ECONOMÍA

Colombia recupera el Sinú: cómo Montería convirtió su río en su futuro

Montería alguna vez le dio la espalda al Sinú. Ahora, un renacer centrado en el río está reescribiendo el mapa, la economía y la identidad de la ciudad. Desde el parque Ronda del Sinú hasta el piloto del Businú, la capital fluvial de Colombia apuesta a que el agua une, no divide.


De orilla olvidada a sala de estar cívica

Hace un siglo, los barcos amarrados a lo largo del Sinú transportaban sal y telas desde Cartagena. A mediados del siglo XX, el asfalto reemplazó a los remos y Montería se volvió hacia el interior; sus riberas se hundieron en el barro, el crimen y el abandono. Durante décadas, el Sinú fue una frontera: entre barrios, entre clases sociales, entre la memoria y la vergüenza.

Lino José Pérez, quien ha transportado pasajeros por el río desde niño, recuerda cuando “era difícil cruzar sin ser robado”. Para familias como la suya, en la marginada margen izquierda, el río se sentía más como un muro que como un puente.

Entonces llegó la Ronda del Sinú, un sinuoso paseo verde que transformó cuatro kilómetros de ribera en espacio público. Desde 2005, este parque ha hecho más que embellecer la ciudad: ha sanado una relación. Por las tardes, las familias pasean bajo las palmeras, los niños corren en bicicleta y los adolescentes patinan junto al agua mientras las garzas se deslizan sobre sus cabezas.

La Ronda no es solo arquitectura paisajística; es política disfrazada de ocio. Combina seguridad, inclusión y orgullo en un solo gesto continuo a lo largo del agua. En una ciudad antes marcada por la desigualdad y el miedo, el río se convirtió en la sala de estar de todos. “Nos devolvió el sentido de pertenencia”, dice una comerciante local, observando cómo un grupo de niños alimenta iguanas cerca del malecón.

La experiencia de Montería muestra lo que ocurre cuando una ciudad reclama su río: mejora la seguridad, florece la vida pública y se enfrían las tensiones políticas. Los parques no resuelven la injusticia por sí solos, pero anuncian lo que una ciudad valora—y Montería dice claramente: pertenecemos junto al río.


Un bus fluvial y una idea más grande

Una cosa es caminar junto al río; otra es convertirlo en columna vertebral de la movilidad. Esa es la promesa de Businú, el “bus fluvial” público que se espera entre en servicio a inicios de 2026. Se proyectan quince estaciones de acero azul—tres ya terminadas—y dos embarcaciones híbridas en construcción, cada una con capacidad para 32 pasajeros bajo toldos con aire acondicionado alimentados parcialmente por energía solar.

La ruta conectará el centro de Montería con su zona rural, que cubre casi todo el municipio y alberga cerca de una cuarta parte de su población. Para esos habitantes, el río sigue siendo la vía más directa hacia la ciudad—pero hasta ahora nunca había sido parte del sistema de transporte.

Businú comenzó con optimismo en 2019, pero se detuvo durante la pandemia. Los costos se dispararon, obligando a reducir de cuatro terminales a tres. Lo que se presupuestó inicialmente en 10.000 millones de pesos se ha duplicado. Sin embargo, los retrasos esconden una historia más profunda: esto no es solo un proyecto de transporte—es una declaración de prioridades.

Al poner el transporte público en el río, Montería está diciendo que el Sinú ya no es solo paisaje: es infraestructura. Está diciendo que los habitantes rurales forman parte del plan urbano, no son una nota al pie. Y recuerda al mundo que la transición climática de Colombia no ocurrirá solo en laboratorios o documentos de política pública—sucederá en la cubierta de un tranquilo barco azul que se desliza entre los manglares.

Si tiene éxito, Businú logrará tres cosas a la vez: aliviará la congestión, reconectará la vida rural y urbana, y normalizará la idea de que los ríos son arterias, no obstáculos. Otras ciudades están observando. Montería podría estar diseñando un modelo para todas las comunidades colombianas construidas junto al agua.


Uniendo desigualdades, no solo orillas

Cuando el exalcalde de Montería asumió en 2012, el río de la ciudad era una cloaca abierta. Más de 380 kilos de basura y la mitad de sus aguas residuales fluían diariamente al Sinú. La margen izquierda se sentía tan excluida que casi se separa del municipio.

Eso empezó a cambiar cuando la Alcaldía abrió una sede en esa orilla, extendió la Ronda del Sinú allí e invirtió en infraestructura. No era el río lo que dividía la ciudad—era el abandono.

Ahora, el reto de Montería es extender el renacer más allá de la estética. Lino Pérez, guiando su planchón de madera, teme lo que pasará cuando se lance Businú. “Si la gente deja de tomar mi bote, ¿cómo alimentaré a mi familia?”, pregunta.

Su inquietud toca el corazón del problema de la inclusión. Un proyecto fluvial exitoso no puede reemplazar la economía informal que mantuvo vivo al río cuando la ciudad lo ignoraba. Debe integrar a los planchoneros en el sistema—como guías, socios, incluso tripulantes. Un renacer que borre la vieja cultura ribereña traicionaría a quienes la sostuvieron.

Y mientras surgen nuevos parques—como el proyectado “Central Park del Sinú”, en 12,8 hectáreas de tierra recuperada—la justicia debe fluir hacia arriba. Un malecón que deslumbra a los turistas vale poco si los arroyos aguas arriba aún arrastran aguas negras. La verdadera renovación no es embellecimiento, es equilibrio: agua limpia, sombra fresca y oportunidades compartidas en ambas orillas.


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Barandillas para un verdadero renacimiento fluvial

La transformación de Montería es una historia poco común de éxito en el desarrollo urbano latinoamericano, pero su próximo capítulo depende de cuatro pilares clave:

Primero, la gobernanza debe abarcar toda la cuenca. Lo que ocurre en las cabeceras de Antioquia—deforestación, minería, erosión—determina las inundaciones y sequías del Sinú aguas abajo. La coordinación regional no puede ser opcional. El nombre del río, derivado del lenguaje zenú y que significa “tierra de aguas que se mezclan”, recuerda que los ríos son redes, no fronteras.

Segundo, la resiliencia climática debe guiar el diseño. Un bus fluvial solo es confiable si el río lo es. Si la sequía deja varadas las embarcaciones o las crecidas inundan los muelles, el entusiasmo se hundirá con ellas. Estaciones flexibles, canales de profundidad variable y propulsión eléctrica pueden blindar el sistema ante el futuro.

Tercero, la accesibilidad debe ser sagrada. Si las tarifas son demasiado altas, Businú se convertirá en curiosidad para turistas, no en salvavidas para trabajadores. Los subsidios transparentes no son despilfarro—son equidad tangible.

Por último, la participación debe llevar el timón. Capacitar a jóvenes locales como tripulantes y mecánicos. Contratar a mujeres de la margen izquierda en las estaciones. Incluir a los planchoneros en la planificación de seguridad. En un río vivo, la legitimidad es tan vital como la logística.

El abrazo de Montería al Sinú es más que una hazaña de ingeniería—es un despertar cultural. “Es más que un parque”, suele decir el alcalde. Tiene razón. Es una política de pertenencia construida con tablones de malecón, árboles de sombra y toldos azules que se deslizan bajo el sol tropical.

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Durante décadas, Colombia trató sus ríos como amenazas a controlar. Montería enseña una lección distinta: el agua conecta. El futuro de la ciudad depende de escuchar a sus barqueros, sus familias y a la corriente misma. Si sigue escuchando, el Sinú hará lo que los ríos siempre hacen cuando los dejamos: llevará la ciudad hacia adelante.

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