El comercio después del TPP
A mediados de marzo, los ministros y representantes de alto nivel de las naciones que firmaron la Asociación Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés), así como China, Colombia y Corea del Sur, se reunieron por primera vez desde que la administración de Trump se retiró del acuerdo comercial. La señal enviada desde Viña del Mar, Chile, donde ocurrió el encuentro, fue clara: el comercio multilateral y la integración del Pacífico están más vivos que nunca.
El encuentro, cuyo anfitrión fue Chile como presidente pro tempore del bloque comercial de la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, México y Perú), fue una muestra necesaria de estabilidad en un creciente mar de incertidumbre. El proteccionismo, el nacionalismo y el populismo están tristemente en alza en todo el mundo.
De hecho, el multilateralismo y el concepto mismo de la seguridad económica colectiva están siendo cuestionados. Los miedos que impulsan la reducción del comercio deben abordarse. La falta de equidad social y económica que resulta del comercio internacional es real.
Los países de la Alianza del Pacífico continuarán trabajando con Estados Unidos de manera bilateral, pero la región Asia-Pacífico está lista para liderar la nueva era de la globalización en el siglo XXI continuando el enfoque pluralista al comercio planteado por el TPP, aunque el acuerdo ya no exista como fue concebido.
Los 15 países de la Cuenca del Pacífico que estuvieron en Chile hace tres semanas mostraron un consenso sólido y estable a lo largo de la región Asia-Pacífico, en torno a la idea de que las economías abiertas, el libre comercio y la integración regional representan el camino hacia el desarrollo inclusivo y progresista. Seguimos comprometidos con trabajar de manera pragmática con estos contenidos y principios centrales para avanzar hacia el libre comercio, de manera conjunta con políticas internas social y ambientalmente inclusivas.
Chile, por ejemplo, ha usado la integración económica y los tratados comerciales para impulsar el crecimiento, lo que a la vez ha permitido al país adoptar políticas inteligentes y socialmente responsables en términos de infraestructura, educación, atención a la salud y derechos laborales para asegurar que los beneficios sean palpables para todos los chilenos, y no solo para una élite.
La economía chilena ha crecido un 4 por ciento en promedio en los últimos diez años, en gran parte respaldada por un comercio creciente, mientras que la tasa de pobreza se ha reducido de manera constante al 11,7 por ciento en 2015 en contraste con el 39 por ciento de 1990, cuando, una vez restaurada su democracia, Chile comenzó a negociar tratados comerciales.
La Alianza del Pacífico acordó en Viña del Mar comenzar negociaciones comerciales con socios en la región Asia-Pacífico con el fin de concluir rápidamente acuerdos incluyentes y equilibrados que cumplan con los altos estándares establecidos por el TPP, tales como un acceso a mejores servicios, derechos laborales más sólidos, protección ambiental más amplia y lineamientos comunes para el comercio electrónico.
Este compromiso representa un cambio importante, puesto que el énfasis ya no está puesto en qué sucederá con el TPP sino en avanzar con su visión usando la Alianza del Pacífico como la plataforma para futuros acuerdos comerciales.
El comercio, en particular dentro del hemisferio y con sus socios en el Pacífico, le da a países como Chile acceso a miles de millones de consumidores potenciales y a bienes y servicios de bajo costo, antes inaccesibles. También facilita la creación de nuevas pequeñas y medianas empresas, que ayudan a las sociedades a desarrollar equidad y justicia, y brindan una oportunidad única de aprender sobre las experiencias que la región ha acumulado en el terreno de la producción y la productividad.
Chile es un ejemplo de cómo el comercio hace que las naciones en desarrollo prosperen. Hoy, es el líder latinoamericano en términos de competitividad, mientras que continúa mejorando la igualdad de los ingresos y reduciendo la pobreza. La integración económica regional ha tenido un papel clave en estos logros. Un 97 por ciento del comercio chileno se realiza a través de acuerdos comerciales, y sus exportaciones hacia y provenientes de sus socios de acuerdos comerciales han tenido un mejor desempeño que las que no son parte de ellos.
La Alianza del Pacífico por sí misma representa más de un tercio del producto interno bruto de América Latina, aproximadamente la mitad del comercio de la región con el resto del mundo, y además incluye a un creciente mercado de consumidores de más de 214 millones de personas comprometidas con el libre comercio y el comercio justo que trabajan juntas para lograr un flujo libre de bienes, servicios, personas y capital.
Dar marcha atrás a la integración y el comercio libre significaría sacrificar el progreso alcanzado hasta ahora.
No necesitamos estar de acuerdo en todo para beneficiarnos del comercio. La manera en que los distIGNORE INTOs países ven los acuerdos bilaterales, regionales o multilaterales puede variar, pero los dirigentes les deben a sus ciudadanos establecer agendas comerciales constructivas que permitan un avance en el desarrollo y el bienestar para todos.
Un buen ejemplo es el acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y Chile, que ha beneficiado a ambos países. Desde que entró en vigor en 2004, las exportaciones de Estados Unidos a Chile se han incrementado a más de 10.000 millones de dólares en contraste con los 2,7 mil millones anteriores, y las exportaciones chilenas a Estados Unidos han crecido desde los 3,7 mil millones a 6,7 mil millones de dólares. Ahora Estados Unidos disfruta de un sustancial superávit comercial anual con Chile.
La cooperación multilateral es una manera eficaz de expandir nuestras economías, garantizar la seguridad y promover el intercambio de conocimiento y talento. La participación de Estados Unidos en tal integración ciertamente beneficiaría a todos los involucrados.
Sin embargo, el comercio no es un juego de suma cero —en el que lo que uno gana es directamente proporcional a lo que otro pierde—, como dirían algunos. Durante mucho tiempo, los países que han impulsado la globalización económica han dado por hecho el apoyo popular al libre comercio. Con las economías atravesando rápidos cambios, debemos reconocer los peligros reales de dejar atrás a ciertos sectores de la sociedad.
Al mismo tiempo, no debemos pretender que cerrar las fronteras e incrementar los aranceles revertirá la marcha continua de la tecnología que ha creado un mundo cada vez más globalizado e interconectado. En cambio, debemos dejar de lado las ideologías del miedo que están de moda y generar apoyo popular trabajando para utilizar el comercio y la integración como un motor para el crecimiento inclusivo y las oportunidades para miles de millones.
Es momento de comenzar a dar una nueva forma al futuro del comercio. La reunión de Viña del Mar nos ha puesto en el camino. Podemos ganar o perder juntos.