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El estatus de maravilla de Machu Picchu en riesgo: por qué Perú debe actuar antes de que el mundo mire hacia otro lado

Una vez catapultada a la fama mundial como una de las Nuevas 7 Maravillas del Mundo, Machu Picchu está ahora bajo escrutinio. Los organizadores advierten que el turismo descontrolado, la débil conservación y la agitación social están erosionando su credibilidad como tesoro global.

Un título que exige más que orgullo

Cuando Machu Picchu fue elegida como una de las Nuevas 7 Maravillas del Mundo en 2007, fue más que un triunfo de marketing. Perú había ganado reconocimiento global por la joya de los Andes, pero también heredó una responsabilidad. “La designación implica un compromiso compartido con la conservación y la gestión responsable del sitio”, recordó la organización en un comunicado. En otras palabras, no se trataba de un concurso de belleza. Era una promesa al mundo.

Jean-Paul de la Fuente, director de New7Wonders, calificó la situación actual como un “llamado de atención” en declaraciones a CNN. Se abstuvo de amenazar con retirar a Machu Picchu de la lista, pero el tono fue inconfundible: actuar rápido o arriesgarse a una vergüenza en el escenario global. Un asesor representante ya se encuentra en Perú para ayudar a diseñar soluciones a corto y largo plazo. El mensaje es directo: Perú pidió al mundo admirar Machu Picchu; ahora el mundo espera que se proteja con estándares de clase mundial.

El triunfo del turismo se ha convertido en su trampa

La campaña de Perú funcionó. Los turistas llegaron en masa, llenando trenes desde Cusco y buses por la carretera zigzagueante hasta la ciudadela. Hoteles y restaurantes prosperaron, y Machu Picchu se volvió sinónimo de la marca nacional del Perú. Pero el éxito se ha convertido en su propio enemigo.

Incluso con entradas programadas y límites diarios de visitantes, las multitudes frecuentemente superan los números sostenibles. La experiencia ha pasado de ser un asombro a una cinta transportadora: selfies en terrazas, recorridos apresurados por las plazas sagradas, y la sensación de maravilla diluida por la congestión. La frágil piedra y las terrazas, nunca diseñadas para soportar millones de pasos cada año, sufren el desgaste.

Los riesgos no son solo físicos. Protestas y disturbios políticos en los últimos años han bloqueado el acceso al sitio, dejando varados a viajeros y vaciando negocios locales. Machu Picchu se ha convertido tanto en víctima de su propia popularidad como en rehén de la política nacional. Lo que alguna vez se presentó como fuente estable de orgullo ahora parece un recurso frágil, a un paro ferroviario o crisis política de colapsar.

Existen soluciones, pero requieren voluntad política. Los precios de las entradas pueden ajustarse para orientar la demanda, diversificar rutas para distribuir visitantes en todo el Valle Sagrado y ofrecer incentivos estacionales para aliviar la saturación en temporada alta. Invertir en sitios arqueológicos y museos vecinos podría repartir tanto el flujo de visitantes como los ingresos, permitiendo que Machu Picchu respire y ampliando la narrativa que Perú ofrece.

Compartir los dividendos, compartir el deber

Para las comunidades alrededor de la ciudadela, Machu Picchu puede sentirse más como una industria extractiva que como un legado compartido. Cuando miles de excursionistas de un día llegan, dejando basura y aportando poco más, la cooperación local se resquebraja. Si Perú quiere conservar Machu Picchu, debe garantizar que las comunidades aledañas se beneficien de manera visible y sostenible.

Eso significa un reparto transparente de ingresos y financiamiento estable para la infraestructura local—agua, gestión de residuos y transporte—que soporta el peso del turismo masivo. También implica construir carreras en la preservación, no solo en el turismo. Aprendizajes en conservación de piedra, cuadrillas de restauración, guías interpretativos y roles de monitoreo científico pueden vincular directamente los medios de vida locales con la protección del santuario.

La conservación prospera cuando prosperan los pueblos vecinos. Perú tiene la oportunidad de dar ejemplo, mostrando al mundo que la protección del patrimonio y la prosperidad comunitaria no están en conflicto, sino en asociación.

Un plan vence al pánico

New7Wonders no le pide a Perú que entre en pánico; le pide que planifique. Los funcionarios ya cuentan con propuestas para una transformación estratégica. La diferencia estará en si la gobernanza las concreta: una sola mesa donde se reúnan los actores, un cronograma con plazos, reportes públicos y una aplicación que no desaparezca entre feriados o disputas políticas.

El primer paso es la claridad. Publicar un modelo científicamente fundamentado de capacidad de carga y vincular directamente a él la venta de boletos. Digitalizar la boletería para eliminar la reventa y la especulación. Usar precios dinámicos para fomentar los viajes en temporada baja. Y, sobre todo, destinar una parte fija de los ingresos de boletos exclusivamente a proyectos de conservación y comunidad, con auditorías públicas anuales.

El diseño también importa. La gestión de visitantes debe realzar la sensación de asombro, no disminuirla. Eso implica interpretación multilingüe, señalización clara, horarios de silencio y restricciones a drones o comportamientos intrusivos. Los visitantes deben sentir que ingresan a un santuario vivo, no a un parque temático.

Y el plan debe anticipar el futuro. El cambio climático amenaza la estabilidad de laderas, sistemas de agua y riesgo de incendios. Las alianzas con universidades e institutos de conservación global pueden aportar la capacidad de monitoreo e investigación necesaria. Cuando surja la agitación política, protocolos preacordados pueden proteger a visitantes y medios de vida sin convertir a Machu Picchu en moneda de cambio.

EFE@Paolo Aguilar

La oportunidad para Perú

Machu Picchu no está en peligro de desaparecer mañana de las postales o guías turísticas. Pero su reputación global está en juego. La advertencia de New7Wonders no es una condena, es una invitación para que Perú lidere.

El mundo ya sabe por qué Machu Picchu es maravillosa. La pregunta ahora es si Perú demostrará ser igualmente capaz de administrar esa maravilla para las futuras generaciones. Aceptar el reto podría transformar un riesgo reputacional en un renacimiento.

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Los constructores incas tallaron terrazas que han perdurado medio milenio. Su genio fue trabajar con la naturaleza, no contra ella. Hoy, Perú enfrenta su propia prueba. Si actúa con la misma previsión, la maravilla de Machu Picchu perdurará—no solo como piedra en la montaña, sino como prueba de que la administración moderna puede ser tan inspiradora como la antigua ingeniosidad.

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