El futuro sediento de América Latina pasa por aguacates, minas y memoria
Desde las mariposas monarca mexicanas hasta los desiertos chilenos y las minas colombianas, un nuevo libro sigue el rastro invisible del agua a través de América Latina, revelando cómo los aguacates de lujo, los ríos privatizados y los centros de datos están reescribiendo silenciosamente el mapa regional de poder, ganancias y supervivencia.
Mariposas, aguacates y un asesinato en Michoacán
En las montañas de México, donde millones de mariposas monarca descienden cada otoño para pintar los bosques de Michoacán de un tembloroso naranja, un hombre conocido como “el guardián de las mariposas” desapareció y luego fue hallado muerto. Su nombre era Homero Gómez González, y su asesinato sin resolver en 2020 se convirtió en la oscura puerta de entrada para una crónica notable sobre el agua, la violencia y la desigualdad en América Latina.
Esa historia es el ancla de Agua, el nuevo libro del periodista polaco Szymon Opryszek, publicado en español por Itineraria y distribuido en España y toda América Latina tras su lanzamiento original en polaco en 2023. En una entrevista con EFE en Madrid, Opryszek explica que la lucha de Homero por proteger el santuario de El Rosario de la tala ilegal le permitió contar una historia global desde una perspectiva pequeña y humana. “La historia de Homero me permitió escribir sobre problemas globales desde una pequeña perspectiva, a microescala”, dice.
Opryszek, nacido en 1987 y premiado por Amnistía Internacional en 2021, ya había escrito dos libros sobre América Latina, siempre desde una mirada de derechos humanos, cuando notó un patrón que recorría silenciosamente su trabajo. “Me di cuenta de que en todos esos temas estaba el agua, no en primer plano, sino como un actor secundario”, cuenta a EFE. Agua es su intento de poner a ese actor en el centro del escenario.
La lucha de Homero por salvar a las mariposas monarca de las motosierras es solo el comienzo. En la misma región de Michoacán, otra fuerza ha transformado el paisaje y la violencia: los aguacates. El auge del “oro verde” ha convertido los huertos en territorio disputado por el crimen organizado, y el libro tira también de ese hilo, preguntando quién accede al agua cuando el mundo exige fruta perfecta para su tostada.
Cuando la fruta de lujo deja seca a América Latina
Para producir un solo kilo de aguacates, se necesitan al menos seiscientos litros de agua, señala Opryszek en Agua. La demanda en Occidente se ha disparado, y China se ha sumado a la fiebre con aún mayor intensidad; en solo una década, el consumo chino se ha multiplicado por 1.000. “Es un símbolo de lujo, una moda entre influencers de Instagram”, apunta en su conversación con EFE, enfatizando los costos ocultos de agua detrás de esta tendencia.
Sostiene que el daño ambiental vinculado a los aguacates refleja un problema más amplio de responsabilidad compartida, recordando a los lectores que los problemas del oro verde también aplican a la soja en Argentina o la carne vacuna en todas partes, alentando la conciencia y acción colectiva.
Para él, la respuesta comienza con la responsabilidad en dos niveles. Individualmente, los consumidores del Norte Global y de las clases medias emergentes en otros lugares deben entender que cada tendencia “saludable” tiene un precio oculto en agua. Colectivamente, las sociedades deben impulsar modelos agrícolas más sostenibles, porque “la agricultura consume más del 70 por ciento del agua dulce del mundo”, enfatiza.
“Mi libro es un grito por la moderación”, resume Opryszek. “Parece que nuestra religión es crecer, y queremos más, más fuerte, más rápido. Tenemos que cambiar esta idea. No podemos crecer más.”

Una megaciudad sedienta y el patriarcado del agua
Las páginas de Agua van mucho más allá de Michoacán. Uno de los lugares que más persigue a Opryszek es la Ciudad de México, una metrópolis que describe como “rehén de su propia sed”. Las pipas, o cisternas, se han convertido en símbolo de desigualdad en todo el Sur Global, llegando a barrios pobres para vender agua que, en promedio, cuesta diez veces más que la que llega por las redes urbanas.
En la capital mexicana, los absurdos se acumulan. Alrededor de la mitad de las tuberías de la ciudad tienen fugas, reporta Opryszek, desperdiciando enormes cantidades de agua tratada. Al mismo tiempo, la ciudad bombea aguas residuales sin tratar hacia el vecino estado de Hidalgo, enviando lo que él llama la mayor concentración de aguas negras sin tratar de América Latina a ríos y campos.
Detrás de estos fracasos, el autor ve no solo mala gestión técnica sino injusticia estructural. Señala lo que llama el “patriarcado del agua”: en el 80 por ciento de los hogares del mundo sin acceso a agua potable segura, las mujeres son responsables de acarrearla. Esta carga de género implica horas de caminata, cargas pesadas, exposición al acoso y la violencia, y problemas de salud a largo plazo, haciendo de la escasez de agua un problema de justicia social que afecta más profundamente a las mujeres.
La desigualdad no es solo geográfica o de clase; es de género, grabada en las espaldas y rutinas de las mujeres que se ven obligadas a cargar con el costo de un mundo sediento.
Ríos privatizados en Chile, minas tóxicas en Colombia y sed de datos
Si México ofrece una imagen cruda de escasez y mala gestión, Chile lleva la historia al absurdo total. Desde la dictadura de Augusto Pinochet, el país se ha convertido, como subraya Opryszek, en “el único país del mundo que privatiza” el suministro de agua. Los precios del agua potable allí son los más altos de América Latina, y la lógica del mercado llega hasta los ríos.
Durante su reporteo, el periodista realizó el ejercicio de intentar “comprar un río”, no porque quisiera poseer uno, sino para demostrar hasta dónde ha llegado la mercantilización del agua. En Agua, sigue la huella hídrica de las minas de cobre y el auge del litio en el desierto de Atacama, donde incluso la llamada energía verde tiene un alto costo oculto. “Incluso en el caso de la energía verde, debemos pensar en las consecuencias”, advierte.
El libro también cruza a Colombia, donde el hambre global de energía ha reactivado viejos patrones extractivos tras la invasión rusa a Ucrania, y España y otros países europeos reanudaron la importación de carbón de minas colombianas. Cerca del gigantesco complejo El Cerrejón, Opryszek documenta niveles peligrosos de mercurio y plomo en fuentes de agua locales, envenenando a comunidades indígenas que han visto sus ríos transformados en canales contaminados al servicio de plantas eléctricas lejanas.
Su investigación no se detiene en las industrias tradicionales. Opryszek guía a los lectores por la silenciosa explosión de centros de datos en todo el mundo—instalaciones con enormes necesidades de refrigeración y casi sin regulación. A medida que crecen las redes sociales y se expande la inteligencia artificial, estas fortalezas digitales demandan cada vez más agua para enfriamiento, a menudo en lugares que ya sufren sequía.
Opryszek insiste en que no es partidario del pánico. Dice a EFE que aún cree que el cambio es posible, “aunque sea solo a microescala”. Las comunidades locales, las reformas legales y las decisiones personales pueden empujar en la dirección correcta. Pero su mensaje final es innegablemente oscuro. “Hemos tenido veintiún siglos para aprender que el agua es esencial, y no hemos hecho nada”, concluye.
Entre guardianes de mariposas asesinados, huertos de aguacate en auge, ríos privatizados y servidores sedientos zumbando en el desierto, Agua obliga a los lectores a ver el agua de América Latina no como un telón de fondo, sino como el personaje principal de una historia que decidirá quién podrá vivir bien—y quién quedará contando cubetas vacías.
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