El Éxodo de Intel en Costa Rica y la Lucha por Salvar sus Sueños Tecnológicos

Cuando Intel anunció que trasladaría su planta de Costa Rica al extranjero, la noticia golpeó como una descarga eléctrica —sacudiendo a un país que había apostado su futuro a los microchips, las zonas francas y el silencioso orgullo de ser la improbable estrella tecnológica de América Latina.
Una Sirena Suena desde la Zona Franca
No fue un político ni un líder sindical quien dio la voz de alarma. Fue Ronald Lachner, presidente de la Asociación de Zonas Francas de Costa Rica, y sus palabras no tuvieron rodeos:
“Ya no podemos seguir tapando las grietas.”
La decisión de Intel de trasladar su línea de ensamblaje en Heredia hacia destinos asiáticos más baratos, dijo, no fue solo un movimiento empresarial. Fue una sirena. Una advertencia de que Costa Rica, durante mucho tiempo la favorita de los fabricantes globales, podría estar perdiendo su ventaja.
Los números cuentan parte de la historia. Más de 430 multinacionales, desde gigantes médicos hasta emprendedores aeroespaciales, operan en parques industriales con beneficios fiscales en Costa Rica, generando cerca de 200,000 empleos. Intel era la joya de la corona. Su salida amenaza una red de pequeños proveedores y servicios: firmas logísticas, manipuladores de carga, microempresas textiles y vendedores de gallo pinto por toneladas. Para Lachner, las fallas son claras: precios de electricidad asfixiantes, leyes laborales obsoletas y un colón fortalecido que ha reducido los márgenes de exportación en un 18% en solo dos años.
“Las sedes en California o Singapur no esperarán para siempre,” advirtió.
Pero Costa Rica sí esperó. Ahora, ha llegado la factura.
Tres Actos de Intel —y un Telón Final
El romance de Intel con Costa Rica comenzó en 1997. Llegó por la estabilidad política, la moneda ligada al dólar y una fuerza laboral joven que aprendía inglés más rápido que sus maestros. El sitio de ocho hectáreas en Heredia transformó campos agrícolas en líneas de fabricación. Más de 3,000 ingenieros y técnicos diseñaban y construían chips que impulsaban al mundo. Pentiums se enviaban a más de 40 países. La planta no solo producía tecnología. Producía identidad. De pronto, los jóvenes costarricenses soñaban con cuartos limpios en vez de cañaverales.
En 2014, terminó la luna de miel. Intel cerró la manufactura, pero mantuvo una presencia, reconvirtiéndose en investigación y finanzas. Para 2020, el auge global de semiconductores resucitó las líneas. La producción volvió. La esperanza también.
Y ahora, igual de rápido, se ha ido de nuevo.
El jueves pasado, Intel informó a 500 trabajadores que los módulos, conocidos internamente como ATM (ensamblaje y prueba de manufactura), serían eliminados. ¿El futuro? No aquí. Malasia. Vietnam. Lugares con electricidad barata, mano de obra flexible y carreteras sin congestión. La vocera Carolina López intentó suavizar el golpe, señalando que aún quedan 2,000 empleos en diseño y finanzas. Pero incluso ella admitió:
“Las dinámicas de costo no se pueden ignorar.”
Afuera, trabajadores atónitos sostenían teléfonos y currículums. Adentro, las máquinas aún zumbaban. Pero la cuenta regresiva ya había comenzado.
¿Puede la Política Alcanzar la Velocidad Global?
Sergio Capón, presidente de la influyente Cámara de Industrias de Costa Rica, se reunió con Intel a la mañana siguiente. Su pregunta fue directa:
¿Es un caso aislado, o una señal de que el país está perdiendo terreno?
La respuesta fue ambas.
Hoy, la mano de obra manufacturera en Costa Rica cuesta $11 por hora —el triple de lo que Intel paga en Penang. La energía renovable puede ser limpia, pero con la hidroelectricidad afectada por sequías, ya no es barata. Puertos como Moín siguen atrapados por cuellos de botella viales. ¿Y el Congreso? Aún empantanado en la reforma laboral llamada “jornadas 4×3”, que legalizaría turnos de 12 horas por cuatro días —la norma en las fábricas asiáticas.
La reforma lleva tres años varada, enterrada bajo protestas sindicales. Capón ve el reloj corriendo:
“La competitividad es una canasta,” dice. “Si se te caen dos huevos —energía y tipo de cambio— más te vale amortiguar con mano de obra y logística. Los estamos dejando caer todos.”
Mientras tanto, otros países atraen a los mismos inversionistas con inauguraciones y feriados fiscales. Costa Rica ofrece promesas. Los inversionistas quieren garantías.
Crisis de Confianza —y de Identidad
La salida de Intel no se trata solo del PIB o estadísticas laborales. Es un golpe al orgullo nacional. En los años 90, cuando Intel eligió a Costa Rica, fue una señal al mundo: esta pequeña y pacífica república tenía el talento, la transparencia y la visión para jugar en las grandes ligas. Luego llegaron otros gigantes: Boston Scientific, Thermo Fisher, Abbott. Costa Rica se convirtió en el centro med-tech de América Latina.
Ahora, los economistas temen una señal inversa.
“Los directorios leen estos movimientos como si fueran hojas de té,” dice Roxana Morales, experta en comercio de la Universidad Nacional. “Si Intel se va, los demás empiezan a preguntarse si todo el clúster ya alcanzó su techo.”
El gobierno de Rodrigo Chaves insiste en que el ecosistema sigue floreciendo. Las exportaciones de zonas francas crecieron 17% el año pasado. Dos parques tecnológicos están en construcción cerca de Liberia. El ministro de Comercio, Manuel Tovar, anuncia nuevos incentivos: energía solar en techos, contratos geotérmicos más ágiles, y permisos simplificados.
“No lloren una planta,” dijo a EFE. “Estamos construyendo la próxima apuesta.”
Pero dentro de Heredia, el ánimo es menos optimista. María Ávila, supervisora de sala limpia y madre de gemelos que estudian robótica, dice que sus colegas mayores recibieron ofertas para reubicarse. Ella no.
“Construimos los chips que hacen funcionar el mundo,” dijo, mirando la reja de seguridad. “Ahora tengo seis meses para encontrar a alguien que aún necesite esa habilidad.”

¿Un Futuro Sin Chips?
Costa Rica aún conserva cartas que ningún Excel puede medir: una tasa de alfabetización del 97%, energía casi 100% renovable y un estado de derecho sin igual en la región. En 2014, cuando Intel redujo operaciones por primera vez, el país supo reinventarse—atrayendo laboratorios de software, startups de IA y centros de servicios compartidos. Ahora, los analistas proponen repetir la fórmula: reconvertir los pisos vacíos para innovación médica, pruebas cuánticas o sensores espaciales.
Pero la verdadera herida va más allá. La planta de Intel no era solo innovación. Era dignidad. Proveía empleos de clase media para graduados de secundaria en pueblos que no habían visto oportunidades en generaciones. No hacía falta un bootcamp de código en San José—bastaba disciplina y un uniforme limpio.
Mientras los últimos wafers salen de las líneas costarricenses de Intel, una bandera roja ondea al viento:
“Aquí, la innovación adquirió acento costarricense.”
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Si ese acento sobrevivirá en las cadenas globales de suministro dependerá de cuán rápido Costa Rica pueda traducir el duelo en determinación—y las palabras en acción.