ECONOMÍA

Argentina: Bosque El Impenetrable lucha contra el ganado, las motosierras y el clima

En el norte de Argentina, El Impenetrable, el corazón agreste del Gran Chaco, se encuentra al borde del colapso. La deforestación, la sequía y el ganado en libertad amenazan un bosque que ayuda a enfriar el continente, mientras comunidades y guardaparques luchan por sobrevivir sin destruirlo.

Un bosque por el que vale la pena luchar

Se llama El Impenetrable por una razón. El bosque no cede fácilmente. Sus árboles espinosos y su densa maleza arañan todo lo que se atreve a entrar: botas, neumáticos, incluso piel. Sin embargo, bajo el calor y el polvo yace uno de los ecosistemas más importantes de Sudamérica, una esponja viva que ayuda a regular el clima del continente.

Extendido por Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil, el Gran Chaco es el segundo bosque más grande del continente después del Amazonas: casi un millón de kilómetros cuadrados de biodiversidad. En el extremo norte de Argentina, alberga algarrobos y quebrachos tan densos que parecen tallados en hierro, espinas de vinal capaces de destrozar una llanta y el tenue perfume del palo santo flotando en el calor.

El Parque Nacional El Impenetrable, de 128.000 hectáreas, creado en 2014 a partir de esta naturaleza salvaje, sigue siendo santuario y campo de batalla. La electricidad titila, la señal de celular desaparece y la lluvia es caprichosa. Sin embargo, este parche de escasez protege abundancia: los pulmones del Chaco y refugio de tapires, pecaríes, jaguares y más de 300 especies de aves.

Pero el mismo aislamiento que antes lo protegía ahora lo deja vulnerable. Los guardaparques patrullan un área del tamaño de un país pequeño con pocos vehículos y menos combustible. Más allá del borde del bosque, las granjas de soja y los camiones madereros avanzan, amenazando con borrar la línea entre preservación y ganancia.

Proteger o vivir de la tierra

Para las 60.000 personas que llaman hogar a esta frontera —familias indígenas, pequeños agricultores y ganaderos—, el bosque es vida y sustento a la vez. Pocos ilustran mejor esa tensión que Jorge Luna, un ganadero de 55 años que también guía turistas y dirige un pequeño camping a orillas del río Bermejito.

Hace siete años, durante una crisis económica, Luna casi firmó la venta de su bosque a una empresa maderera. El dinero, admite, era tentador. “Aquí tengo molle, algarrobo, palo santo, quebracho colorado y blanco—maderas buenas,” dijo a EFE, bajo la sombra de los mismos árboles que una vez pensó vender. “Por suerte cancelé el contrato.

El consejo de la Administración de Parques Nacionales y de la Fundación Rewilding Argentina le cambió la mente. Le advirtieron que una sola cosecha podría dejar su tierra pelada, sin nada para sus hijos. Hoy, recibe a observadores de aves y caminantes en lugar de madereros, aunque el camino es difícil y las ganancias desiguales. “El turismo nos da esperanza,” dijo, “pero el camino es largo. Necesitamos apoyo, caminos, agua y luz.

En los pueblos del Chaco, las familias están convirtiendo habitaciones libres en alojamientos y cocinas al aire libre en comedores comunitarios para visitantes, con la esperanza de que el ecoturismo triunfe donde el ganado y la tala han fallado. Pero, por ahora, la economía del bosque aún se mide en kilómetros de caminos de tierra y el zumbido impredecible de un generador.

EFE/Juan Ignacio Roncoroni

Dentro del parque, la presión aumenta

Cuando El Impenetrable fue declarado parque nacional, los conservacionistas celebraron. Se prohibió la tala y la caza. Se destacaron guardaparques en puntos clave. Pero el respiro fue parcial. “El paso de los camiones madereros es constante,” contó a EFE el guardaparques Matías Almeida, describiendo patrullas que a menudo terminan en claros ilegales. “Todo pasa rápido, en el anonimato.

Almeida ha visto cambiar el paisaje en solo tres años. El cultivo de soja ahora muerde los bordes del parque, reemplazando el bosque por tierra pelada y quemada por el sol. “Genera riqueza para unos pocos en poco tiempo,” dijo, “pero nada comparado con los servicios ecosistémicos que brinda esta biodiversidad.

Según Greenpeace, más de 167.000 hectáreas de bosque desaparecieron en la provincia del Chaco entre 2020 y 2025, gran parte por tala ilegal. Almeida dice que cada nueva cicatriz debilita la capacidad de la tierra para almacenar carbono y proteger a las comunidades de las olas de calor y las sequías. “Se siente,” dijo. “El aire es más caliente. El suelo, más sediento.

Guardaparques como Almeida saben que la vigilancia por sí sola no salvará el parque. Necesitan aliados: las familias que viven justo fuera de sus límites. Sin ellas, cada motosierra silenciada dentro del parque volverá a encenderse fuera de él.

El dilema del ganado y la apuesta del turismo

No toda la destrucción llega rugiendo en motores diésel. Parte camina sobre cuatro patas. En todo el Chaco, el ganado pasta a monte —sin cercas, vagando por el bosque en busca de agua. “El ganado genera competencia por el agua,” explicó Almeida a EFE. “Las vacas y los caballos beben grandes cantidades cada día, secando las lagunas muy rápido.

El agua es el pulso del Impenetrable, y sus ríos —el Bermejo y el Bermejito— son arterias vitales. Pero sus orillas se erosionan con facilidad, y sus crecidas estacionales pueden convertir los pastizales en páramos. Cuando los rebaños secan las pozas, no queda nada para los tapires, pecaríes y ciervos que alimentan a los jaguares. Ese desequilibrio se extiende, amenazando a todas las especies que dependen del delicado ritmo de la inundación y la sequía.

Aun así, hay señales de recuperación. La Fundación Rewilding Argentina está reintroduciendo especies nativas y creando corredores para apoyar el regreso del jaguar. “Los humanos somos responsables de la destrucción del bosque chaqueño, pero también podemos participar activamente en su recuperación,” dijo Débora Abregú, de Rewilding, agregando que “producir naturaleza” —a través del ecoturismo y la restauración— puede ser tan rentable como talarlo.

Para Melina Ybañez, de 26 años, nacida y criada en el Impenetrable, esa idea es tanto moral como personal. Se forma como guía del parque, parte de una nueva generación que intenta quedarse y trabajar sin destruir el lugar que los crió. “Les dije a mi papá y a mi tío: ¿qué quieren dejarle a las próximas generaciones?” contó a EFE, recordando veranos en los que el termómetro llegaba a 50 grados. “Si seguimos talando, un día no va a llover. El calor será insoportable.

Señala el horizonte, donde el polvo cubre las copas de los árboles. “Sin bosque,” dijo, “no hay vida—ni razón para quedarse.

Esperanza arraigada en la tierra

El Impenetrable siempre ha exigido resistencia: de su fauna, de sus guardaparques y de su gente. Cada neumático agrietado, cada pozo seco, cada hora de sol abrasador pone a prueba esa resistencia. Pero de esas durezas brota otra cosa: una esperanza desafiante.

Los locales ahora la llaman “producir naturaleza.” Significa guiar visitantes en lugar de cortar madera, restaurar humedales en lugar de drenarlos, y ver la conservación no como sacrificio, sino como supervivencia. El estatus de parque brinda protección; el turismo, una posibilidad. Entre ambos yace la frágil promesa de que el bosque pueda mantenerse en pie y su gente, prosperar.

Nada es fácil aquí,” dijo Almeida, mirando el horizonte dorarse bajo el calor de la tarde. “Pero nada en el Impenetrable estuvo hecho para ser fácil.

Si Argentina logra mantener sus árboles enraizados y sus comunidades a flote, el Gran Chaco seguirá respirando—por millones en todo el continente. Ese es el pacto que hoy se forja en este bosque remoto y resistente: una tregua entre naturaleza y necesidad, y quizá un modelo para salvar a ambas.

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