La derrota de Ferreira en la Libertadores queda opacada por su sólido ascenso en el poderoso Palmeiras brasileño
Tras perder la final de la Copa Libertadores ante Flamengo, Palmeiras se encuentra en una encrucijada: la presidenta Leila Pereira redobla su apuesta por el técnico Abel Ferreira y el director Anderson Barros, poniendo a prueba la tradición brasileña de despidos rápidos frente a una arriesgada apuesta por la continuidad y la paciencia.
Tras la derrota, una presidenta rechaza la salida fácil
En las horas y días posteriores a una final perdida, el fútbol brasileño suele recurrir al mismo guion. El entrenador se convierte en el pararrayos, los directivos hablan de “reestructuración” y alguien paga con su puesto para que la institución pueda proclamar una renovación. Esta vez, en la mitad verde de São Paulo, la respuesta es diferente. Tras el revés ante Flamengo en la final de la Libertadores, la presidenta Leila Pereira ha decidido no sacrificar a los sospechosos habituales. Según reporta Itatiaia, ella aún desea la renovación de contrato de Abel Ferreira y respalda la permanencia de Anderson Barros, su cuestionado director de fútbol.
El plan es claro sobre el papel. La propuesta sobre la mesa extendería el contrato de Abel Ferreira hasta finales de 2027, coincidiendo con el cierre del segundo mandato de Leila Pereira en Palmeiras. El técnico ya expresó su deseo de quedarse y dejó el acuerdo verbalmente alineado, ese tipo de entendimiento de apretón de manos que tiene peso tanto en los vestuarios como en las salas de juntas del fútbol. Desde la perspectiva de la presidenta, la renovación ahora depende solo de que el entrenador portugués firme el nuevo contrato. Para una afición aún dolida por perder una final ante un rival de rojo y negro, esa firma pendiente se convierte en símbolo de inquietud.
Estudios académicos, como los publicados en Soccer & Society, destacan el ‘inmediatismo’ de la cultura de los clubes brasileños, donde los entrenadores suelen ser despedidos tras breves rachas negativas. La decisión de Palmeiras de mantener a Abel Ferreira tras una derrota de alto perfil ejemplifica un enfoque opuesto, basado en la planificación a largo plazo, que privilegia la resiliencia y la identidad cultural por encima de las soluciones rápidas, algo que resuena entre los hinchas que buscan estabilidad.
Dentro del club, la decisión de respaldar a Anderson Barros puede ser la más delicada políticamente. Los directores deportivos rara vez se convierten en héroes populares; suelen ser administradores anónimos a quienes se culpa por cada fichaje fallido. Sin embargo, investigaciones en el Journal of Sport Management han destacado cómo las estructuras directivas estables suelen ser la base del éxito sostenido, incluso en entornos volátiles. Al defender a su director, Leila Pereira está diciendo implícitamente a los aficionados que la reciente era de títulos de Palmeiras no es producto de un solo hombre en el banquillo, sino de un ecosistema que no está dispuesta a desmantelar de la noche a la mañana.

De Penafiel a Palmeiras, un jefe diferente
Para entender por qué esta apuesta por la continuidad resulta tan cargada, conviene remontarse a la historia de Abel Ferreira en Penafiel, la pequeña ciudad portuguesa donde nació el 22 de diciembre de 1978. Su carrera como lateral derecho en clubes como Sporting de Lisboa y Sporting Braga fue respetable pero no legendaria, truncada por una lesión y recordada más por su fiabilidad que por el glamour. Dos años después de colgar los botines, empezó de cero en los banquillos, construyendo su carrera como entrenador en equipos juveniles y de segunda división en Portugal.
Allí, lejos de las luces del Allianz Parque, se ganó la reputación de ser un técnico meticuloso y disciplinado, alguien que estudiaba los partidos obsesivamente y creía en dar minutos a los jóvenes. El perfil que surge de esos primeros años es el de un entrenador dispuesto a rescatar futbolistas que parecían destinados al olvido y a reinventar sus roles. En muchos sentidos, esos modestos campos de entrenamiento fueron su laboratorio, mucho antes de que sus conferencias de prensa fueran noticia en Brasil.
Su salto al escenario principal europeo llegó a través del PAOK en Grecia, donde las limitaciones presupuestarias obligaban a la creatividad. Con Abel en el banquillo, PAOK eliminó al Benfica en la fase clasificatoria de la UEFA Champions League 2020, una victoria que tuvo eco en todo el mundo lusófono. También resonó en los despachos brasileños, especialmente entre quienes seguían mirando a Flamengo tras la salida de Jorge Jesus. En cuestión de semanas, Palmeiras se movió para contratarlo como reemplazo de Vanderlei Luxemburgo, cerrando el acuerdo aproximadamente mes y medio después de aquella sorpresa europea.
Lo que siguió en São Paulo se parece más a una dinastía que a una simple etapa exitosa. Desde su llegada en 2020, Abel Ferreira ha superado los 350 partidos al mando y ha conquistado cerca de 10 títulos, entre competiciones nacionales y trofeos internacionales. Se convirtió en el entrenador con el ciclo ininterrumpido más largo en Palmeiras y el más laureado, tanto en torneos continentales como en campañas domésticas. Bajo su dirección, el Verdão ha pasado gran parte de la temporada actual entre los cuatro primeros del Campeonato Brasileño, manteniendo viva la posibilidad de otro campeonato liguero incluso tras el dolor de la derrota en la Libertadores.
Esos resultados han redefinido el poder que puede ejercer un técnico extranjero en el fútbol brasileño. Las etiquetas que antes acompañaban su nombre, como “exigente” o “combativo”, usadas a menudo para describir su actitud en la banda, lo han convertido en figura central de los debates sobre disciplina, formación de jóvenes y rigor táctico. Investigadores del Journal of Latin American Cultural Studies han destacado cómo el fútbol en la región suele mezclar ideas de lucha y sacrificio con la identidad nacional; la imagen pública de Abel, a medio camino entre sargento y profesor reflexivo, encaja perfectamente en esa narrativa.
Las negociaciones de renovación como espejo de las tensiones del fútbol brasileño
Es en este contexto donde la actual saga contractual adquiere una resonancia más amplia. La oferta de un contrato hasta 2027 es más que una decisión de personal. Ata el destino de una presidenta, un entrenador y un proyecto deportivo al mismo calendario en un club donde los ciclos electorales y las expectativas de la afición rara vez coinciden. Leila Pereira apuesta su segundo mandato a la idea de que el hombre que llevó a Palmeiras a una etapa inédita de estabilidad y dominio sigue siendo el indicado para guiar los próximos tres años.
Pero la dimensión humana complica cualquier lógica de sala de juntas. Los hinchas que viajaron para ver perder al equipo la final de la Libertadores ante Flamengo no lo viven en proyectos de gestión o ciclos de gobierno; lo sienten en las oportunidades perdidas y las burlas rivales. Para ellos, ver a Abel Ferreira dudar en firmar puede alimentar una sensación de abandono, o al menos de incertidumbre. ¿Sigue el técnico comprometido emocionalmente? ¿Está valorando ofertas de Europa o Medio Oriente? En un ecosistema mediático hambriento de drama, cada demora se convierte en noticia.
El trabajo académico en el Journal of Latin American Studies ha señalado desde hace tiempo cómo las instituciones en la región luchan por escapar del personalismo, esa tendencia a concentrar expectativas y culpas en individuos carismáticos más que en estructuras. Palmeiras no es la excepción. El debate sobre la renovación de Abel revela fracturas que van más allá de la táctica: ¿Es el club lo suficientemente fuerte para absorber su eventual salida cuando llegue, o ha permitido que un entrenador se convierta en todo el proyecto? Al respaldar a Anderson Barros e insistir en la continuidad estructural, Leila Pereira apuesta por lo primero, aunque la emoción pública se aferre a lo segundo.
En la cancha, los números siguen hablando a favor de Abel. Bajo su liderazgo, Palmeiras no solo ha levantado trofeos, sino que también ha integrado jóvenes talentos, manteniendo la competitividad deportiva y la salud financiera en una liga donde muchos gigantes están aplastados por las deudas. Esos logros hacen que el momento actual se sienta menos como el fin de una era y más como una encrucijada peligrosa: un punto donde una decisión apresurada podría romper un ciclo raro de estabilidad.
Desde una perspectiva más amplia latinoamericana, la historia refleja tensiones conocidas. Los clubes de la región oscilan entre grandes proyectos e improvisación, entre proteger su futuro y ceder ante la furia del resultado del fin de semana. Revistas como Soccer & Society han subrayado que esos vaivenes suelen reflejar la volatilidad política y económica más amplia, en la que las instituciones deben probar constantemente su legitimidad. En ese sentido, la insistencia de Palmeiras en renovar a un técnico exitoso y proteger a un director deportivo tras una derrota dolorosa puede leerse como un intento de madurez, un esfuerzo por comportarse como un proyecto a largo plazo en una cultura de corto plazo.
Por ahora, todo depende de una firma. Hasta que Abel Ferreira no estampe su rúbrica, la incertidumbre flotará sobre el Allianz Parque como una nube persistente. Sin embargo, la decisión de Leila Pereira de mantener su apuesta por él y por Anderson Barros ya cuenta su propia historia. Sugiere que, tras una amarga derrota, uno de los clubes más poderosos de Brasil está dispuesto a enfrentar sus propios instintos y, al menos por un momento, apostar por la paciencia en lugar del pánico. En la economía emocional del fútbol suramericano, eso ya es noticia.
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