NEGOCIOS Y FINANZAS

Parálisis portuaria en Panamá: cómo la huelga en Chiquita frenó las exportaciones de banano

Donde antes los contenedores refrigerados retumbaban sin cesar, el muelle de Chiquita en Almirante hoy solo resuena con los graznidos de las gaviotas. Estibadores despedidos caminan sobre tablones astillados, esperando un barco que quizá nunca regrese y noticias sobre empleos que desaparecieron de la noche a la mañana.

La mañana en que se detuvieron las grúas

Hace seis meses, los brazos amarillos de celosía del muelle centenario de Chiquita Panamá movían fruta sin parar. En un buen turno, el capataz Marcial Cruz podía guiar cuarenta contenedores —casi 900 toneladas de banano— hacia la bodega de un buque rumbo a Europa antes del amanecer. El primer lunes de mayo llegó y encontró la entrada principal con candado, la caseta de seguridad abandonada y un aviso mecanografiado: “Operaciones suspendidas hasta nuevo aviso”.

Dentro del recinto, los contenedores refrigerados zumbaban como si nada hubiese cambiado, pero ni una sola grúa se movía. “No te das cuenta de lo fuerte que puede ser el silencio hasta que un puerto se detiene”, le dice Cruz a EFE, pateando una cornamusa oxidada. Chiquita, propiedad del conglomerado brasileño Safra Group, acusó al sindicato de estibadores SITRAIBANA de “abandono del trabajo” tras una huelga de 27 días por reformas al sistema de pensiones. La respuesta de la empresa fue total: todos los contratos fueron rescindidos, 6.500 trabajadores despedidos, los campos dejados al abandono.

Oro bananero y apuestas sindicales

Bocas del Toro vive de dos colores: el esmeralda de las hojas de banano y el brillo metálico de los contenedores refrigerados. Cuando SITRAIBANA convocó la huelga a finales de abril, sus líderes creían que un paro breve presionaría al Congreso para preservar una excepción al seguro social concedida en 1974, cuando la United Fruit aún dominaba la zona. La apuesta funcionó: el Congreso restableció el beneficio en una votación de medianoche.

Pero la victoria se agrió. Horas después, el equipo legal de Chiquita presentó avisos por incumplimiento de contrato, citando una estimación de Reuters de 75 millones de dólares en fruta dañada y fletes cancelados. Dos días después, la empresa subió a sus gerentes a un avión Dash-8 chárter y los llevó a Ciudad de Panamá, dejando el muelle como un fantasma de tarimas y bandas plásticas. “Ganamos la batalla y perdimos la guerra”, suspira “Green”, un estibador de 70 años cuyo apodo proviene de décadas moviendo fruta verde. “El beneficio no sirve si nadie cobra salario.”

Economistas de la escuela de negocios INCAE subrayan el golpe: el banano representó el 17,5% de las exportaciones panameñas en el primer trimestre de 2025. Nada llena ese vacío rápidamente, mucho menos el turismo, que aún no recupera los niveles previos a la pandemia. Pequeños cafés en Changuinola operan a medio turno; las gasolineras extienden crédito a camioneros que solían transportar fruta y ahora tienen sus camiones parados.

EFE/ Bienvenido Velasco

Un pueblo empresarial al borde del abismo

Caminar por el litoral de Almirante es toparse con la larga sombra de la United Fruit Company. Las estructuras de madera de los almacenes, los tramos de vía estrecha que se pierden en la selva: vestigios del imperio bananero estadounidense que moldeó la costa caribeña después de 1900. Académicos como la Dra. Carmelina Castillo, de la Universidad de Panamá, llaman a Bocas del Toro “un manual viviente de economía monoexportadora.” En años buenos, el comercio bananero sostiene unos 24.000 empleos secundarios—mecánicos, comerciantes y maestros cuyos salarios dependen de los impuestos portuarios.

Hoy las arcas municipales sangran. En la clínica regional, la enfermera Ana Lezcano dice que los recortes presupuestarios ya limitan las jornadas de vacunación. “Antes comprábamos jeringas por cajas; ahora las contamos una a una.” En migración ya se sienten las primeras señales: treinta familias pidieron traslado a Ciudad de Panamá en junio, el triple del promedio. La gobernadora Maritza Córdoba advierte que el éxodo podría crecer una vez termine el ciclo escolar. “Si los padres se van a trabajar en construcción en Costa Rica, ¿quién siembra el próximo ciclo de banano?”, pregunta.

Esperando un barco, esperando una señal

La sede de Chiquita en Florida solo emite correos escuetos: “Sin comentarios sobre operaciones futuras.” En privado, mediadores del Ministerio de Trabajo admiten que ningún otro grupo multinacional quiere asumir concesiones enredadas en disputas legales y cubiertas por la plaga de Sigatoka negra. Replantar y certificar las fincas según las normas fitosanitarias de la UE podría tomar 18 meses—una eternidad para familias que viven semana a semana.

Cada amanecer, los estibadores que quedan se reúnen de todos modos. Preparan café en tazas de lata sobre un anillo de propano, intercambian rumores sobre un intermediario costarricense que podría desviar fruta a Almirante, y luego se adentran en un comedor cuyo reloj de pared aún marca abril. Los cascos cuelgan como aves dormidas. Cruz inspecciona las cabinas de las grúas y limpia la película de sal del parabrisas—cuidando un jardín de máquinas en hibernación. “Si un capitán llama mañana, tenemos que estar listos”, insiste. “Un puerto muere el día que su gente deja de creer en los barcos.”

Algunas tardes, sacan una cuerda gastada y hacen prácticas de amarre sobre tarimas vacías, la memoria muscular negándose a rendirse. Los estibadores más jóvenes transmiten estos ensayos por TikTok con la etiqueta #BananaStrong, con la esperanza de que la visibilidad genere presión política. Hasta ahora, sus transmisiones atraen sobre todo nostalgia de marinos jubilados y emojis de corazones de panameños en el extranjero.

El futuro: diversificar o derivar

El presidente José Raúl Mulino califica la huelga de ilegal pero se niega a pagar compensaciones a la empresa, dejando a ambas partes en un punto muerto. Los paneles de diálogo nacional que se instalaron a mediados de junio generaron titulares, pero no plazos concretos. El economista agrícola Julio Villalobos advierte que Panamá debe diversificarse: cacao, harina de plátano, incluso agroturismo. “El mundo sigue comiendo bananos”, señala, “pero la era del monopolio ya terminó.”

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Para Cruz y Green, esa macroeconomía suena lejana. Ellos miden el tiempo en manchas de óxido que crecen sobre los rieles de las grúas, en el silencio donde antes rugían los motores diésel. Pero ni siquiera el silencio puede acallar la historia. Alguien pintó una nueva consigna en el parachoques de concreto del muelle la semana pasada: “No hay barco sin manos.”Si esa verdad logra traer de vuelta a Chiquita o atraer a un nuevo comprador, lo decidirá el Caribe—las mareas golpeando suavemente los pilotes como dedos impacientes, esperando que un racimo verde y dorado vuelva a asomar en el horizonte.

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