ECONOMÍA

Las remesas a México podrían caer en $13 mil millones bajo Trump

Un enfrentamiento inminente sobre las deportaciones masivas y la posibilidad de un gravamen del 10% sobre el dinero enviado a casa desde Estados Unidos amenaza con socavar uno de los pilares más esenciales de la economía de México: los miles de millones de dólares en remesas que se envían cada año. Con pronósticos de caídas significativas de ingresos y efectos económicos generalizados, los expertos advierten que tales acciones podrían dañar gravemente a las familias, comunidades y la salud financiera de México.

Una amenaza inmediata para las remesas vitales

México depende en gran medida de los fondos transferidos a casa por los trabajadores en el extranjero, un flujo de dólares que ha respaldado durante mucho tiempo la alimentación, la vivienda, la educación y la atención médica de millones de familias. Si las deportaciones se intensifican y entra en vigor un nuevo impuesto sobre las remesas, muchos temen que México pueda perder hasta $13 mil millones anuales, una cifra que actualmente representa una parte considerable del Producto Interno Bruto del país. Estas cifras sombrías surgen de las proyecciones de cuántos migrantes indocumentados podrían ser obligados a regresar y cómo las nuevas tarifas sobre las transferencias de dinero transfronterizas podrían desalentar o reducir el volumen de los fondos.

Históricamente, las remesas han ofrecido a México un flujo confiable de capital. En 2023, estas transferencias ascendieron a aproximadamente $63.3 mil millones, mientras que los datos de 2024 indicaban que esa cifra podría alcanzar casi $65 mil millones. Las familias que esperan el apoyo mensual de sus familiares en Estados Unidos dependen frecuentemente de transacciones modestas pero regulares, y cada dólar perdido representa un recorte sustancial. Si, hipotéticamente, el 20% adicional de la diáspora indocumentada de México fuera deportado, el efecto sobre el sistema de remesas podría ser brusco e inmediato.

Los funcionarios gubernamentales que observan desde la Ciudad de México ven problemas tanto en términos microeconómicos como macroeconómicos. Individualmente, los ingresos deprimidos obligarían a las familias a tomar decisiones difíciles sobre alimentación, educación e inversión. A nivel macroeconómico, los economistas advierten que una caída de aproximadamente el 3.5% del PIB del país en remesas a alrededor del 2.6% o menos podría agravar los desafíos existentes, como la inflación o el debilitamiento del mercado laboral. Incluso si la cifra total no colapsa por completo, perder miles de millones de flujos dentro de un año o dos representaría un obstáculo formidable para el crecimiento.

El impulso por deportar a las personas crea problemas para estados rurales específicos, especialmente aquellos cerca de la frontera sur de México. Regiones como Chiapas dependen del dinero de los trabajadores en el extranjero, ya que estos pagos representan una gran parte de la economía local. Si miles de trabajadores en el extranjero son expulsados o se ven obligados a enviar dinero a través de canales más costosos, pueblos enteros podrían perder los ingresos que apoyan la compra de víveres, útiles escolares o inversiones agrícolas. El efecto acumulativo resonará mucho más allá de las finanzas de un hogar individual.

Caída proyectada y sus efectos económicos

Los analistas predicen que un impuesto del 10% impuesto a las remesas, combinado con deportaciones a gran escala, reduciría la disposición de los mexicanos en el extranjero a enviar dinero a casa. Al principio, la disminución podría reflejarse en los datos oficiales a medida que las familias intentan evitar las tarifas recién impuestas al buscar métodos alternativos de transferencia o, en algunos casos, al enviar montos más pequeños. Si bien algunos trabajadores podrían no dejarse disuadir, decididos a seguir apoyando a sus familiares, un impuesto generalizado o el miedo aumentado a la deportación tienden a reducir el volumen de estas remesas.

En los últimos años, los datos gubernamentales han revelado una marcada dependencia de las remesas en varios estados, desde centros industriales hasta pequeños pueblos agrícolas. Si se añadiera un costo extra a cada transacción, los migrantes podrían racionar con qué frecuencia o cuánto envían. Otros podrían recurrir a canales informales, arriesgando preocupaciones de seguridad o pérdidas en transacciones no reguladas. El potencial de que comunidades enteras pierdan una parte significativa de su flujo de capital podría convertirse en una crisis inmediata, especialmente en áreas devastadas por la infraestructura inadecuada o por oportunidades laborales esporádicas.

Al mismo tiempo, si el gobierno mexicano intenta compensar estas pérdidas, podría endeudarse aún más para financiar programas sociales. Muchos economistas consideran que tales medidas solo posponen el problema subyacente: los trabajadores deportados no pueden simplemente recrear el mismo nivel de potencial de ganancias que tenían en el extranjero. Mientras tanto, familias enteras podrían verse obligadas a depender de salarios locales menos estables o de ningún salario en absoluto, forzándolas a depender en gran medida del bienestar administrado por el estado.

Aumentando estas ansiedades, ciertos estados como Jalisco, hogar de una robusta diáspora en lugares como Los Ángeles y Chicago, consistentemente ocupan los primeros lugares entre los mayores receptores de dinero desde el extranjero. Una caída significativa en esa fuente de ingresos pone en peligro las inversiones emprendedoras en pequeños negocios, tierras agrícolas o gastos educativos que ayudan a romper los ciclos de pobreza. Los funcionarios locales enfrentan una reducción en el gasto de los consumidores y ven cómo disminuye su ingreso tributario, limitando los fondos para proyectos comunitarios. Este ciclo financiero demuestra cómo el éxito de las regiones mexicanas está conectado al trabajo de las personas que se mudaron al extranjero.

Reforzando los lazos sociales a pesar de la incertidumbre

No todos están tan seguros de que la caída en las remesas será tan grave. Algunos analistas señalan que el crecimiento negativo de estos fondos entrantes no necesariamente ocurrirá, incluso si surgen nuevos obstáculos. Las familias en México que dependen de la remesa regular de un familiar podrían ejercer una presión adicional, moral o emocional, sobre esa persona para que continúe enviando dinero a pesar de los impuestos más altos o las preocupaciones por la deportación. El sentido de obligación familiar es profundo, y muchos trabajadores de la diáspora hacen esfuerzos extraordinarios para mantener el flujo constante de ayuda financiera a sus seres queridos.

Reflejando esa mentalidad cultural, los economistas confiados creen que si uno o dos miembros de la familia son deportados, el número de los que permanecen en el extranjero podría aumentar, realizando transferencias de dinero más amplias o frecuentes para compensar. Las personas que se quedan en Estados Unidos se benefician del débil peso mexicano. Cada dólar ahora se convierte en más pesos, lo que significa que las familias necesitan menos dólares para cubrir sus gastos en casa.

Los beneficios temporales de la devaluación del peso no abordan los problemas fundamentales de las familias dependientes de estos fondos. Un aumento en las deportaciones significa que algunas personas reducirán sus remesas, especialmente durante dificultades financieras. Algunas comunidades migrantes ayudan activamente recaudando dinero y construyendo sistemas de apoyo para ayudar a otros. Los grupos de la diáspora realmente muestran una solidaridad excepcional, y se unen para apoyar a las familias que enfrentan problemas de deportación. Si esa solidaridad será suficiente para evitar una caída precipitada en las remesas totales aún está por verse.

La situación plantea desafíos políticos inmediatos para la administración mexicana. Incluso cuando promueve un sentido de unidad nacional, los funcionarios son conscientes de que los recortes en las remesas obstaculizan el crecimiento económico. Si numerosos migrantes deportados regresan rápidamente, el país podría tener que apresurarse a desarrollar empleos, programas de reentrenamiento o asistencia de emergencia. Muchos sospechan que el presupuesto nacional podría expandir los beneficios sociales para amortiguar este golpe, incurriendo en una mayor carga de deuda gubernamental, si tales medidas pueden reemplazar eficazmente miles de millones en flujos privados perdidos.

Respuestas diplomáticas y el camino a seguir

Dado lo que está en juego, México debe comunicarse activamente con EE. UU. sobre los temas de deportación y remesas. Los expertos señalan que una revisión de las reglas comerciales en los próximos años podría realmente ofrecer una apertura para el diálogo. Si el tratado comercial de América del Norte está sujeto a renegociación, el gobierno mexicano podría presionar para obtener concesiones que protejan o faciliten las remesas o reduzcan las posibilidades de campañas de deportación a gran escala. Debe existir un plan cuidadoso, ya que el gobierno estadounidense sigue firme en cuanto a sus estrictas reglas de inmigración y parece estar listo para imponer sanciones financieras contra los estados que considere no cooperativos.

Los asesores instan a México a diversificar sus conexiones económicas y a crear relaciones más profundas con los mercados europeos y asiáticos. México podría mitigar el impacto de perder miles de millones en remesas desarrollando una base de exportaciones más amplia. Sin embargo, ese camino exige tiempo, capital y una revisión de las relaciones comerciales existentes. Mientras tanto, las comunidades locales en estados muy dependientes de los ingresos de la diáspora no pueden esperar años para encontrar soluciones potenciales. Grandes segmentos de la fuerza laboral en México carecen de empleo estable y muchos dependen de las remesas como una red de seguridad vital.

Además, algunos economistas sugieren una expansión urgente de las oportunidades laborales dentro de México. Si los migrantes deportados no pueden encontrar trabajo significativo, las presiones sociales podrían desbordarse. Las secuelas de las deportaciones masivas podrían provocar una migración interna desde pueblos más pequeños hacia las principales ciudades, desbordando la infraestructura allí. Los funcionarios del gobierno han insinuado un apoyo adicional para los nacionales que regresen, pero, irónicamente, tendrán que financiarlo, al menos en parte, a través de deuda externa. Esto significa que las futuras generaciones podrían cargar con el peso de estas obligaciones.

Para la relación más amplia entre EE. UU. y México, un clima amargo sobre las deportaciones y las remesas gravadas amenaza con opacar otros esfuerzos de colaboración, como la seguridad, la lucha contra las drogas o la cooperación comercial bilateral. La posibilidad de que la parte estadounidense intente incorporar regulaciones sobre remesas en las negociaciones comerciales más amplias señala una nueva era de diplomacia transaccional. Los líderes mexicanos deben decidir si quieren ceder en otros temas para reducir los impuestos a las transferencias electrónicas y evitar más redadas de deportación.

En resumen, la crisis inmediata resalta la fragilidad de los lazos económicos de México con su diáspora. La idea de que un cambio de política rápido en EE. UU. pueda despojar a las economías locales de miles de millones subraya cuán vulnerables siguen siendo innumerables familias. Si, de hecho, un 20% de los mexicanos indocumentados en EE. UU. fueran deportados, las repercusiones para los pequeños pueblos, los gobiernos estatales y las finanzas nacionales serían enormes. Los migrantes que regresen también podrían enfrentar estigmatización o falta de recursos para reintegrarse, un resultado que solo exacerba el estrés familiar.

De ninguna manera la situación es completamente sombría. Algunos prevén una resistencia entre las comunidades de la diáspora mexicana, creyendo que el sentido del deber familiar puede mantener el flujo de remesas o que la severidad total de las deportaciones masivas nunca se materialice. Muchos también enfatizan que el activismo de la diáspora podría moldear el debate público en EE. UU., suavizando o modificando las medidas duras. Aun así, las grandes sumas en juego, además del número esperado de deportaciones, demuestran lo rápido que México debe prepararse para cambios significativos. Los funcionarios gubernamentales y las organizaciones locales, junto con las redes migrantes, deben actuar ahora para que las familias en riesgo sigan protegidas y apoyadas.

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En última instancia, el camino a seguir depende principalmente de cómo reaccione el gobierno mexicano y las comunidades de la diáspora. Los posibles recursos de México —desde forjar nuevas alianzas comerciales hasta presionar por una postura más favorable durante las renegociaciones— podrían mitigar la crisis. Pero ninguna medida por sí sola puede reemplazar instantáneamente los miles de millones en dólares perdidos debido a las deportaciones y un impuesto del 10% sobre las transferencias de dinero. El riesgo de un golpe económico sigue presente. Si México espera suavizar ese golpe, deberá adaptarse de manera creativa, fomentando la creación de empleos, apoyando a los migrantes que regresan e intensificando los esfuerzos diplomáticos. Solo entonces el país podría evitar las consecuencias más significativas de una caída abrupta de los ingresos familiares desde el extranjero, salvaguardando la estabilidad de innumerables hogares a nivel nacional.

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