensa que había llevado la campaña venezolana más lejos de lo que muchos se atrevieron a soñar. El pitazo final no fue seguido por duelo, sino por decreto. A la mañana siguiente, el entrenador argentino Fernando Batista y su cuerpo técnico fueron destituidos; la federación venezolana repitió el llamado presidencial a una “reestructuración”, una “estrategia” y una “línea de combate y trabajo duro”.
Para el fútbol venezolano, el momento fue tanto familiar como surrealista: la política entrando al vestuario antes de que los jugadores siquiera se enfriaran. El Mundial ampliado a 48 equipos había sido la escalera más accesible que la Vinotinto había tenido jamás. Peleó en los partidos previos con cohesión y resiliencia, ganando respeto en una región donde cada punto es moneda dura. La derrota contra Colombia acabó brutalmente con esa escalada. La intervención presidencial súbita acabó con otra cosa: la ilusión de que, por una vez, el fútbol sería solo fútbol.
El contraste agudizó la amargura. Bolivia, apoyada en la altura de El Alto y una dosis de audacia, encontró un penal para sorprender a Brasil y asegurar la repesca que Venezuela había perseguido durante meses. Perú, eliminado hace tiempo, también cambió de entrenador tras una campaña gris. En Sudamérica, los finales rara vez son suaves. Sin embargo, la destitución en Venezuela llevó más el peso de la política que del deporte.
Cuando el entrenador es del presidente, la FIFA toma nota
Los estatutos de la FIFA son claros: las asociaciones nacionales deben gestionar sus propios asuntos sin interferencia del gobierno. La norma existe para blindar al juego de la política, y las federaciones han sido suspendidas por mucho menos: excluidas de torneos, privadas de fondos y congeladas hasta restaurar su autonomía. La interferencia no necesita ser formal. Una orden judicial, un nombramiento ministerial o un jefe de Estado dictando públicamente cambios técnicos bastan para cruzar la línea.
Ese es el peligro que se cierne sobre Venezuela. Cuando un presidente pide reestructuración y, horas después, la federación entrega la cabeza del técnico, la secuencia habla más fuerte que cualquier comunicado. Los responsables de cumplimiento en FIFA suelen ver estos momentos como señales rojas. La cuestión no es si el ciclo de Batista justificaba una revisión, sino si la decisión parecía pertenecer a la federación o al palacio.
Para una selección que aún persigue su primer Mundial, las apuestas son enormes. Una suspensión no solo borraría años de trabajo paciente, sino que también privaría a una generación de jugadores de su plataforma. La Vinotinto nunca estuvo tan cerca de lograrlo. Tropezar ahora—no en la cancha, sino en los despachos—sería un acto de autodestrucción.
Sueño ampliado, sueño pospuesto
El dolor está también en el momento. La expansión de 2026 fue diseñada para abrir oportunidades, y para Venezuela parecía que el destino se alineaba. Más cupos para Sudamérica, otra repesca y una tabla marcada cada vez más por la paridad ofrecían la mejor oportunidad en la historia del país. Una afición acostumbrada a la decepción por fin se permitió creer.
Pero las eliminatorias sudamericanas castigan incluso los fallos mínimos. Contra Colombia, los goles llegaron como oleadas imposibles de contener. La estructura defensiva se derrumbó, los ajustes fallaron y el marcador creció hasta la humillación. Que sucediera en casa convirtió la derrota en crisis. El ritmo del fútbol es cruel: lo que debía ser un arco de progreso fue juzgado como catástrofe, y el proyecto fue cortado en el punto más visible.
El triunfo de Bolivia contra Brasil, en contraste, subrayó lo fino del margen en la CONMEBOL. Noventa minutos pueden redibujar el mapa. Para Venezuela, esos mismos noventa minutos borraron meses de crecimiento. La comparación afiló la herida: la prueba de que el destino había estado al alcance, solo para escaparse en una tormenta de goles y decretos.

EFE@Ronald Peña R
Lo que necesita la Vinotinto ahora
El camino por delante debe equilibrar urgencia con cautela. La gobernanza es la primera prueba. La federación necesita demostrar control sobre su propio proceso: definir el perfil del nuevo entrenador, conducir una búsqueda transparente y dejar claro que las decisiones técnicas son del fútbol, no de la política. Sin esa claridad, la sombra de la FIFA seguirá presente.
La continuidad también importa. El ciclo de Batista, aunque terminó en dolor, le dio a la selección una identidad más clara: presiones coordinadas, mejor disciplina táctica y una mezcla de veteranos con estrellas emergentes. Tirar todo eso sería resetear el reloj. La refinación, no la ruptura, es el camino más sabio.
La inversión en la cantera sigue siendo vital. El ascenso de Venezuela se ha nutrido de su diáspora y de clubes cada vez más hábiles en exportar talento. Institucionalizar la captación y la integración mitigaría la volatilidad de los cambios de técnico y aseguraría que el caudal de jugadores siga ampliándose.
Por último, el mensaje a los hinchas debe pasar de la culpa al plan. Los aficionados que llenaron estadios y los jugadores que encajaron el golpe necesitan razones para seguir creyendo. La escalera al Mundial no se ha estrechado otra vez; sigue ahí. Pero las escaleras se tambalean cuando se cargan de política.
La tentación será que la próxima designación sea una demostración de fuerza—un nombre rutilante, una promesa de transformación instantánea. Pero la jugada más valiente podría ser más serena: un técnico que refuerce la defensa que colapsó contra Colombia, potencie el ataque y consolide lo ya avanzado.
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Para Venezuela, la gran pérdida de este ciclo eliminatorio no fue solo el 6–3. Fue ver cómo la política oficiaba el funeral de un sueño. El próximo ciclo aún puede ser distinto—si a la Vinotinto se le permite respirar como equipo, no como proyecto político. Solo entonces el país podrá cambiar resignación por historia, y finalmente escuchar su himno en un Mundial.