ECONOMÍA

México y Centroamérica temen una crisis por impuestos de EE.UU. a las remesas

Un plan en Washington para quedarse con el 3.5 % de cada dólar que los migrantes envían a casa tiene en vilo a México y a sus vecinos centroamericanos más pequeños. La pérdida de remesas impactaría directamente en presupuestos de cocina, cuotas escolares y cuentas nacionales en toda la región.

“El dinero que mantiene las luces encendidas”

Cada tarde, la única sucursal bancaria en Zacualpa, Guatemala, se llena de mujeres que sostienen tarjetas de identificación de plástico. Las ventanillas se abren; billetes frescos de EE.UU. se deslizan bajo el vidrio; las conversaciones flotan entre el agradecimiento y la preocupación. “Mi hijo manda trescientos al mes”, dice Rosa Ajché, alisando los billetes antes de guardarlos bajo su blusa. “Si se llevan una parte, ¿qué dejo de pagar: la luz o el abono?”

En toda América Latina, esa misma pregunta recorre los chats de WhatsApp. La Cámara de Representantes de EE.UU. ha aprobado un impuesto sobre las remesas para cualquier persona sin ciudadanía ni tarjeta de residencia. La Casa Blanca lo respalda; el Senado lo está deliberando. Los defensores aseguran que la medida podría recaudar 22 mil millones de dólares en diez años. Los detractores ven señales de alarma.

El banco central de México registró 65 mil millones de dólares en transferencias el año pasado—dinero que sostuvo puestos de abarrotes desde Michoacán hasta Chiapas y cubrió casi el 3.5 % del PIB nacional. La dependencia es aún mayor en países más pequeños: Honduras, 27 %; El Salvador, 24 %; y Nicaragua, 26 %. Una sola caída, advierten economistas a EFE, “le quitaría el suelo primero a los hogares más pobres”.

Cómo una tasa en Phoenix repercute en el campo hondureño

La propuesta parece sencilla: cobrar 3.5 centavos por cada dólar enviado por no ciudadanos. Pero en la práctica, el impacto cae con más fuerza sobre familias que ya pagan comisiones de transferencia y pérdidas por tipo de cambio. María Ramos, cuyo esposo trabaja como carpintero cerca de Houston, calcula el impacto en su celular. “De 400 dólares, vivimos con 360 después de las comisiones”, dice en el pueblo hondureño de La Esperanza. “Con el nuevo impuesto, serían menos de 345. Eso es el bus escolar de mi hija por un mes.”

El Banco Central de Honduras estima un déficit anual de 275 millones de dólares si los flujos caen apenas un 3 %. La mayoría de los municipios rurales no tienen impuestos prediales ni una base industrial amplia; las remesas son su oxígeno. Un alcalde local contactado por La Prensa admitió que los concejos “recortarían primero las reparaciones de caminos, luego las brigadas de salud”.

Guatemala enfrenta un abismo similar. Mayo de 2025 marcó un récord de remesas—2.280 millones de dólares en treinta y un días—pero cualquier nuevo impuesto podría recortar cientos de millones al año. El economista del desarrollo Julio Héctor Estrada dijo al medio independiente Plaza Pública que con menos dinero en circulación se reduciría la matrícula escolar y muchas familias volverían a caer por debajo del umbral de pobreza que apenas habían superado.

EFE/ Luis Torres

¿Se irán los dólares al mercado informal?

Los defensores del impuesto argumentan que está dirigido al trabajo indocumentado y ayuda a financiar la seguridad fronteriza. Los críticos recuerdan restricciones anteriores que solo desviaron el dinero hacia mensajeros o billeteras de criptomonedas. El académico Manuel Orozco, de la Universidad Internacional de Florida, que lleva dos décadas siguiendo los canales de remesas, advierte en una entrevista con EFE: “Los migrantes se adaptan rápido; los operadores formales perderán volumen, los canales informales florecerán, y Washington podría recaudar mucho menos de lo prometido.”

Las empresas de transferencias de dinero comparten esa preocupación. Un gerente regional de Western Union, que pidió el anonimato, afirma que un nuevo impuesto sumado a los ya existentes “empuja a los usuarios hacia aplicaciones no reguladas o amigos que vuelan con dinero pegado al tobillo.” Los reguladores perderían entonces visibilidad sobre fondos que a menudo financian hipotecas, microempresas e iniciativas locales contra las pandillas.

Algunos gobiernos consideran amortiguar el golpe. Si se aprueba la ley estadounidense, el Ministerio de Hacienda de El Salvador ha propuesto un reembolso temporal para los hogares más pobres. El canciller de México ha insinuado la existencia de “canales de diálogo” con grupos de la diáspora y bancos estadounidenses, con la esperanza de lograr exenciones o un sistema escalonado. Pero en privado, los funcionarios reconocen que su margen de maniobra es limitado.

Una política que podría alimentar la migración que intenta frenar

Irónicamente, recortar las remesas podría desencadenar la próxima ola migratoria. En la región nicaragüense de Chontales, el productor lechero Carlos Talavera cuenta que dos de sus sobrinos ya están considerando emprender el viaje hacia el norte. “Si baja el ingreso familiar, se van más pronto”, se encoge de hombros. Analistas de la CEPAL coinciden con esa lógica: si se asfixia la economía de los pueblos, más sostenes de hogar irán a Estados Unidos, no menos.

Para Washington, el cálculo mezcla sueños de recaudación con retórica electoral. Pero en un piso de cemento en Zacualpa, Rosa Ajché acaricia los dólares con los que quizás pronto ya no pueda contar. Le envía un mensaje de voz a su hijo: “Hijo, tal vez guarda un poco más. Dicen que van a cobrar otro impuesto.” Sus palabras viajan al norte, sumándose a miles de grabaciones similares—notas de advertencia llevadas por la brisa digital entre dos economías entrelazadas.

El Senado de EE.UU. decidirá en los próximos meses. Hasta entonces, tenderos en Tegucigalpa, albañiles en Carolina del Norte y ministros de finanzas en Ciudad de México miran el tablero del tipo de cambio—y se preguntan si unos pocos centavos por dólar pueden inclinar naciones enteras.

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Sea cual sea el resultado final de la votación, el episodio deja al descubierto una verdad que a menudo se diluye entre consignas políticas: las remesas no son flujos abstractos de capital, sino la comida del miércoles, los zapatos nuevos de un niño o el techo remendado antes de las lluvias. Si se les pone un impuesto, la repercusión se sentirá primero no en las hojas de cálculo, sino en las cocinas de Tijuana a Tapachula, de San Salvador a Santiago de los Caballeros.

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