ECONOMÍA

La fiebre del oro en Ecuador y la minería ilegal alteran una tranquila frontera

En la localidad fronteriza de El Chical, Ecuador, antes reinaba la calma con vistas a las verdes montañas. Sin embargo, el auge de la minería ilegal de oro ha provocado un preocupante cambio. Ahora, los habitantes enfrentan peligros ambientales, actividades delictivas y una creciente incertidumbre.

De un pueblo tranquilo a un centro minero

El Chical, ubicado en los Andes del norte de Ecuador, cerca de la frontera con Colombia, fue hasta hace poco un lugar pacífico y aislado. Sus habitantes llevaban una vida tranquila, dedicándose a la agricultura en pequeña escala o viajando ocasionalmente a pueblos más grandes para comerciar.

Sin embargo, en cuestión de meses, El Chical se ha transformado radicalmente debido a una fiebre del oro que muchos atribuyen a grupos criminales provenientes de Colombia. El auge de la minería no regulada ha traído consigo la promesa de riqueza rápida, pero también amenazas como contaminación, violencia y desestabilización social.

Líderes comunitarios y residentes hablan de una “nueva realidad”, caracterizada por operaciones mineras improvisadas en las laderas. Según declaraciones recogidas por EFE, muchos de estos sitios estarían controlados por organizaciones colombianas que transportan el oro al otro lado de la frontera para su procesamiento. El Chical, antes seguro y autosuficiente, se ha convertido en un punto crítico dentro de la creciente preocupación de Ecuador por las industrias extractivas ilegales.

Los habitantes de El Chical atribuyen el inicio de esta “fiebre del oro” a la falta de oportunidades laborales. Carmita Malte, la autoridad local, explicó a EFE que el aumento de la minería ilegal refleja la lucha del pueblo por sus necesidades básicas:

“Debido a la escasez de oportunidades en nuestra región, El Chical enfrenta una nueva realidad. Sin apoyo del Estado, la gente ha recurrido a estas actividades para obtener ingresos.”

Aunque Malte reconoce las ganancias inmediatas de quienes buscan oro o transportan suministros, también advierte sobre los peligros. Sin regulación oficial, la contaminación del agua por sustancias tóxicas es una preocupación constante. Esta inquietud se extiende por todo Ecuador, un país conocido por su biodiversidad y frágiles ecosistemas montañosos.

También hay creciente tensión. Enfrentamientos recientes entre militares y mineros ilegales han resultado en la destrucción de túneles y centros de refinación, así como la incautación de explosivos y generadores eléctricos. En un operativo del 9 de enero, la intervención terminó en un choque violento, con reportes de heridos y detenidos. Aunque estos conflictos han atraído la atención nacional, los residentes temen que la violencia escale si no se encuentra un equilibrio entre seguridad y desarrollo económico.

Redes criminales y dinámicas transfronterizas

Aunque las investigaciones oficiales siguen en curso, varios habitantes de El Chical aseguran que las minas ilegales están bajo el control de grupos criminales colombianos. Un residente, que pidió permanecer en el anonimato, describió un sistema clandestino bien organizado para extraer y transportar oro:

“Un pozo minero cuesta unos 2.000 dólares. Además, hay que pagar a los trabajadores y adquirir el equipo necesario. En total, podrías necesitar 5.000 dólares para comenzar, lo que incluye el impuesto que se paga a la guerrilla.”

Si bien el testigo no mencionó nombres específicos, medios de comunicación ecuatorianos y colombianos frecuentemente reportan la presencia de facciones disidentes de las FARC y otros grupos que han encontrado en la minería ilegal una fuente lucrativa de ingresos. El aumento en los precios del oro —superando los 3.000 dólares por onza— solo ha intensificado el interés de estos grupos en controlar el comercio.

Pese a estas afirmaciones, el teniente coronel Cristian Unda, comandante del Batallón de Infantería “Mayor Galo Molina”, declaró a EFE que las fuerzas ecuatorianas no han identificado la presencia de grupos armados en su territorio:

“Lo que sí hemos identificado con claridad es que, del lado colombiano, hay cultivos ilícitos y presencia de grupos armados ilegales. Estamos coordinando con las fuerzas militares colombianas para evitar que esas amenazas crucen a nuestro territorio.”

Como parte de los esfuerzos de coordinación, las autoridades demolieron dos puentes que permitían cruces irregulares en la frontera. Estas rutas eran utilizadas para el tráfico de personas, armas, drogas y materiales mineros. La destrucción de los puentes provocó protestas en el lado colombiano, lo que llevó a suspender temporalmente la demolición de más pasos no autorizados. Aun así, los funcionarios ecuatorianos siguen en alerta máxima debido a un aumento en el tráfico de armas y drogas en la zona.

Unda también señaló que personas de otras provincias de Ecuador, así como de Colombia y Venezuela, han llegado a El Chical en busca de ingresos rápidos a través de la minería ilegal. Muchos de estos recién llegados poseen conocimientos técnicos en excavación y extracción rápida de minerales. Aunque algunas minas en Ecuador estarían bajo control de bandas criminales nacionales, Unda aseguró que El Chical aún no está bajo el dominio absoluto de mafias locales. Sin embargo, el riesgo de infiltración es alto, considerando la creciente influencia de los cárteles y grupos armados en la violencia que azota a Ecuador.

Respuesta del Estado y desafíos persistentes

El nuevo presidente de Ecuador, Daniel Noboa, ha declarado una “guerra” contra los grupos criminales, centrándose en el narcotráfico, la extorsión y los secuestros. Dado que la minería ilegal suele estar vinculada a estos delitos, el gobierno ha convertido su combate en una prioridad de seguridad nacional. En un país con una de las tasas de homicidios más altas de América Latina, las autoridades sienten la presión de frenar cualquier actividad que pueda fortalecer a organizaciones violentas o desestabilizar aún más regiones como El Chical.

Sin embargo, los habitantes están en una encrucijada. Muchos dependen de los ingresos que genera la minería ilegal. Transportistas cargan sacos de mineral por terrenos difíciles, cocineros instalan puestos cerca de las minas y trabajadores pasan hasta siete días a la semana en túneles de dudosa seguridad. Incluso quienes no participan directamente en la minería se benefician del dinero circulante en la comunidad. Sin embargo, persisten preocupaciones sobre la falta de alternativas económicas y el escaso apoyo del gobierno.

Expertos advierten que la represión y la destrucción de equipos no serán soluciones sostenibles a largo plazo. Recomiendan políticas que fomenten una minería responsable o sectores alternativos que no afecten negativamente a las comunidades ni al medio ambiente. Sin tales medidas, El Chical podría convertirse en un claro ejemplo de cómo ciertas regiones son vulnerables a la explotación criminal.

Mientras tanto, las fuerzas armadas han intensificado sus patrullajes para interrumpir rutas de tráfico ilegal y desmantelar excavaciones recientes. La comunidad de Carmita Malte está dividida: algunos celebran la intervención estatal, mientras que otros temen que el uso de la fuerza solo agrave el conflicto. Según los habitantes, la solución debe incluir diálogo, programas de empleo y mejoras sociales, como educación, salud y desarrollo sostenible, para evitar que la minería ilegal resurja.

Un futuro incierto

El cambio de El Chical, de un tranquilo pueblo andino a un foco de extracción ilegal de oro, refleja un problema que afecta a muchas zonas fronterizas de Ecuador. La pobreza y la marginación a menudo van de la mano con la criminalidad transnacional. Mientras las autoridades buscan la mejor estrategia para proteger tanto a la población como al medio ambiente, los residentes advierten que la falta de oportunidades y la inacción del Estado han permitido que la minería ilegal se afiance.

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Enfrentar las causas estructurales del problema requiere más que operativos militares. La inversión en proyectos sociales y la cooperación con Colombia podrían allanar el camino hacia un futuro más seguro y próspero. Hasta entonces, la fiebre del oro en El Chical sigue representando tanto una oportunidad económica como una amenaza para la paz de la región.

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