El regreso desigual de Panamá: tras los titulares de crecimiento, una crisis laboral se extiende desde los puertos hasta los campos bananeros

La economía de Panamá está en auge sobre el papel, con un aumento en la carga marítima y un PIB en alza. Pero en la realidad, miles de trabajadores ven desvanecerse las oportunidades, especialmente en los campos bananeros de Bocas del Toro, donde los salarios han desaparecido de la noche a la mañana.
Una economía en auge sin empleos
A simple vista, Panamá parece una historia de éxito regional. El PIB creció un 5.2 % en el primer trimestre y se espera que aumente a 6.2 % en abril. El Canal de Panamá registró un incremento del 43 % en ingresos por peajes. El tráfico portuario y el comercio de reexportación en Colón van en aumento.
Pero si le preguntas a alguien que está buscando empleo, el panorama pierde brillo rápidamente.
“No se puede comer PIB”, dice Rolando Gordón, decano de Economía de la Universidad de Panamá, en una entrevista con EFE. “Estos sectores crecen sin contratar”.
Se refiere al canal, los puertos y las zonas francas: industrias que dependen más de la automatización y el software logístico que de las manos humanas. Las pilas de contenedores crecen en Colón, y las grúas se deslizan con precisión. Sin embargo, los empleos que desaparecieron durante la pandemia y tras el cierre de la mina el año pasado, no han regresado.
El desempleo se sitúa en 9.5 %. Casi la mitad de los panameños que trabajan —el 49.3 %— están en la economía informal. Personas sin contrato, sin beneficios ni redes de protección. El cierre de una gran mina de cobre el año pasado provocó la pérdida de 6,000 empleos directos y afectó indirectamente a otras 40,000 personas.
Detrás de los titulares, una fuerza laboral entera está a la deriva.
Cuando la inversión extranjera no llega a todos
El presidente José Raúl Mulino insiste en que vienen tiempos mejores. En una reciente conferencia de prensa, citó nuevas concesiones logísticas, ampliaciones de almacenes y desarrollos comerciales. Su gobierno apuesta por la inversión extranjera directa como solución.
Pero Gordón sostiene que los números no cuentan toda la historia.
“El dinero está entrando”, dice. “Pero se queda en sectores que no contratan a la mayoría de los panameños”.
Carlos Araúz, economista y consultor financiero, lo dice más directamente:
“Si los que fueron despedidos no saben programar, mover contenedores o hablar inglés, no los van a volver a contratar”.
La raíz del problema, coinciden ambos expertos, es la educación. Las escuelas de Panamá no han evolucionado lo suficiente, ni la inversión pública en capacitación. Como resultado, las multinacionales traen capital, pero no necesariamente empleos para los locales.
Los graduados se alinean en ferias de empleo, currículum en mano, solo para escuchar que no encajan con el perfil. Mientras tanto, grúas de alta tecnología descargan barcos día y noche, operadas por apenas un puñado de personas.
Araúz lo llama “crecimiento sin manos”: una economía que avanza rápidamente, pero con pocos asientos disponibles en el tren.

Un colapso bananero más duro de lo esperado
Por un breve momento esta primavera, las cosas parecían mejorar. Las exportaciones de banano aumentaron, ayudando a compensar las pérdidas del sector minero. Luego vino la huelga.
Una protesta nacional por la reforma de pensiones cerró carreteras, ralentizó la construcción y, en Bocas del Toro, colapsó la industria bananera.
Chiquita, el gigante multinacional, suspendió operaciones en Panamá y despidió a 6,500 trabajadores.
De repente, una región que había encontrado una rara estabilidad económica cayó en la incertidumbre.
“Se fueron de la noche a la mañana”, dijo Marta Ponce, una comerciante de Almirante, en entrevista con EFE. “Ahora la gente ni siquiera puede comprar arroz”.
El economista Olmedo Estrada estima que el impacto podría reducir el crecimiento proyectado de Panamá del 4 % al 2.5 %. El desempleo podría acercarse al 11 % si la empresa no regresa.
En los puestos de comida hay menos clientes. En los campos, antiguos recolectores ahora buscan trabajos informales por día o dependen de remesas enviadas por familiares desde el extranjero. En Bocas, las ganancias récord del canal parecen irrelevantes.
“Escuchamos los números en la televisión”, dice Ponce. “Pero no nos llegan”.
¿Puede la prosperidad alcanzar a las provincias?
El presidente Mulino ha pedido unidad. “Dejemos atrás el pesimismo”, dijo. Pero sin intervención específica, el optimismo puede no ser suficiente.
Gordón cree que la solución está en la inversión agroindustrial y el desarrollo descentralizado: incentivos fiscales para pequeñas fábricas, líneas de crédito para productores rurales y una iniciativa de vivienda que podría reactivar el sector de la construcción.
“Esta economía necesita un segundo motor”, afirmó. “Uno que use más manos, no menos”.
Araúz está de acuerdo, pero advierte que la paciencia política es limitada, especialmente tras el desastre bananero. Las protestas están en marcha. Los líderes empresariales temen que la estabilidad por la que Panamá es conocida se tambalee si el malestar laboral se extiende.
Pero para muchos trabajadores, el malestar refleja una frustración más profunda: Panamá no es un país pobre. Sus puertos están ocupados. Sus bonos son estables. El dinero existe—ellos simplemente no lo ven.
Desde esa perspectiva, los campos de banano se han convertido en algo más que tierras de cultivo. Son un referéndum sobre la inclusión. Cuando desaparecen 6,500 empleos y el PIB sigue creciendo, la gente empieza a preguntarse: ¿Para quién es realmente este crecimiento?
En Miraflores, los barcos aún cruzan las esclusas. En Ciudad de Panamá, los banqueros siguen hablando de proyecciones. Pero en Almirante y Bocas, la gente cuenta monedas, espera anuncios de empleo y desea que el próximo mensaje desde la capital traiga algo más que cifras.
Para que Panamá evite otra crisis, necesita que el crecimiento sea visible, inclusivo y medido en cheques de pago, no solo en porcentajes. Hasta entonces, el canal puede mover millones en carga, pero no moverá al país hacia adelante—al menos no para quienes aún esperan en tierra firme.
Créditos: Reportajes y entrevistas de EFE con Rolando Gordón (Universidad de Panamá), Carlos Araúz (analista económico), Olmedo Estrada (consultor), Marta Ponce (comerciante local); datos del Instituto Nacional de Estadística y del Ministerio de Economía y Finanzas de Panamá.