Milagro uruguayo en maratón: la histórica medalla de bronce de Julia Paternain sorprende en Tokio

Julia Paternain llegó a Tokio clasificada en el puesto 288 del mundo, corriendo apenas su segundo maratón. Se fue con la primera medalla en la historia de Uruguay en un Mundial de Atletismo: un improbable bronce ganado con paciencia, instinto y un remate final nacido de recuerdos escolares.
Un podio que nadie predijo
Cuando Julia Paternain entró tambaleándose al túnel del estadio después de 42,195 km, parecía más aturdida que triunfante. Solo después comprendió que acababa de reescribir la historia del deporte uruguayo. “Estaba en shock”, admitió la atleta de 25 años. Su plan de carrera se había reducido a lo esencial: mantener el ritmo, mantenerse en pie y ver qué ofrecían los kilómetros finales. “Este es mi segundo maratón y solo intentaba ir de A a B y llegar a la meta sin que se me dieran vuelta las piernas”, contó a The New York Post.
Delante suyo, la campeona olímpica keniata Peres Jepchirchir superó en el sprint a la etíope Tigst Assefa, cruzando en 2:24:43. Paternain llegó casi tres minutos más tarde, en 2:27:23—bronce, un resultado tan improbable que parecía burlarse de los pronósticos. Clasificada muy lejos de la élite, jamás había estado en un escenario así. Ahora era la primera medallista uruguaya en un Mundial.
Corriendo entre dos hogares
La trayectoria de Paternain se extiende entre Uruguay y Gran Bretaña. Su familia es enteramente uruguaya, pero se mudó a Cambridge a los dos años cuando su padre asumió un puesto universitario. Fue en el sistema escolar británico donde afiló sus instintos competitivos. Recuerda las competencias escolares inglesas como el crisol que le enseñó a cerrar fuerte. “Toda mi familia es de Uruguay, pero pensaba en las carreras escolares inglesas cuando corría los 3.000m”, dijo a The New York Post.
Esos títulos consecutivos en 3.000m en 2017 y 2018 fueron decisivos. Más tarde vistió la camiseta británica en el Campeonato Europeo Sub-23 de 2019, donde terminó sexta en 10.000m. Esa doble influencia—orgullo uruguayo, formación británica—le dio una serenidad mayor que su currículum. En Tokio, cuando la carrera se estiró y las favoritas se vigilaban, Paternain confió en la paciencia que había practicado de adolescente. “Me acordé de los últimos 200 metros y esto se sintió igual que en las escuelas inglesas”, contó. El rugido no era el mismo, pero el instinto sí: levantar las rodillas, buscar la cinta, esprintar.
Corriendo por sensaciones, terminando en shock
Al llegar a la mitad de la carrera, Paternain percibió que el día se desarrollaba de manera extraña. “A mitad de camino me di cuenta de que estaba en el top 12, tal vez, y desde ahí fui alcanzando gente”, recordó. Lo que le faltaba era confirmación. En una ciudad donde la mayoría de los gritos desde la calle eran en japonés, no podía seguir su posición. “Normalmente la gente te grita en qué puesto vas, pero todo era en japonés, así que no tenía idea de dónde estaba.”
Cuando entró a la pista para los metros finales, todavía no lo sabía. “Sabía que estaba en el top, asumía que sexta o quinta. No quería pensar que había medalla, por si no era así.” Incluso al cruzar, el miedo superó la alegría. “Estaba aterrada de que esa no fuera la meta, que alguien viniera atrás y que yo me detuviera y me quedara una vuelta más.” Preguntó a los oficiales para asegurarse. Solo entonces el shock se transformó en euforia—y en historia.

IG@juliapaternain
Lo que significa su bronce para Uruguay
Para Uruguay, una nación definida globalmente por su herencia futbolística, la medalla de Paternain abre un territorio completamente nuevo. Ella demostró que un país de tres millones puede llegar al podio del maratón en el escenario más grande del atletismo. Amplía el horizonte de jóvenes corredores que quizá nunca pisen una cancha de fútbol, pero que igual pueden soñar con medallas celestes.
Su historia también subraya cómo el deporte moderno está moldeado por la migración. La medalla le pertenece tanto a Montevideo como a Cambridge, tanto a las cenas familiares uruguayas como a las pistas escolares británicas. Refleja la realidad global de que el talento se forja a través de fronteras.
Habrá especulaciones sobre lo que Paternain puede lograr con más preparación específica de maratón y más carreras que le enseñen la dura aritmética de la distancia. Pero este bronce ya se sostiene por sí solo. No fue un simple resultado de desgaste, sino un negativo perfectamente cronometrado, prueba de que la disciplina y el instinto pueden derribar rankings.
En el papel, una corredora clasificada 288 no gana medallas. En el asfalto, con el ritmo justo, paciencia y un último 10K sin miedo, lo improbable se vuelve inevitable. Paternain encarnó esa paradoja. Lo hizo sin saber su posición, sin las voces familiares en la multitud y con la humildad de quien teme que la cinta no sea la cinta. Esa humildad solo hace que el bronce sea más valiente.
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Uruguay ahora tiene un nuevo capítulo en su historia deportiva—uno escrito no por penales ni dioses del fútbol, sino por una maratonista que recordó el empuje final de una carrera escolar y lo invocó otra vez cuando el mundo menos lo esperaba.