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Chile lidia con el auge del turismo antártico y sus riesgos

Desde las cubiertas de los barcos hasta los senderos helados, el turismo en la Antártida está en auge, superando los 125.000 visitantes anuales. Ahora, expertos advierten que un mosaico de directrices voluntarias y una supervisión descoordinada amenazan con poner en peligro uno de los últimos entornos prístinos del planeta.

Auge de las visitas a la Antártida

Los operadores turísticos informaron de más de 125.000 viajeros que descendieron al Continente Blanco durante el pasado verano austral, más del doble que hace apenas cinco años. Entusiastas exploradores de todo el mundo acudieron para vivir excursiones costeras llenas de fauna y paisajes polares hipnóticos. Sin embargo, según declaraciones recogidas por EFE, los conservacionistas temen que cada nuevo visitante incremente el riesgo de contaminación, introducción de especies invasoras y perturbación de poblaciones frágiles de aves y mamíferos marinos.

“El turismo ha explotado, pero carecemos de un marco integrado”, dijo Claire Christian, directora de la organización sin fines de lucro Antarctic and Southern Ocean Coalition (ASOC). Aunque existen decenas de resoluciones sobre el turismo en la Antártida bajo el Tratado Antártico de 1961, estas pautas siguen siendo mayormente voluntarias. Los distintos países que ratificaron el Tratado pueden adoptarlas mediante leyes nacionales o, en algunos casos, no hacerlo en absoluto. “Si queremos seguir considerando esto una actividad válida,” dijo Christian a EFE, “necesitamos regulaciones obligatorias mucho más estrictas en todos los frentes.”

Actualmente, la responsabilidad recae en agencias locales para aprobar evaluaciones ambientales, mientras que los operadores suelen adherirse voluntariamente a la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO). Aunque la IAATO aplica estándares más altos—como limitar a 500 pasajeros por barco en los desembarcos—el control final en los sitios remotos depende en gran medida de la buena fe de cada operador. “Todos nos vigilamos entre nosotros,” explicó el guía Santiago Imberti en Punta Arenas, un acceso chileno a la Antártida. “No hay una ‘policía del turismo’ oficial.”

Motivos mixtos y riesgos ambientales

Muchas expediciones adoptan el lema “No se puede proteger lo que no se conoce”, promoviendo un viaje educativo y reflexivo. El personal a bordo suele destacar la ecología polar, con la esperanza de despertar conciencia ambiental entre los pasajeros. “Apuntamos a brindar una experiencia única que despierte consciencia,” dijo a EFE Edgardo Vega, director de la Fundación Antártica 21. Cree que estas salidas fomentan un sentido de responsabilidad global: “Nos exigimos altos estándares de sostenibilidad.”

A pesar de las buenas intenciones, investigaciones confirman que el aumento del turismo perturba el comportamiento de la fauna, acelera el derretimiento de glaciares y aumenta las probabilidades de introducir especies dañinas. Algunos críticos señalan que, a medida que crece la competencia del mercado, ciertos operadores podrían “forzar o eludir las reglas” para satisfacer la demanda de emociones cercanas. Kayaks polares o vuelos escénicos en helicóptero ofrecen experiencias potentes, pero también pueden agravar la vulnerabilidad de la región.

Otro factor que complica la situación es el cambio climático—impulsado principalmente por emisiones globales fuera de la Antártida—que agrava estas presiones locales. “Aunque cerráramos el turismo mañana, el hielo seguiría retrocediendo por causas externas,” reconoció Vega. Limitar el tránsito peatonal y la contaminación marítima es clave para reducir los daños inmediatos en zonas sensibles.

Hacia una regulación integral

En 2023, los miembros del Tratado Antártico acordaron unificar resoluciones en un conjunto de normas vinculantes. Fue un paso general. Sin embargo, como explicó a EFE Chantal Lazen, investigadora del Centro de Estudios Antárticos de la Universidad de Chile, cualquier marco definitivo debe conciliar el mosaico legal de la región y sus diversos intereses diplomáticos. “Es un desafío enorme,” afirmó Lazen, “lograr consensos entre estados con sistemas y prioridades tan distintos.”

Christian, de ASOC, espera una acción rápida: “Asumieron esta responsabilidad al unirse al Tratado. Claro que es difícil, pero el turismo es uno de los impactos clave en el ecosistema antártico.” Ella ve en las actuales negociaciones una oportunidad para transformar décadas de directrices dispersas en un plan coherente. Paralelamente, los científicos subrayan la importancia de un enfoque basado en evidencia. Muchos investigadores polares ya colaboran con cruceros, aprovechando laboratorios o instrumentos a bordo para monitorear fauna y cambios climáticos. Esos datos podrían fundamentar nuevas reglas turísticas, incluyendo límites de pasajeros, rotación de sitios o desinfección obligatoria del equipo.

Por ahora, el turismo antártico sigue siendo mayormente “autovigilado.” Los operadores promueven un marketing de sostenibilidad para tranquilizar a los viajeros ecológicamente conscientes. Entusiastas dispuestos a pagar sumas elevadas emprenden un viaje único en la vida, pisando costas ventosas para observar pingüinos o presenciar desprendimientos de hielo. “Es un lugar hipnotizante que puede provocar una transformación,” insistió Vega. Al mismo tiempo, observadores advierten que un exceso de tráfico podría socavar el mismo misticismo que despierta tanta pasión.

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En última instancia, la comunidad polar más amplia reconoce que forjar un régimen regulatorio verdaderamente aplicable exige voluntad política unificada. El extraordinario ecosistema que cautiva a millones de soñadores no puede soportar una expansión turística indefinida. Y mientras estas negociaciones avanzan, cada nuevo crucero o expedición científica revela nuevas alertas ambientales. “Debemos encontrar un equilibrio,” concluyó Lazen. “Queremos que el mundo aprecie esta maravilla helada, pero no que la ame hasta matarla.”

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