NEGOCIOS Y FINANZAS

México y Michoacán ponen a prueba a Sheinbaum mientras los cárteles gravan los aguacates

En México, Claudia Sheinbaum hereda las guerras de los huertos de Michoacán, donde los cárteles tratan a los aguacates y limones como cajas registradoras. Tras los asesinatos en Uruapan el 2 de noviembre, su prometido Plan Michoacán enfrenta una pregunta: ¿puede el Estado regresar a los pueblos antes de que llegue el invierno?

Día de Muertos, Día de Deuda

Las flores de cempasúchil ya estaban colocadas en Uruapan cuando la celebración se convirtió en una escena del crimen. En menos de dos semanas, dos hombres que desafiaron el poder del cártel fueron asesinados: Bernardo Bravo, líder de los productores de limón, y el alcalde Carlos Manzo, baleado durante el Día de Muertos el 2 de noviembre. En reportajes y entrevistas para Americas Quarterly, la autora Denise Dresser señala que ambos advirtieron que los grupos criminales se habían infiltrado en las cadenas de suministro agrícola, extorsionando a los productores mientras las autoridades miraban hacia otro lado.

Las manifestaciones aumentaron en Uruapan y en Morelia, porque los asesinatos se sintieron como prueba de captura. Michoacán exporta limones y aguacates a Estados Unidos; esa prosperidad convierte a las fincas en blancos visibles. Según el relato de Dresser, los productores describen un “impuesto” criminal, colusión forzada de precios y órdenes sobre cuándo cosechar y dónde vender, una economía de caseta de peaje construida sobre el miedo que viaja con la fruta. En los pueblos construidos alrededor de los huertos, ese “impuesto” cae como una sequía: lento, agotador y corrosivo políticamente.

Una persona sostiene un cartel durante una manifestación este domingo, en el Palacio de Gobierno en Morelia (México). EFE/ Iván VillanuevaEFE/ Iván Villanueva

La guerra contra las drogas que nunca se fue

Desde mediados de los 2000, la lucha en Michoacán ha sido por más que rutas de drogas: extorsión, control de productos y captura de la gobernanza. En 2007, el entonces gobernador Lázaro Cárdenas Batel, hoy jefe de la Oficina de la Presidencia de Sheinbaum, pidió ayuda federal al presidente Felipe Calderón. La respuesta ayudó a inaugurar la “Guerra contra las Drogas” y convirtió a Michoacán en un laboratorio temprano de seguridad interna militarizada. En lugar de reducir la violencia, ayudó a detonar una ola de escalada.

Las figuras públicas trazan la escalada en cifras. Bajo Calderón (2006–2012), los asesinatos relacionados con el crimen organizado se dispararon; en 2010 hubo 15,273, frente a 9,616 en 2009. Bajo Enrique Peña Nieto (2012–2018), los homicidios dolosos superaron los 104,000, comparados con unos 102,859 bajo Calderón. Entre 2019 y 2021, bajo Andrés Manuel López Obrador, México registró unos 109,059 asesinatos. Esas cifras dibujan un ciclo: la presión militar fragmenta organizaciones, la competencia se multiplica y la violencia se filtra en la economía legal.

Estudios en el Journal of Latin American Studies y la Latin American Research Review examinan la “gobernanza criminal”, cuando grupos armados extraen rentas de economías legales mientras disputan la autoridad política. En Michoacán, Dresser reporta que el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), redes como Los Blancos de Troya y remanentes de La Familia Michoacana han incursionado en la extorsión agroindustrial. El proyecto Justice in Mexico, que cubre de 2000 a 2017, documentó al menos 150 alcaldes y funcionarios locales asesinados hasta 2017, con picos de 20 en 2010 y un promedio cercano a 10 por año antes. Los alcaldes son blanco porque su cargo amenaza el control territorial, las ganancias de la extorsión y la fachada de orden que venden los cárteles.

Plan Michoacán y el precio de la honestidad

Tras el asesinato de Manzo, la presidenta Claudia Sheinbaum condenó el crimen como “vil”, prometió “cero impunidad” y “justicia total”, y convocó a su gabinete de seguridad, según Americas Quarterly y Denise Dresser. Anunció el Plan Michoacán, prometiendo despliegues federales, coordinación de fiscalías, intercambio de inteligencia y programas sociales. Dresser señala que el esquema es vago y con poco presupuesto, y resulta incómodo, ya que Morena gobierna Michoacán desde hace cuatro años. El primer instinto de Sheinbaum fue culpar al pasado, no a la gestión actual de su partido. Ella insiste en que esto no es militarización, aunque la fuerza federal sigue siendo el eje central.

Sheinbaum dice que una mejor inteligencia y coordinación, lideradas por el secretario de Seguridad Omar García Harfuch, pueden reducir la violencia, y señala descensos nacionales en homicidios. Pero Dresser advierte en Americas Quarterly que los promedios ocultan un mapa dividido: Ciudad de México puede mejorar mientras Michoacán, Guerrero, Chiapas y Sinaloa se deslizan hacia “tierra de nadie”. En esas zonas, las empresas presupuestan la extorsión igual que hoy el fertilizante y el combustible. Con el presidente Donald Trump presionando a México por resultados, el margen para medias tintas se reduce.

Para los agricultores, lo que está en juego es la seguridad en el camino al empaque y un gobierno que llegue antes del funeral. Si el Plan Michoacán no desmantela la extorsión y la colusión, se convierte en otro ritual de contención. Un punto de inflexión significaría proteger a los líderes locales, reconstruir la policía civil y financiar reformas con transparencia. Con el presidente Donald Trump observando, México no puede permitirse otro eslogan. En Michoacán, la soberanía se cosecha, o se pierde, una caja a la vez.

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