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El sueño roto de Centroamérica en el Mundial y el solitario boleto de Panamá

El Mundial 2026 debía ser el gran momento de Centroamérica: más cupos, gigantes regionales ausentes y un camino que de repente parecía menos concurrido. En cambio, la clasificación se convirtió en un colapso a cámara lenta, y Panamá marchará solo al torneo de 48 equipos, cargando un sueño que estaba destinado a ser compartido.

La gran apuesta de Centroamérica choca con la realidad caribeña

Cuando la FIFA confirmó que el Mundial 2026 en Estados Unidos, México y Canadá crecería a 48 equipos, las calculadoras en toda Centroamérica se encendieron. Con las tres potencias de Concacaf clasificadas automáticamente como anfitrionas y, por tanto, ausentes de las eliminatorias, la región vio una oportunidad que quizás no se repetiría en décadas.

Las federaciones trazaron objetivos en silencio. La idea, según reportó EFE, era atrevida pero no absurda: lograr al menos dos equipos centroamericanos en el Mundial de forma directa y colar a otros dos en el repechaje intercontinental. Sin la habitual fuerza gravitatoria de Estados Unidos y México en la clasificación, el sueño parecía alcanzable.

Pero el fútbol suele castigar los sueños ilusos. Mientras Centroamérica tropezaba, el Caribe aprovechó el momento. A medida que avanzaban las eliminatorias, la historia dio un giro. En vez de un bloque centroamericano histórico, fueron las islas las que hicieron historia: Curaçao clasificó por primera vez a un Mundial, Haití regresó después de cincuenta y cuatro años, y Jamaica y Surinam obtuvieron boletos al repechaje intercontinental.

La fantasía centroamericana de una vitrina regional dio paso a algo más duro, un recordatorio de que los formatos ampliados no garantizan nada si el rendimiento en la cancha no acompaña.

Costa Rica y Honduras se despiden de forma familiar

En ningún lugar la decepción fue más profunda que en Costa Rica, el tradicional abanderado centroamericano en los Mundiales. Con seis participaciones previas y tres torneos consecutivos, los ticos veían 2026 como la oportunidad de reafirmar su estatus justo cuando llegaba una nueva generación. En cambio, sufrieron una de las peores campañas clasificatorias que el país recuerde.

Dirigidos por el técnico mexicano Miguel Herrera, Costa Rica quedó en un grupo con Haití, Honduras y Nicaragua. Sobre el papel, eran favoritos al menos para llegar al repechaje. En la cancha, solo ganaron un partido. Ni siquiera el llamado de emergencia a los veteranos Keylor Navas, Celso Borges, Joel Campbell y Kendall Waston pudo salvar la situación. Fueron convocados, según relata EFE, para dar estabilidad a un plantel joven en crisis. Lo que siguió fue una campaña que pareció confirmar que el ciclo dorado de Costa Rica finalmente se había quedado sin milagros. La Federación Costarricense de Fútbol terminó su vínculo con Herrera tras la eliminación de la selección del Mundial 2026.

La vecina Honduras no corrió mejor suerte. Con tres Mundiales en su historia, los catrachos estaban desesperados por volver al máximo escenario tras perderse las dos ediciones anteriores. Para lograrlo, recurrieron a una figura conocida: el técnico colombiano Reinaldo Rueda, el mismo que los llevó a Sudáfrica 2010. Parecía una apuesta segura, un intento nostálgico de repetir una fórmula exitosa.

Esta vez, la fórmula falló. La campaña de Honduras tropezó con una derrota inédita ante Nicaragua y dos empates sin goles frente a Costa Rica. Esos puntos perdidos resultaron fatales. La segunda etapa de Rueda terminó sin resurrección, con la sensación de que las viejas soluciones de la región ya no alcanzan ante las nuevas realidades.

EFE/ Alejandro Garcia

La paciencia de Panamá finalmente da frutos

Si el resto de las eliminatorias centroamericanas fueron de pánico e improvisación, Panamá eligió otro camino. Tras quedarse fuera del Mundial 2022 en Catar, la presión sobre el técnico danés Thomas Christiansen era intensa. Las críticas crecían, y en una región donde los entrenadores suelen ser piezas desechables, habría sido fácil para la federación cortar el proceso.

En cambio, hicieron algo poco habitual en el fútbol centroamericano: apostaron por el proceso. Le dieron a Christiansen tiempo, continuidad y confianza, un proyecto a largo plazo casi fuera de lugar en un entorno de soluciones rápidas. Según EFE, esa paciencia se convirtió en el arma más poderosa de Panamá.

La recompensa fue contundente. Panamá no solo clasificó de forma directa al Mundial 2026, el segundo en su historia, sino que lo hizo invicto y como líder de grupo. Terminó por encima de Surinam, Guatemala y El Salvador, combinando una generación talentosa con una identidad clara en la cancha. Lo que antes parecía terquedad de la federación, de repente lucía visionario.

Ahora Panamá llevará sola la bandera centroamericana en 2026, una situación impensable cuando comenzaron las eliminatorias. Su presencia subraya una verdad contundente: en un ciclo caótico, fue el único equipo regional capaz de unir ambición y estabilidad.

Guatemala, El Salvador y Nicaragua persiguen un sueño que se desvanece

Para Guatemala y Nicaragua, 2026 representaba la oportunidad más realista de debutar en un Mundial. Para El Salvador, era la ocasión de romper una sequía que se remonta a sus dos participaciones en 1970 y 1982. Los tres se quedaron cortos, pero la forma en que fallaron cuenta su propia historia.

Guatemala, bajo el mando del técnico mexicano Luis Fernando Tena, estuvo dolorosamente cerca. El camino era claro: ganar sus dos últimos partidos en casa ante Panamá y Surinam, y el boleto sería suyo. Pero cuando Panamá llegó a Ciudad de Guatemala, fue implacable. La derrota ante los panameños condenó a los chapines, convirtiendo su estadio en el lugar donde murió el sueño.

Guatemala sí venció a Surinam en la última jornada, enviando al equipo caribeño al repechaje intercontinental. Aun así, se sintió como un premio de consolación en un estadio preparado para una fiesta, que terminó calculando qué salió mal. Panamá, al derrotar a El Salvador, aseguró la clasificación directa y dejó a Guatemala preguntándose cómo una campaña que parecía tan prometedora terminó con ellos viendo otro Mundial desde casa.

El propio camino de El Salvador no fue menos doloroso. Dirigidos por el colombiano Hernán Darío Gómez, terminaron últimos del Grupo A, incapaces de recuperar siquiera un destello del orgullo que alguna vez los llevó al escenario global. Para una afición marcada por la nostalgia, la tabla final fue un veredicto duro sobre cuánto se ha alejado el equipo de sus picos históricos.

Nicaragua, bajo la dirección del chileno Marco Antonio Figueroa, al menos se fue de la eliminatoria con una historia diferente. Por primera vez, llegó a una ronda final de clasificación mundialista, un hito en sí mismo. Y no solo fue a participar. Nicaragua sorprendió a Honduras con una dolorosa derrota y empató con Costa Rica, asestando golpes duros a vecinos que durante mucho tiempo los vieron como puntos fáciles.

Al final, Nicaragua tampoco logró clasificar al Mundial, pero su campaña dejó entrever un mapa cambiante. La jerarquía tradicional del fútbol centroamericano se mostró menos rígida, más frágil. Los viejos poderes tropezaron. Los modestos respondieron. Y cuando se disipó el polvo, solo Panamá quedó en pie rumbo a 2026.

Para Centroamérica, el Mundial ampliado ahora se siente como un tren perdido. La región que soñó con enviar una caravana de equipos enviará, en cambio, a un solo y decidido pasajero. Panamá caminará por los estadios de Estados Unidos, México y Canadá sabiendo que no juega solo por sí mismo, sino por una región que creyó que este sería su momento y que vio, poco a poco, cómo esa creencia se desvanecía.

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