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El gigante brasileño O Globo cumple un siglo y reaviva el debate sobre poder, prensa y política

Mientras O Globo celebraba su 100º aniversario bajo el cielo salobre de Río, los brasileños se encontraron festejando y cuestionando a un imperio mediático que moldeó su lengua, su política y su identidad —a veces como reflector, a veces como guionista tras el telón.

Nacido en los muelles, construido para una república

La primera edición de O Globo salió a las calles de Río de Janeiro el 29 de julio de 1925, con seis columnas apretadas y un titular sobre las ambiciones amazónicas de Henry Ford. Pretendía ser un diario pequeño, agudo, reflejo de una nación joven que buscaba afirmarse. Su fundador, Irineu Marinho, veía una clase media en ascenso, una economía en modernización y una sed de información… pero no vivió para verlo crecer. Un mes después, murió repentinamente. Su reemplazo, el editor Eurycles de Mattos, tuvo que conducir una redacción naciente en un mercado ya dominado por O Estado de São Paulo.

Sobrevivir significaba proximidad. Los reporteros rondaban los muelles en busca de precios de embarque, peinaban los cafés de Lapa por chismes políticos y transmitían los resultados de fútbol por telégrafo. Esa cercanía al pulso de Río le dio tracción al diario, y un documental del centenario —producido por la propia redacción de Globo— recuerda cómo los primeros paquetes del periódico viajaban más allá de las favelas y los bulevares, siguiendo los rieles hacia el sertão.

En 1931, un joven Roberto Marinho, de 26 años, heredó el periódico. Con él llegó la convicción de que las noticias no siempre vivirían en tinta.
“Entendió que la información debía ir más allá de la imprenta”, dijo el actual presidente João Roberto Marinho en entrevista con EFE. Roberto empezó a experimentar con la radio y, en 1965, lanzó TV Globo, plantando la semilla de lo que sería uno de los conglomerados mediáticos más poderosos del hemisferio sur.

Construyendo un imperio mediático —y una identidad nacional

Cuando TV Globo transmitió su primera telenovela, solo el cinco por ciento de los hogares brasileños tenía televisión. Quince años después, Jornal Nacional se había vuelto cita obligada, y las telenovelas de Globo cosían la conversación cultural de un país con múltiples husos horarios.

Hoy, Grupo Globo afirma tener 50 millones de lectores mensuales solo en el periódico y un alcance global en 130 países a través de televisión, prensa, streaming y plataformas digitales. Su legado está entretejido en el vocabulario brasileño: de la gramática del fútbol al léxico del impeachment, los brasileños aprendieron a nombrar su realidad con titulares y guiones salidos de sus estudios.

“El secreto”, dijo João Roberto a EFE, “ha sido adaptarse sin abandonar los valores centrales: independencia, profesionalismo, innovación”.

Ese mantra del centenario se desplegó en distintos medios: una serie documental, una exposición de artes visuales y la publicación de Un siglo en cien crónicas, antología de editoriales que enseñaron a una generación a pensar críticamente —y, a veces, qué pensar.

Pero el legado no es neutral. Cuanto más se expandió O Globo, más preguntas surgieron sobre quién tiene derecho a narrar la historia de la nación.

El poder —y el precio— del micrófono

Pocas instituciones en Brasil han estado tan cerca del poder —o han recibido tantas críticas por ello.

En 1964, O Globo apoyó el golpe militar que instauró dos décadas de dictadura. Esa postura no fue retractada sino hasta 2013. Mientras tanto, Roberto Marinho posaba junto a generales mientras sus reporteros documentaban torturas. El historiador Leonencio Nossa, escribiendo en el suplemento del aniversario, lo describió como “proteger el negocio mientras se cubría la verdad”.

Incluso tras la dictadura, la tensión continuó. Cuando Tancredo Neves, el primer civil elegido presidente después del régimen militar, advirtió a su círculo íntimo “nunca se peleen con Roberto Marinho”, no era hipérbole. Era estrategia.

Los políticos de izquierda han sostenido por décadas que Globo influyó en resultados electorales. En 1989, muchos acusaron a la cadena de manipular imágenes de un debate para inclinar la opinión contra un entonces desconocido líder sindical llamado Luiz Inácio Lula da Silva. Lula ganaría más tarde en 2002, pero su presidencia estuvo marcada por fricciones con Globo, una dinámica que se intensificó con Dilma Rousseff y explotó durante la operación Lava Jato. La cobertura saturada precedió el encarcelamiento de Lula, y los críticos denunciaron sesgo.

Globo siempre ha negado favoritismos. El editor Alan Gripp dijo a EFE que las decisiones editoriales se rigen por el periodismo, no por la política. “Sí, tenemos raíces conservadoras”, admitió, “pero hemos fiscalizado a todos los gobiernos”.

EFE/ André Coelho

Redefiniendo la primera plana en una era fragmentada

Ahora, al cruzar su segundo siglo, O Globo encara un panorama mediático más fracturado —y menos indulgente— que nunca.

Los smartphones superan a los periódicos. Las cadenas de WhatsApp superan a las portadas. La lectura impresa ha caído a la mitad desde 2015. Y los influencers compiten con los presentadores por atención y credibilidad.

La respuesta: mezclar lo viejo con lo nuevo. O Globo ha unificado sus redacciones y apostado por la narración digital: pódcasts sobre fallos judiciales, explicadores en TikTok sobre polémicas del VAR, y un equipo de datos que publica investigaciones sobre la deforestación amazónica. Más de la mitad de sus lectores llega ahora por móvil, y las suscripciones digitales superaron a la circulación física.

Pero la influencia sigue generando inquietud. Cuando una sola voz editorial domina TV, radio y web, las narrativas disidentes pueden quedar ahogadas —aunque sea de forma involuntaria. Críticos advierten que tal dominio puede reproducir las mismas cámaras de eco que dice combatir.

João Roberto reconoce la tensión. “El antídoto a la concentración es la transparencia”, dijo a EFE. No el repliegue ni el silencio, sino la rendición de cuentas visible: una columna de ombudsman abierta, secciones de correcciones de lectores y metodologías de investigación reproducibles.

Si eso será suficiente en una era de desinformación armada está por verse. Pero el objetivo, insiste, no es perseguir clics, sino credibilidad.

Mientras los fuegos artificiales iluminaban la bahía de Guanabara, el centenario de O Globo no fue solo un hito: fue un espejo. Un recordatorio de un medio que no solo ha relatado la historia de Brasil. La ha ayudado a definir.

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Pero ahora, la pluma ya no escribe sola. Brasil responde —en WhatsApp, en Twitter, en transmisiones en vivo y en secciones de comentarios. La pregunta no es si O Globo sigue importando. Importa. La pregunta es cómo elegirá importar en un siglo en el que el poder es conversacional, la confianza se gana en tiempo real y ningún relato queda sin ser desafiado por mucho tiempo.

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