Panamá alumbra el camino para los gimnastas latinoamericanos que persiguen la gloria olímpica

A un año de la ampliada Copa Mundial 2026, la tabla de clasificación sudamericana ya parece una lista de invitados redactada con diplomacia, mientras que la ausencia de cupos automáticos en la CONCACAF ha convertido a México y Centroamérica en un escenario encendido, donde cada partido chispea con un peligro genuino.
El istmo se convierte en escenario
Mucho antes del amanecer del jueves, técnicos dentro de la Arena Roberto Durán en Ciudad de Panamá apuntaban haces de luces LED hacia los flamantes aparatos, ajustando los focos hasta que la barra superior de las asimétricas brillara como un horizonte plateado. Afuera, banderas en español, inglés y portugués ondeaban bajo el calor creciente, anunciando el primer clasificatorio olímpico completo del nuevo ciclo en el continente. El Campeonato Panamericano de Gimnasia Artística—equivalente deportivo a un Grand Slam inaugural—regresa al país después de quince años, reuniendo a 178 atletas de veinticuatro naciones y brindando un raro momento de atención global a un país más conocido por sus canales que por sus mortales.
Detrás del telón, el presidente de la federación, Carlos Herrera, caminaba entre muelles de carga y tarimas de entrevistas. Recuerda el evento continental de 2009, cuando Panamá tuvo que pedir prestadas colchonetas gastadas a clubes locales y los espectadores se sentaban en gradas de madera. “Ese torneo demostró que teníamos ganas”, le dice a EFE, secándose el sudor de la frente. “Esta vez tenemos el equipo, la tecnología, los voluntarios… todo menos las medallas. Esas, las deben ganar las gimnastas”. Funcionarios del gobierno ven un premio aún mayor: si Panamá logra albergar el evento sin tropiezos, fortalecerá futuras candidaturas a las Copas del Mundo de la FIG y consolidará al Istmo como centro de entrenamiento para federaciones del Caribe y Centroamérica hambrientas de instalaciones de primer nivel.
Estrellas que regresan y promesas que debutan
Durante el entrenamiento en el podio del miércoles, una ola de aplausos recorrió la arena semivacía cuando Hillary Heron, orgullo panameño, corrió hacia el salto, cortando la humedad con los brazos, y ejecutó un espectacular front-handspring con media vuelta—limpio, centrado, más motivador que cualquier charla técnica. Su rutina en la Copa del Mundo 2024—en París, nada menos—le valió el apodo de La Pantera; las transmisiones locales ahora promocionan el evento con emojis de ojos felinos. Lidera una escuadra femenina de seis integrantes, entre ellas la joven de 16 años Nabie Pinnock, cuya rutina en la viga aún tiembla en el giro completo, pero deslumbra con una originalidad que los jueces buscan con ansias.
Apenas unas líneas abajo en la lista de salida brilla Hezly Rivera, la dinamita estadounidense que cumplió 16 años con una medalla de oro olímpica por equipos ya colgada en su armario. Rivera ríe con facilidad junto a sus compañeras, cuyos uniformes de calentamiento están adornados con minúsculas palmeras bordadas por un club de fans en Florida, pero el cambio de chip es inmediato cuando el magnesio toca la piel. A su lado están Jayla Hang, que desafía la física en el salto; Gabrielle Hardie, una coreógrafa de suelo en potencia; Dulcy Caylor y Tiana Sumanasekera, cuya precisión en la viga arrancó suspiros en el campamento interno del mes pasado. “Estamos probando elementos nuevos que esperamos necesitar en 2027”, dice la entrenadora estadounidense Cecile Landi a EFE. Traducción: las norteamericanas no vienen solo a ganar, sino a poner a prueba sus habilidades de élite bajo presión real.
Las historias masculinas no se quedan atrás. El colombiano Ángel Barajas, primer gimnasta de su país en ganar una medalla olímpica—bronce en barra fija en París—regresa al escenario internacional tras una reconstrucción de hombro tan compleja que los cirujanos la compararon con “reconstruir un puente colgante”. Al otro lado de los tapetes de calentamiento, el estadounidense Asher Hong ejecuta rutinas en anillas que parecen sacadas de un cómic de Marvel. Brasil responde con Diogo Soares y un recién salido del retiro Vitaly Guimarães, cuyas rutinas están llenas de elementos nuevos recolectados en una gira europea de primavera. “Sin Andrade, no hay problema”, bromea el entrenador brasileño Ricardo Pereira, en referencia al descanso post-olímpico de la superestrella Rebeca Andrade. La profundidad, insiste, es la nueva moneda brasileña.

Una ambición de altura para el anfitrión
Montar un evento de esta magnitud en una capital tropical es un desafío logístico de alto vuelo. Contenedores de equipo Spieth pasaron aduana apenas días antes del entrenamiento en el podio; sensores de humedad alertan cada hora a técnicos que ajustan el clima de la arena. Nuevas torres de revisión por video—instaladas para evitar que protestas de puntuación deriven en caos a pie de pista—parpadean como pequeños faros sobre las mesas de jueces. En los pasillos, voluntarios con polos celestes canalizan a los atletas hacia micrófonos en la zona mixta que huelen vagamente a magnesio y protector solar de coco.
Más allá del resplandor de las luces del suelo se libra una lucha más silenciosa por la relevancia del país anfitrión. Panamá nunca ha clasificado un equipo completo de gimnasia a unos Juegos Olímpicos, enviando solo especialistas individuales esporádicos desde los años 80. Las hazañas de Heron en la Copa del Mundo convencieron a los funcionarios del ministerio de que un campeonato en casa podría encender un interés más amplio—y quizás incluso atraer patrocinios del sector bancario que promueve el canal como símbolo de audacia ingenieril. “Les decimos a los niños: si aquí los barcos cruzan continentes, sus sueños también pueden hacerlo”, dice Herrera, sentimental sin pudor pero astuto. Sabe que imágenes televisivas de gradas llenas y banderas panameñas ondeando podrían destrabar los fondos necesarios para un centro nacional de entrenamiento atrapado en un limbo de permisos.
Del istmo a la ciudad de Los Ángeles
Más allá de las ceremonias del podio se esconde una tabla de Excel con puntos de clasificación cruciales para determinar quién pisará el suelo de Los Ángeles 2028. El nuevo código de la FIG premia la expresividad en suelo femenino y la diversidad de vuelos en paralelas masculinas, empujando a los programas que antes priorizaban la dificultad bruta hacia riesgos más artísticos. El doble mortal con doble giro planeado por Jayla Hang tiene la nota D más alta jamás intentada por una junior estadounidense; si lo logra aquí, se posiciona como futuro fenómeno viral. La brasileña Luiza Abel, recién salida de una cirugía de tobillo, intentará una osada conexión Maloney con giro completo a Ginger en las barras—o boleto dorado o cita directa con la tina de hielo.
Estos torneos continentales también funcionan como ferias de reclutamiento. Ojeadores de universidades estadounidenses con becas NCAA rondan los cubos de magnesio, evaluando cómo maneja la presión la debutante salvadoreña Ana Barillas, de 15 años. Mientras tanto, agentes de clubes europeos siguen a gimnastas como el venezolano José Luis Fuentes, cuya fuerza en anillas podría sostener a un equipo de la Bundesliga que busca bonos por liga.
Para los atletas, sin embargo, el cálculo es más simple. Ángel Barajas esquiva la conversación sobre medallas. “París demostró que la puerta se abre cuando crees que perteneces”, le dice a EFE, flexionando muñecas recién vendadas. “Este torneo es el primer punto de control: rutinas limpias, sin dolor, confianza”. Cerca, Heron ríe con Pinnock por un baile de TikTok, pero sus ojos vuelven una y otra vez a la pista de salto, como si midiera un viento que no existe bajo techo. Sabe que un aterrizaje perfecto puede reescribir la relación de un país con la gimnasia.
Los panameños, acostumbrados a héroes del béisbol y leyendas del boxeo, escucharán nuevas palabras esta semana—Shaposhnikova, Yurchenko, Kolman—y tal vez vean su bandera izarse junto a las de los gigantes del hemisferio. Si eso ocurre, la ovación resonará a través de las esclusas del canal y por toda la Avenida Balboa, prueba de que la gimnasia, como los barcos que cruzan Gatún, puede transformar un carril angosto en un pasaje hacia el mundo.
Lea Tambien: Por qué las eliminatorias de fútbol en Centroamérica superan a la rutina sudamericana
Brillen las medallas que brillen en la noche final, ya hay una señal marcada: el camino a Los Ángeles comienza con magnesio en el aire tropical, y la diminuta Panamá ha entrado al tapiz no como escala, sino como contendiente.