La apuesta del litio en Bolivia pone a prueba el agua, la confianza y el futuro de Uyuni

Bajo el salar más grande del mundo yace suficiente litio para impulsar la transición energética. Pero mientras los contratos se apresuran en el Congreso y los humedales se agrietan, Bolivia enfrenta una dolorosa pregunta: ¿puede extraer “oro blanco” sin agotar sus acuíferos ni la confianza de sus comunidades?
Un auge postergado, un desierto sediento
En los ventosos bordes del Salar de Uyuni, los pobladores de Río Grande recuerdan cuando los humedales brillaban con aves y vicuñas. Hoy, el suelo está resquebrajado y seco. Los residentes dicen que el cambio comenzó cuando la estatal Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB) perforó pozos y expandió su complejo industrial de Llipi. “Nuestras comunidades están en estado de emergencia”, advierten las voces locales, observando cómo los acuíferos se reducen mientras contratos con empresas rusas y chinas avanzan en el Congreso.
El litio se presentaba como el boleto de Bolivia a la prosperidad. Anunciada con bombo y platillo en 2008, la industrialización tropezó entre crisis políticas, retrasos y acusaciones de corrupción. La primera planta real recién abrió en 2023, produciendo solo una fracción de su capacidad prometida —unas 2.000 toneladas en 2024 frente a un objetivo de 15.000. Para recuperar terreno, YLB firmó contratos multimillonarios con firmas extranjeras, apostando por la tecnología de extracción directa de litio (DLE), promocionada como menos intensiva en agua. Los críticos advierten lo contrario: la DLE podría generar más salmuera residual y seguir dependiendo en gran medida de los frágiles recursos subterráneos.
Las apuestas globales son innegables. Según el U.S. Geological Survey, Bolivia tiene reservas de alrededor de 23 millones de toneladas —una quinta parte del total mundial. Pero la geología es solo una parte de la ecuación. El Salar de Uyuni y la puna circundante descansan sobre acuíferos delgados y antiguos que se reponen lentamente. Incluso extracciones modestas arriesgan un desequilibrio irreversible. Los investigadores insisten en que cualquier proyecto debe comenzar con una rigurosa consulta a las comunidades indígenas, como exigen los convenios internacionales de trabajo. Sin embargo, en el terreno, los residentes dicen que las decisiones se toman primero y se explican después.
Promesas, contratos y un vacío de consulta
En el Congreso, los nuevos contratos ya pasaron por la comisión económica, pero esperan la votación en pleno —ahora enredada en la temporada electoral, mientras los candidatos presidenciales Rodrigo Paz Pereira y Jorge “Tuto” Quiroga se encaminan a una segunda vuelta. Los manifestantes exigen que los legisladores congelen las aprobaciones hasta que asuma una nueva administración. Su frustración va más allá del calendario. Las comunidades denuncian que nunca fueron consultadas, pese a las garantías constitucionales. YLB insiste en que el salar está bajo jurisdicción nacional, pero los locales califican la secuencia de invertida: los estudios ambientales y el consentimiento deberían ir primero, no después de las firmas.
Los tribunales se están convirtiendo en campos de batalla. Un grupo indígena demandó en mayo alegando falta de consulta; el caso fue desestimado por cuestiones procesales. En agosto, otro juez ordenó una pausa temporal en las aprobaciones hasta que se aseguraran los estudios ambientales y el consentimiento local. Los residentes dicen que la confianza ya está erosionada. Los empleos prometidos en su mayoría se destinaron a forasteros. “Nos dijeron que seríamos el Dubái de Sudamérica. No hemos visto ni un centavo”, afirma un exlíder cívico. Los operadores turísticos añaden que las restricciones de caminos alejan a los visitantes de Río Grande, reduciendo ingresos, mientras que rituales culturales en el cercano Cerro Llipi enfrentan nuevas barreras de acceso.
Las promesas de prosperidad suenan vacías cuando los medios de vida se reducen. Cada compromiso incumplido agranda la brecha de credibilidad entre La Paz y las comunidades del altiplano llamadas a hospedar la fiebre del “oro blanco”.
Agua, vida silvestre y el costo de la extracción
Para los pastores y agricultores de quinua, el agua es vida. Los pobladores recuerdan que nunca tuvieron mucha; ahora temen perder lo poco que queda. Los locales culpan a los pozos de YLB por el secado de humedales. Las vicuñas, apreciadas por su fibra fina, pastan cada vez más lejos, dificultando las tradicionales capturas y haciendo más inseguro el ingreso. “Nadie compensa la pérdida”, lamentan los líderes comunitarios.
La hidrología de Uyuni es notoriamente compleja: salmueras salinas se mezclan con escasa agua dulce, las lluvias son erráticas y la recarga es glacial. Pero la ecuación es sencilla: extracciones que superan la recarga acaban agotando la cuenca. Los críticos argumentan que la promesa de la DLE de usar menos agua puede ser engañosa una vez que se cuentan el tratamiento de la salmuera residual, los reactivos y la demanda energética. Los defensores replican que sin industrialización Bolivia seguirá atrapada en la pobreza, renunciando a su mejor oportunidad de beneficiarse de la transición energética.
La caída de los precios del litio complica el sueño. Un auge de oferta global, especialmente desde China, ha hecho caer los precios casi un 90% en dos años. Ese desplome expone la vulnerabilidad de Bolivia: las ambiciosas proyecciones de ingresos descansan en mercados volátiles e instituciones frágiles. Los expertos advierten que las esperanzas de fabricar baterías completas en una Bolivia sin litoral pueden ser poco realistas, dada la distancia de los mercados y la falta de insumos. Propuestas alternativas, como el coprocesamiento de magnesio con litio, pueden ser más viables, pero aún están a años de concretarse.

EFE@Luis Gandarillas
Fiebre electoral frente a precios en caída
Mientras las campañas se intensifican, los candidatos siguen proclamando al litio como salvación. Quiroga promete llevar la producción de baterías al país; Paz Pereira destaca el procesamiento de múltiples minerales. Las comunidades escuchan ecos de promesas pasadas, hechas por gobiernos de izquierda y derecha, y permanecen cautelosas. Los tribunales pueden frenar los contratos, pero el problema de fondo es la confianza: ¿quién decide cómo se aprovechan las riquezas de Uyuni y en qué términos?
Los críticos sostienen que los líderes han usado por mucho tiempo el lenguaje de los derechos indígenas mientras marginan las voces indígenas. Lo que ha cambiado es la confianza. Las decisiones parecen impulsadas por acuerdos políticos lejos del salar, mientras los estudios ambientales se retrasan y los beneficios pasan de largo a las comunidades locales. Los residentes ven repetirse el ciclo: promesas de prosperidad, realidad extractiva y agua desaparecida.
Si Bolivia quiere romper ese ciclo, expertos y líderes comunitarios dicen que el reinicio debe comenzar con transparencia y secuencia adecuada: revisiones ambientales previas, consultas genuinas y una contabilidad independiente del agua. La política industrial debe basarse en ventajas realistas, no en eslóganes de campaña. Para Río Grande, eso podría significar inversión en sistemas de agua, gestión de fauna y proyectos turísticos diseñados con los locales, junto con un control más estricto de los pozos y el manejo de salmueras.
En la tierra resquebrajada de Río Grande, el poblador Franz Alí Ramos resume la esperanza que aún persiste en medio de la desconfianza. Se siente impotente, pero quiere que el próximo gobierno coloque el agua en el centro de todo plan de litio. El desierto puede ceder su tesoro, dice, pero solo si la gente que lo custodia no queda más sedienta que antes.
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La elección de Bolivia es tajante: aprovechar su “oro blanco” protegiendo los acuíferos que sostienen la vida, o descubrir demasiado tarde que la transición energética llegó al costo de su propio futuro.
Algunas citas y entrevistas mencionadas fueron reportadas por The Guardian.