El ajuste de cuentas de México con el consentimiento tras la agresión a su primera presidenta
Durante años, las mujeres mexicanas han marchado por seguridad, han gritado por justicia y han llorado a las que se han perdido a causa de la violencia. Y esta semana, esa lucha llegó hasta el palacio presidencial. La mano de un hombre—captada en video mientras tocaba indebidamente a la presidenta Claudia Sheinbaum mientras caminaba por el centro histórico de Ciudad de México—ha obligado a la nación a confrontar lo que todavía tolera y lo que se niega a cambiar.
Una violación a plena vista
Duró solo unos segundos. Pero el impacto ha sobrevivido al momento. Sheinbaum se desplazaba entre reuniones cuando un hombre le pasó un brazo por encima, le tocó el pecho y trató de besarla. Ella lo apartó; su equipo intervino. Sin embargo, la agresión—capturada y difundida en minutos—desató un ajuste de cuentas nacional sobre el consentimiento, el poder y la seguridad de las mujeres en la vida pública.
“Si esto le pasa a la presidenta, ¿qué queda para todas las jóvenes de nuestro país?”, preguntó Sheinbaum al día siguiente. “Ningún hombre tiene derecho a invadir el espacio personal de una mujer.” Sus palabras, recogidas por Reuters, atravesaron una cultura que durante mucho tiempo ha minimizado el acoso como una simple molestia. Esto no fue un titular distante: ocurrió a la mujer más visible de México, a plena luz del día, frente a cámaras y ciudadanos.
Conocida por caminar entre la gente con seguridad mínima, Sheinbaum se negó a retroceder. “Tenemos que estar cerca del pueblo,” dijo a Reuters, una declaración de propósito—y de vulnerabilidad—a la vez. El agresor, identificado por medios locales como Uriel Rivera, fue arrestado la noche del martes, según un informe de seguridad estatal citado por Reuters. Pero el arresto no es el final de la historia; es el comienzo de una pregunta más profunda: ¿qué tan segura puede estar cualquier mujer, en cualquier lugar, si incluso el espacio de la presidenta puede ser violado?
Acceso, seguridad y la política de la proximidad
Tras la viralización del video, la primera reacción fue predecible: ¿dónde estaba su seguridad? Pero centrarse en sus escoltas es pasar por alto la verdadera acusación. Si la violencia de género puede atravesar el cordón de seguridad de la mujer más protegida de México, ¿qué esperanza tienen quienes caminan a la escuela, trabajan turnos nocturnos o venden fruta en la plaza?
Activistas citadas por Reuters recordaron al mundo las terribles estadísticas de México: 821 feminicidios en 2024 y 501 más hasta septiembre de este año—cifras que todos saben que subestiman la crisis. Detrás de cada número hay el mismo patrón: denuncias ignoradas, investigaciones negligentes e impunidad como política.
Sheinbaum ha intentado gobernar con empatía tanto como con autoridad, insistiendo en que la democracia debe sentirse humana, no distante. Pero la proximidad sin protección puede volverse una actuación. Al presentar una denuncia penal, marcó un límite público: la cercanía con el pueblo nunca debe significar rendir la autonomía corporal. Su gesto transformó lo simbólico en algo visceral—un recordatorio de que el liderazgo también implica decir “basta” cuando las cámaras están encendidas.

Ética mediática en la era viral
Luego vino la segunda violación. El periódico Reforma publicó imágenes del momento de la agresión, congelando el instante en su portada. Sheinbaum condenó el acto como “revictimización”, invocando las leyes mexicanas contra la violencia digital. “El uso de la imagen también es un delito,” afirmó, según Reuters, exigiendo una disculpa y un nuevo estándar sobre cómo la prensa debe tratar los casos de abuso.
El Ministerio de las Mujeres, creado bajo su administración, respaldó la demanda—instando a los periodistas a informar con responsabilidad y evitar convertir el daño en contenido. El debate reveló una verdad dolorosa: cuando la violencia se vuelve viral, la ética se mueve más lentamente que los clics.
Hay una línea entre evidencia y explotación. Reproducir el video una y otra vez convierte la agresión en algo perpetuo—obliga a las sobrevivientes a revivir lo que nunca consintieron compartir. El periodismo responsable no mira hacia otro lado ante la violencia; simplemente se niega a mercantilizarla. Como argumentó Sheinbaum, la transparencia no justifica la humillación. Su postura redefine el deber de los medios en la era digital: la exposición sin consentimiento es otra forma de daño.
De la indignación a la ley
La respuesta de Sheinbaum fue más allá de la indignación. “El acoso sexual debe ser un delito penal, castigado por la ley,” declaró, ordenando una revisión de los códigos estatales. Reuters informó que el acoso sigue siendo un delito solo en alrededor de la mitad de los estados de México, dejando a las sobrevivientes atrapadas en un mosaico legal desigual, donde la justicia depende de la geografía.
Ana Yeli Pérez, del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, dijo a Reuters: “Es reprobable, debe denunciarse—es simbólico de lo que las mujeres viven todos los días.” Y tiene razón. Si la mujer más poderosa del país puede ser agredida ante las cámaras, entonces todas las viejas excusas—estaba sola, lo provocó, debió saberlo—se derrumban en una montaña de vergüenza nacional.
Para corregir esto, la rabia debe convertirse en estructura. México necesita un solo estándar, no treinta y dos. Se requieren policías capacitados, refugios financiados, protocolos centrados en las sobrevivientes y campañas culturales que traten el consentimiento como un deber cívico, no una sugerencia moral. El machismo no es tradición: es daño empaquetado como cultura.
La promesa de Sheinbaum de mantenerse cerca del pueblo sigue siendo importante. Una democracia no puede sobrevivir si sus líderes se esconden detrás de vidrios blindados. Pero también fracasa si las mujeres—cualquier mujer—no pueden caminar por sus calles sin miedo.
Al presentar cargos, condenar el voyeurismo de los medios virales y exigir leyes uniformes, Sheinbaum ha hecho lo que se espera de los líderes: convertir una violación personal en una reforma pública.
Porque este momento ya no trata solo de una presidenta: se trata de todas las mujeres que han sido tocadas, sujetadas o silenciadas y se les dijo que siguieran adelante.
Si México quiere proclamarse como un país en progreso, debe demostrarlo donde realmente importa: en qué tan segura se siente la próxima mujer cuando se atreva a ocupar espacio, a liderar, a caminar libre bajo su propia bandera.
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