ECONOMÍA

Argentina recurre a San Cayetano mientras la austeridad de Milei golpea la promesa de trabajo

En Buenos Aires, la fila invernal para San Cayetano se extendía por varias cuadras: manos devotas sujetaban estatuas, rosarios y esperanza. Vinieron a rezar por trabajo y estabilidad, pero sus cánticos llevaban un ruego más agudo: que termine el ajuste económico del presidente Javier Milei.

Fe en la fría mañana

Antes de que la primera luz pálida tocara los techos, la fila frente a la parroquia de San Cayetano, en el barrio obrero de Liniers, ya daba vuelta a las esquinas. El vapor se elevaba de los vasos de mate, y las oraciones en voz baja marcaban el lento avance hacia las puertas de la iglesia.

En medio de la multitud estaba Lorenza Medina, abrazada a una estatua de San Cayetano de casi un metro, cuyo rostro de madera se iluminaba con el resplandor de las velas en el interior de la parroquia. “Lo tengo en casa desde hace veinte años”, dijo a EFE, describiendo el pequeño altar que guarda en su dormitorio. Cada 7 de agosto renueva el ritual, esta vez no por ella misma, sino por otros. “Gracias a él, a Dios y a la Virgen, nunca me faltó trabajo. Pero vine a pedir por los que sí lo necesitan.”

A pocos pasos, Marco Antonio Chacón atendía su puesto de rosarios, medallas y estampitas, bajo una pequeña bombilla que colgaba y proyectaba largas sombras en el frío. Admitió que las ventas estaban flojas. “No es como otros años. La gente parece estar perdiendo la fe”, dijo, usando la jerga argentina laburo para referirse al trabajo. Chacón, como millones que sobreviven en la economía informal, ya ha pasado por tiempos difíciles, pero se aferra a la reputación del santo. “Hace dieciséis años que me da salud y trabajo. No hay que perder la fe, hay que seguir remando.”

Bendiciones y reclamos

Dentro de la parroquia, los bancos se llenaban de quienes traían flores o fotos de seres queridos que necesitan empleo. Afuera, la multitud crecía, no solo con himnos, sino también con consignas y reclamos.

El Día de San Cayetano siempre ha sido una mezcla de devoción y activismo laboral. Este año, el tono fue más duro. Rodolfo Aguiar, secretario de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), no midió palabras: “Los trabajadores llegamos a esta marcha más pobres, más endeudados y con peor salud que el año pasado”, dijo a EFE. Acusó al gobierno de Milei de “juntar dólares solo para pagarle al FMI”, advirtiendo que esas prioridades “conducen directamente a la tragedia”. Su llamado fue claro: que esta marcha sea el acto de apertura hacia una huelga general.

Las cifras respaldan su enojo. La Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) reporta más de 183.000 empleos perdidos desde que Milei asumió en diciembre de 2023. La proporción de argentinos que viven de trabajos sin contrato, beneficios ni aportes jubilatorios ha aumentado, empujando a más hogares hacia las sombras de la economía.

Una iglesia en las calles

Antes de que la marcha partiera hacia Plaza de Mayo, el arzobispo Jorge García Cuerva, cabeza de la Iglesia Católica argentina, bajó de los escalones de la parroquia al asfalto húmedo. Bendijo herramientas de trabajo—martillos gastados, máquinas de coser, incluso una cuchara de albañil—y luego extendió la bendición a las personas mismas. “Aquí bendecimos la vida de cada argentino”, dijo, “nuestro pueblo que necesita el trabajo como gran organizador social.”

A su alrededor, se mezclaban símbolos de fe y resistencia. Fieles cargaban imágenes de la Virgen María, mientras mujeres de comedores comunitarios levantaban enormes ollas como si fueran reliquias sagradas. Cada objeto contaba una historia: fe en la ayuda divina y protesta contra el hambre que avanza en sus barrios.

En la multitud, Alejandro Gramajo, secretario general de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular, coincidió con el sentimiento del arzobispo, pero con un filo político. La bendición que más necesitaba Argentina, afirmó, era “una vida digna, justa, vivible—con paz, tierra, vivienda y trabajo para todos.” Estos, dijo, eran “derechos sagrados y universales que todo gobierno debería garantizar.” En cambio, acusó a la austeridad de Milei de “generar hambre, miseria, pobreza y endeudamiento.”

EFE/ Juan Ignacio Roncoroni

Fe, trabajo y resistencia

La festividad de San Cayetano siempre ha sido más que una conmemoración religiosa: es un reflejo del ánimo social argentino. En tiempos de calma económica, el día se llena de gratitud; en épocas de crisis, se convierte en una plataforma de demandas. Este 7 de agosto fue claramente lo segundo.

Mientras creyentes y manifestantes avanzaban juntos hacia el centro, cargaban sus convicciones al hombro—ya fuera en la forma de una imagen del santo o de una olla de acero para alimentar a los hambrientos. Los sindicatos marchaban junto a trabajadores informales, feligreses junto a activistas, todos unidos en el pedido de un trabajo estable, justo y humano.

Los recortes drásticos y las políticas de shock de Milei han sido elogiados por algunos inversores, pero en las calles se sienten como un puño de hierro. Las oraciones que salían de San Cayetano no eran solo por empleos individuales, sino por la supervivencia de la clase trabajadora argentina.

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Cuando la procesión llegó a Plaza de Mayo, el aire estaba espeso con incienso, vapor de las ollas y cánticos que mezclaban liturgia y protesta. En los ojos de quienes cargaban estatuas y pancartas se veía la misma determinación: la fe puede ser personal, pero en las calles de Argentina, también es política.

Citas y entrevistas cortesía de EFE.

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