ECONOMÍA

Brasil se apresura para preparar Belém para la cumbre climática mientras los habitantes esperan

En Belém, la ciudad amazónica que acogerá en noviembre las conversaciones climáticas globales, la frenética construcción y la renovación de infraestructuras generan tanto ansiedad como optimismo. Entre calles a medio terminar y sedes en construcción, los residentes ven beneficios potenciales, pero también se preparan para el caos que implica un evento de gran magnitud.

La transformación de la ciudad

Por todo Belém, retumban las excavadoras y los taladros neumáticos resuenan en las tardes calurosas. La ciudad de 2,5 millones de habitantes enfrenta una fecha límite muy ajustada para completar las mejoras prometidas antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30). Deseosos de acoger a los 50.000 visitantes esperados, las autoridades locales se apresuran para asegurar que tareas de último momento —como la creación de una “zona azul” para las negociaciones oficiales— no se queden atrás. Situado junto a una antigua pista de aterrizaje que pronto se convertirá en un extenso parque urbano, el sitio de construcción sigue siendo un campo polvoriento. “Tenemos que nivelar el terreno para finales de mayo, luego interviene la ONU”, dijo a EFE un trabajador local, mezclando portugués con referencias en inglés a términos especializados del clima.

El secretario regional de Infraestructura, Adler Silveira, declaró a EFE que todo sigue “dentro del cronograma”, aunque reconoció que las lluvias de la temporada han “ralentizado el ritmo”. Más allá de los espacios clave para las reuniones, proliferan los proyectos en toda la ciudad: expansión de las redes de alcantarillado, construcción de viviendas adicionales para los delegados visitantes y restauración del mercado municipal de Belém, del siglo XIX. Los urbanistas afirman que estos cambios mejorarán zonas necesitadas. Sin embargo, muchos habitantes se quejan del ruido constante, la acumulación de basura y los problemas cotidianos que enfrentan.

Habitantes entre la esperanza y la frustración

Los residentes están pagando el precio de estas obras aceleradas, perdiendo clientes o enfrentando cortes de agua sin previo aviso. En una calle concurrida del centro, la estilista Mel Costa describe cómo su salón, que depende de un tanque séptico precario, sufre constantes problemas de olores. Ahora que se instalan tuberías de un nuevo sistema de alcantarillado justo afuera, vive dividida entre el caos momentáneo y la promesa de una plomería más confiable en el futuro. “La ciudad está corriendo a último minuto, así que es un caos”, dijo a EFE entre risas. Pero si para noviembre su edificio está conectado a un sistema adecuado, el cambio podría ser transformador.

Los comerciantes del emblemático mercado del siglo XIX comparten sentimientos similares. Obligados a mover sus puestos durante las obras, muchos notan un pequeño pero tangible aumento de turistas desde que Belém fue nombrada sede de la COP. Anticipan un mayor flujo de visitantes cuando comience el evento, y algunos ya han empezado a vender productos novedosos para atraer a los curiosos. Una vendedora, Isabel Barbosa, mostró nuevas mezclas de hierbas y una fragancia verde neón llamada “Llama gringo”. Trabaja sin parar, con la esperanza de que la infraestructura mejorada perdure mucho después de que se marchen los delegados.

Una apuesta global

El gobierno ha prometido más de 4.500 millones de reales (unos 790 millones de dólares) para preparar Belém para la cumbre climática. Los funcionarios presentan estos proyectos como inversiones de legado, que abordan necesidades fundamentales postergadas durante décadas. Pero la pregunta principal sigue en pie: ¿producirá esta carrera contra el tiempo resultados de calidad? Para un evento que pondrá el foco mundial en la protección ambiental, irónicamente, la improvisación de la ciudad contrasta con las transiciones ordenadas de otras sedes ya consolidadas. Mientras tanto, las tiendas locales se preparan para calles congestionadas, los hoteleros apuran las reservas extra y miles de viajeros diarios sortean desvíos entre calles a medio pavimentar.

Muchos esperan que surja un desarrollo sostenible. Belém, ubicada entre ríos y selvas, pretende colocar a la Amazonía en el centro de las soluciones climáticas. Pero la ciudad tiene problemas diarios: el saneamiento es inconsistente, las calles están deterioradas y la pobreza es común. Estas cuestiones ilustran las dificultades de la región. Un activista ambiental afirmó: “Queremos demostrarle a la comunidad internacional que somos capaces de liderar acciones climáticas. Deseamos medidas rápidas para desarrollar las zonas locales”. La duda persiste: ¿este apuro dejará una impresión positiva y duradera o se desvanecerá tras la partida de los influyentes?

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Antes de noviembre, las aceras de Belém podrían seguir vibrando por los taladros, y los vendedores, cambiando sus puestos de lugar. Para personas como Costa, el futuro es prometedor si la ciudad experimenta un cambio real. Sueña con el fin de las emergencias sépticas y la eliminación de aguas residuales parcialmente tratadas que contaminan el río cercano. “Es difícil ahora, pero perdonaré la molestia si significa comodidad mañana”, confesó. Así, a pesar del polvo y los obstáculos, en el aire tropical de Belém persiste un optimismo cauteloso: la esperanza de que, cuando cierre la cumbre climática, la ciudad emerja más fuerte, más moderna y orgullosa de recibir al mundo.

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