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Giro en el Superclásico argentino: River necesita en secreto que Boca gane

En la rivalidad futbolística más feroz de Argentina, River Plate ahora necesita que Boca Juniors levante el título del Clausura para llegar a la Copa Libertadores 2026, convirtiendo décadas de antagonismo en una extraña prueba emocional para hinchas, directivos y el frágil equilibrio competitivo de la liga.

Cuando tu peor enemigo tiene tu futuro en sus manos

Hay muchas formas de medir la profundidad del superclásico, pero pocas tan elocuentes como la tabla de posiciones de esta temporada. La gran ironía histórica es fácil de explicar y difícil de digerir. Tras los resultados del fin de semana en la primera división argentina, River Plate solo puede asegurar un lugar en la Copa Libertadores 2026 si su eterno rival, Boca Juniors, se consagra campeón del Torneo Clausura.

En los papeles, River hizo sus propios cálculos y quedó corto. El Millonario terminó en cuarto lugar en la tabla anual que otorga los cupos internacionales, una posición que por ahora solo clasifica al club a la Copa Sudamericana, el segundo torneo en importancia de Sudamérica. Por encima están Rosario Central, Boca Juniors y Argentinos Juniors, quienes ocupan los tres boletos a la Libertadores ligados a ese ranking anual.

En el sistema actual, Argentina tiene cinco cupos para la Copa Libertadores. Dos de ellos pertenecen automáticamente a los campeones de los torneos Apertura y Clausura. El primero fue para Platense, y el segundo se definirá en mediados de diciembre, tras las semifinales y la final del Clausura. Los otros tres lugares son para los tres primeros de la tabla anual, donde Rosario Central, Boca y Argentinos conforman el podio.

El giro está en el solapamiento. Si alguno de esos tres también levanta el trofeo del Clausura, su cupo por “tabla” se libera y corre al siguiente equipo en la lista. Ese equipo es River Plate, que pasaría de cuarto a tercero y entraría a la Libertadores. Si el campeón es otro, River seguirá fuera del máximo escenario continental.

Aquí es donde la rivalidad se convierte en un nudo. Rosario Central ya fue eliminado en octavos de final por Estudiantes de La Plata, y Boca Juniors dejó afuera a Argentinos Juniors en el ajustado cuarto de final del domingo, un 1-0 sellado por el defensor central Ayrton Costa. Solo Boca sigue con vida en el Clausura entre esos tres. Para River, el camino a la Copa Libertadores 2026 ahora pasa por la camiseta que aprendieron a odiar.

Académicos que escriben en Soccer & Society han descrito durante mucho tiempo el superclásico como una “rivalidad total”, una que organiza identidades en Argentina mucho más allá del estadio, moldeando cómo se habla de política, clase e incluso lealtades familiares. Ver las esperanzas de River depender de un título de Boca es ver esa rivalidad total plegarse sobre sí misma, enfrentando a los hinchas con una pregunta incómoda: ¿se puede realmente celebrar el triunfo del enemigo, aunque salve tu propia temporada?

EFE-EPA/JOHN G. MABANGLO

Tablas, goles agónicos y una temporada en gris

Los números que produjeron este dilema moral nacieron de un dolor particular. River Plate se despidió de la pelea por el Clausura tras perder 2–3 ante Racing Club de Avellaneda. Ese partido se definió en el último minuto, cuando el defensor uruguayo Gastón Martirena marcó el gol de la victoria. Un empate habría mantenido con vida a River; la derrota lo dejó mirando el cuadro desde afuera.

Ese tropiezo coronó lo que el propio club considera un 2025 “gris”, un año opaco en lo deportivo. Sin otras competencias, River ya no tiene torneos en el calendario y debe observar cómo otros pelean por los trofeos. El club ya planifica cómo reforzar su plantel para el año próximo, discutiendo fichajes para “elevar” el equipo, mientras el destino de sus ambiciones continentales se define en otro vestuario.

En la otra vereda de la rivalidad, Boca Juniors, dirigido aquí por Claudio Úbeda, sigue adelante. El equipo ya aseguró su lugar en las semifinales del Clausura, donde enfrentará al ganador de Racing contra Tigre. El premio al final de ese camino es la final programada para el sábado 13 de diciembre en el Estadio Madre de Ciudades de Santiago del Estero. Si Boca levanta el trofeo en esa ciudad del norte, el camino de River a la Libertadores se abre. Si Boca se queda corto, la puerta se cierra.

El otro lado del cuadro del Clausura tiene su propia historia. Estudiantes de La Plata, recién eliminado Central Córdoba, espera en semifinales al ganador de Gimnasia de La Plata contra Sportivo Barracas. Cualquier campeón que surja de ese lado sería un nuevo nombre en la lista de la Libertadores, pero para River también significaría otro año viendo el principal torneo continental desde casa.

Investigaciones en el International Journal of the History of Sport han destacado cómo los formatos de liga en Latinoamérica suelen producir “incentivos perversos” y alianzas extrañas, ya que los complejos sistemas de clasificación obligan a los hinchas rivales a situaciones donde el resultado más racional contradice sus instintos emocionales. El escenario actual encaja perfectamente en ese patrón. Racionalmente, un hincha de River debería querer que Boca siga ganando. Emocionalmente, décadas de cánticos e insultos en tribunas repletas empujan exactamente en la dirección opuesta.

EFE/EPA/CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH

Planificando 2026 con un ojo en Boca

Dentro de River Plate, la paradoja tiene un tono práctico. El equipo dirigido por Marcelo “Muñeco” Gallardo está “liberado” de la competencia, como dicen puertas adentro, tras este opaco 2025. Esa libertad trae tiempo para reconstruir, buscar fichajes de “jerarquía”, rediseñar un proyecto que alguna vez definió la era moderna del club con títulos y un estilo reconocible. Pero, por más que la dirigencia planifique con detalle, una parte del futuro queda fuera de su control.

Para un club cuya identidad está profundamente ligada a la Copa Libertadores, lo que está en juego va más allá de las finanzas y el prestigio. River ganó el torneo en 1986, 1996, 2014 y 2018, cada título alimentando una narrativa de destino continental que compite directamente con la propia historia de Boca. Académicos en el Journal of Latin American Studies señalan que ese éxito continental repetido construye lo que llaman “capital mítico”, un recurso simbólico al que los clubes recurren en momentos de crisis. Perderse la edición 2026 sería, para muchos hinchas, una erosión temporal de ese capital.

Al mismo tiempo, la dependencia de Boca expone la naturaleza entrelazada de la economía futbolística de Argentina. Los ratings televisivos, patrocinios e ingresos de taquilla se ven impulsados por la presencia de ambos gigantes en los torneos más importantes. Incluso cuando se definen en oposición, River y Boca ayudan a sostener el ecosistema que da sentido a su rivalidad. Es una dinámica que trabajos académicos en Soccer & Society han comparado con una especie de “monopolio compartido”, en el que dos clubes dominantes se necesitan mutuamente, incluso mientras compiten por la supremacía.

En un plano más íntimo, las próximas semanas crearán pequeños rituales de contradicción. En livings y bares pintados de rojo y blanco, los hinchas mirarán los partidos de Boca con una intensidad inusual. Algunos se negarán a decirlo en voz alta, pero sabrán que un gol de Boca los acerca a la Libertadores, mientras que una derrota los deja en la Sudamericana. Otros insistirán en que hay líneas que no se pueden cruzar, que alentar a Boca Juniors es simplemente imposible, incluso en susurros.

Desde una perspectiva más amplia de Latinoamérica, la historia resulta familiar. Clubes y países suelen verse enredados en los éxitos de sus rivales, ya sea por acuerdos televisivos compartidos, torneos coorganizados o sistemas de ranking que premian el rendimiento colectivo. La situación actual en Argentina cristaliza esa tensión en su forma más pura: el club que construyó su leyenda superando a su vecino ahora espera que ese vecino le marque el camino de regreso al principal escenario continental.

Mientras el Clausura se acerca a su clímax, el destino del sueño de River Plate de la Copa Libertadores 2026 se decidirá lejos de Núñez, en las piernas de jugadores vestidos de azul y oro y en un estadio bien al norte. Pase lo que pase en Santiago del Estero el 13 de diciembre, esta temporada será recordada no solo por el gol agónico de Gastón Martirena o el cabezazo de Ayrton Costa, sino por las semanas en que River tuvo que contemplar lo impensado: esperar, en silencio o en voz alta, que Boca Juniors sea campeón.

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