Recordando el día más oscuro del fútbol: 60 años después del desastre en el Estadio Nacional de Perú
Hace poco más de sesenta años, el 24 de mayo de 1964, un partido de fútbol en Lima se convirtió en uno de los desastres más mortales en la historia de los estadios. Lo que comenzó con una decisión polémica de un árbitro terminó en tragedia, dejando 328 personas muertas y muchas otras heridas.
Un partido de altas apuestas y tensiones
El 24 de mayo de 1964, el Estadio Nacional en Lima estaba lleno con casi 50,000 espectadores, todos ansiosos por presenciar un partido crucial de fútbol clasificatorio para los Juegos Olímpicos entre Perú y Argentina. Las apuestas eran altas, ya que el torneo determinaría qué equipos representarían a Sudamérica en los Juegos Olímpicos de Tokio. Para Perú, derrotar a Argentina, un oponente formidable y líder del torneo, era vital, ofreciendo la posibilidad de avanzar a los tres primeros lugares y reavivar sus esperanzas de clasificación olímpica.
A pesar de los altos precios de las entradas, que equivalían a un día de salario para muchos, el estadio estaba lleno. Los fanáticos estaban emocionados, depositando sus esperanzas en el equipo amateur peruano. Una victoria traería gloria nacional y permitiría a Perú superar a Argentina en la tabla de posiciones. Pero a medida que el partido avanzaba, se hizo evidente que este sería un día que nadie en Lima, ni en el mundo del fútbol, olvidaría jamás.
Un gol anulado y el caos desatado
El partido fue tenso, con ambos equipos luchando por romper el empate. Durante gran parte del juego, el marcador se mantuvo 0-0, pero en la segunda mitad, Argentina tomó la delantera con un gol que intensificó aún más la atmósfera en el estadio. A medida que se acercaban los minutos finales, la presión aumentaba para que Perú anotara el empate. Entonces, faltando solo seis minutos, un jugador peruano encontró la red, enviando a la multitud al delirio.
Sin embargo, su júbilo fue breve. El árbitro, Ángel Eduardo Pazos, anuló el gol, citando una falta por juego peligroso del jugador peruano, quien había levantado demasiado el pie. La decisión inmediatamente provocó indignación entre los fanáticos peruanos, quienes la consideraron una injusticia flagrante. Gritos de enojo llenaron el estadio, y dos fanáticos invadieron el campo en protesta. Uno de ellos, el conocido alborotador Matías Rojas, fue rápidamente detenido por la policía. El otro, Edilberto Cuenca, fue brutalmente golpeado por los oficiales, quienes le soltaron perros a pesar de que no representaba una amenaza real.
Al ver el violento trato a Cuenca, la ira de la multitud se desbordó. Los fanáticos comenzaron a lanzar objetos —botellas, monedas y cojines de asiento— al campo, y el caos estalló. A medida que las tensiones aumentaban, muchos aficionados intentaron salir del estadio, pero pronto descubrieron un problema mucho más aterrador.
Muerte y destrucción en Lima
A medida que la violencia se extendía, miles de espectadores se dirigieron hacia las salidas del estadio, solo para descubrir que la mayoría de ellas estaban cerradas. Solo dos de las cinco puertas de salida estaban abiertas, mientras que las otras estaban selladas con persianas de acero corrugado. Si las puertas fueron deliberadamente cerradas por la policía para contener el caos o simplemente quedaron desatendidas por el personal del estadio sigue siendo objeto de especulación, pero el resultado fue catastrófico.
El pánico se desató cuando la policía disparó gases lacrimógenos hacia las gradas, empujando a la multitud hacia las salidas bloqueadas. Los fanáticos se agolparon en los estrechos túneles, solo para encontrarse atrapados en una aplastante masa de cuerpos. La presión se volvió tan intensa que muchos fueron levantados del suelo, incapaces de moverse o respirar. Algunos se desmayaron por el calor y la asfixia, mientras que otros fueron pisoteados en el desesperado intento de escapar.
Los aplastamientos duraron horas, con víctimas apiladas contra las puertas, incapaces de escapar. Cuando finalmente cedieron las persianas de acero, cientos de cuerpos, tanto muertos como vivos, se derramaron en las calles. Mientras tanto, afuera del estadio, los fanáticos enfurecidos protagonizaron disturbios, incendiando negocios y enfrentándose con la policía. La violencia se extendió a los barrios cercanos, con alborotadores robando autos y provocando incendios. A las autoridades les tomaría horas recuperar el control de las calles.
Al final de la noche, el número de muertos ascendía a 328, lo que convirtió al desastre del Estadio Nacional en uno de los más mortales en la historia del fútbol. La tragedia conmocionó no solo a Perú, sino al mundo entero.
Preguntas sin respuesta
En los días posteriores al desastre, Perú entró en un período de duelo nacional. La magnitud de la tragedia era difícil de comprender, y el público exigía respuestas. El juez Benjamín Castañeda fue designado para dirigir una investigación sobre los hechos, pero su investigación enfrentó numerosos obstáculos. Acusó a las autoridades de encubrir pruebas, afirmando que muchas de las víctimas habían sido baleadas por la policía, y alegó que se estaban ocultando cuerpos de la investigación.
El informe de Castañeda fue desestimado a pesar de sus afirmaciones, y no se realizó ninguna investigación adicional. El oficial de policía responsable de ordenar los gases lacrimógenos fue sentenciado a 30 meses de prisión, pero para muchos, este castigo hizo poco para proporcionar consuelo a las familias de las víctimas.
Hoy en día, el Estadio Nacional es un recordatorio de aquel oscuro día en la historia del fútbol. Aunque el estadio ha sido renovado y continúa albergando importantes eventos deportivos, no hay un monumento oficial para las más de 300 vidas perdidas en 1964. Para las familias de las víctimas y muchos otros, las preguntas en torno al desastre siguen sin respuesta.
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Al recordar el 60º aniversario de la tragedia del Estadio Nacional, es un recordatorio solemne de los peligros del control de multitudes mal gestionado, los riesgos de la seguridad deficiente en los estadios y las devastadoras consecuencias que pueden surgir cuando el orden se desmorona en el fútbol.